/ domingo 25 de febrero de 2018

Aquí Querétaro

De entre las añejas imágenes que mi mente de adulto conserva, viene siempre, como encabezando una andanada de ellas, sin poder explicar el porqué de ese su liderazgo entre los muchos recuerdos almacenados, el de aquellas esperas del camión, los sábados por la mañana, acompañado de mi madre, que tenía su cita semanal con el mercado, con la plaza, con la compra para la subsistencia familiar. Me recuerdo ahí, junto a ella, en la esquina de Tecnológico (entonces recibía el nombre de Circunvalación) e Hidalgo, mientras miraba a la distancia el monumento a la bandera nacional.

Recuerdo así, entrañablemente, la imagen de la enseña patria, flameando al viento queretano, en su propio y tradicional, entonces bastante nuevo, monumento, antes de que Querétaro creciera y necesitara, como tantas ciudades de este país, una bandera monumental. Ahí, instalada con sobriedad sobre aquel globo terráqueo de cantera donde se leía con letras doradas “la patria es primero”, y al pie de la placa que relataba los porqués de su existencia: “El pueblo de Querétaro erigió este monumento a la bandera nacional como testimonio de su amor a la patria. Febrero 24 de 1951”

Por entonces el amor a la patria no era algo palpable para el niño que se colocaba, como cada sábado, frente a la sencilla e histórica fachada de aquella esquina, que aún hoy se conserva, a esperar el camión en compañía de su madre, pero la imagen ahí se quedaría por siempre, entre otras cosas para darle paso a otros recuerdos imborrables del entorno: la naciente colonia Niños Héroes; el parque infantil de diversiones aledaño, confundido entre los árboles del Cerro de las Campanas, donde se destacaban las resbaladillas unidas a un alto cuete de lámina; y el inicio de aquella calle, la de Hidalgo, por donde Maximiliano, Miramón y Mejía habían llegado al patíbulo, pero que para el niño que entonces era yo, apenas representaba el acceso a una ciudad monumental y entrañable.

Para entonces el histórico cerro aún no recibía las constantes descargas de dinamita para aplanar su cúspide y colocar ahí el monumento en piedra volcánica a Benito Juárez, diseño del escultor Juan Francisco Olaguíbel, que con sus trece metros de altura dominaría la entonces pequeña ciudad, y donde se leería en su pedestal de cantera, también con letras doradas, aquella la más famosa frase del benemérito: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

El histórico cerro, apenas una loma de estratégica ubicación, estaba entonces sembrada de vegetación y el amplio acceso a la capilla construida en honor del Maximiliano de Habsburgo, con tierra como piso, se abría paso desde el obelisco que recuerda la caída del Imperio y era vecino de un nutrido vivero de las más variadas plantas de ornato. Y del otro lado, ya colindante con la llamada Carretera Constitución, las instalaciones de la decembrina feria queretana, que permanecían abandonadas el resto del año.

Los nombres y las referencias hoy han cambiado. Circunvalación se llama Tecnológico, la Carretera Constitución trocó su nombre por 5 de Febrero, el parque de juegos se volvió escuela y acabó por lanzar para siempre su cuete con resbaladillas, la feria dejó su espacio a la Universidad, y hasta al jardín que envuelve al monumento a la bandera lo remodelaron y le cambiaron el nombre por el de Plaza del Estudiante.

Pero en la memoria, incólume, apenas con el pretexto de un “día de la bandera” más, se afianzan las imágenes perdidas en el tiempo, que se reproducen sin timidez tras aquella de un niño, junto a su madre, esperando el camión, mientras mira a la distancia una bandera tricolor ondeando esperanzadoramente.

De entre las añejas imágenes que mi mente de adulto conserva, viene siempre, como encabezando una andanada de ellas, sin poder explicar el porqué de ese su liderazgo entre los muchos recuerdos almacenados, el de aquellas esperas del camión, los sábados por la mañana, acompañado de mi madre, que tenía su cita semanal con el mercado, con la plaza, con la compra para la subsistencia familiar. Me recuerdo ahí, junto a ella, en la esquina de Tecnológico (entonces recibía el nombre de Circunvalación) e Hidalgo, mientras miraba a la distancia el monumento a la bandera nacional.

Recuerdo así, entrañablemente, la imagen de la enseña patria, flameando al viento queretano, en su propio y tradicional, entonces bastante nuevo, monumento, antes de que Querétaro creciera y necesitara, como tantas ciudades de este país, una bandera monumental. Ahí, instalada con sobriedad sobre aquel globo terráqueo de cantera donde se leía con letras doradas “la patria es primero”, y al pie de la placa que relataba los porqués de su existencia: “El pueblo de Querétaro erigió este monumento a la bandera nacional como testimonio de su amor a la patria. Febrero 24 de 1951”

Por entonces el amor a la patria no era algo palpable para el niño que se colocaba, como cada sábado, frente a la sencilla e histórica fachada de aquella esquina, que aún hoy se conserva, a esperar el camión en compañía de su madre, pero la imagen ahí se quedaría por siempre, entre otras cosas para darle paso a otros recuerdos imborrables del entorno: la naciente colonia Niños Héroes; el parque infantil de diversiones aledaño, confundido entre los árboles del Cerro de las Campanas, donde se destacaban las resbaladillas unidas a un alto cuete de lámina; y el inicio de aquella calle, la de Hidalgo, por donde Maximiliano, Miramón y Mejía habían llegado al patíbulo, pero que para el niño que entonces era yo, apenas representaba el acceso a una ciudad monumental y entrañable.

Para entonces el histórico cerro aún no recibía las constantes descargas de dinamita para aplanar su cúspide y colocar ahí el monumento en piedra volcánica a Benito Juárez, diseño del escultor Juan Francisco Olaguíbel, que con sus trece metros de altura dominaría la entonces pequeña ciudad, y donde se leería en su pedestal de cantera, también con letras doradas, aquella la más famosa frase del benemérito: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

El histórico cerro, apenas una loma de estratégica ubicación, estaba entonces sembrada de vegetación y el amplio acceso a la capilla construida en honor del Maximiliano de Habsburgo, con tierra como piso, se abría paso desde el obelisco que recuerda la caída del Imperio y era vecino de un nutrido vivero de las más variadas plantas de ornato. Y del otro lado, ya colindante con la llamada Carretera Constitución, las instalaciones de la decembrina feria queretana, que permanecían abandonadas el resto del año.

Los nombres y las referencias hoy han cambiado. Circunvalación se llama Tecnológico, la Carretera Constitución trocó su nombre por 5 de Febrero, el parque de juegos se volvió escuela y acabó por lanzar para siempre su cuete con resbaladillas, la feria dejó su espacio a la Universidad, y hasta al jardín que envuelve al monumento a la bandera lo remodelaron y le cambiaron el nombre por el de Plaza del Estudiante.

Pero en la memoria, incólume, apenas con el pretexto de un “día de la bandera” más, se afianzan las imágenes perdidas en el tiempo, que se reproducen sin timidez tras aquella de un niño, junto a su madre, esperando el camión, mientras mira a la distancia una bandera tricolor ondeando esperanzadoramente.