/ martes 20 de marzo de 2018

Aquí Querétaro

Con motivo del evento por el 55 aniversario de DIARIO DE QUERÉTARO, reproducimos esta columna originalmente publicada el domingo 18 de marzo de 2018.


Creo que el primer recuerdo que tengo, cuando aún era un niño, del Diario de Querétaro, es aquella esquela que daba cuenta de la muerte de mi abuelo Francisco. Mis ojos de niño retrataron esa información aparecida en un recuadro de las páginas de un periódico que apenas nacía, pero que para el parto había contado con la sabia experiencia de quienes habían hecho posible su antecedente inmediato: El Amanecer.

Esa esquela seguramente es mi primer contacto con el periódico de los queretanos; la esquela y, desde luego, aquel pregón que oía a diario por las calles, entonces alfombradas de piedra bola, de mi ciudad; aquel grito insistente que con una sola palabra lo decía todo: “Diaariooooo”.

Y es que, por décadas, el Diario ha sido un instrumento indispensable para mirar al mundo desde la óptica de nuestra queretanidad, y también el termómetro del acontecer cotidiano de una ciudad, y un estado, que empezó a crecer y transformarse junto con él. La mejor forma de ver en papel, y ahora también en pantalla, lo que a los queretanos nos interesa y nos apasiona.

Claro que a través del Diario nos enteramos de las grandes noticias nacionales y mundiales, que por sus páginas conocimos los pormenores del conflicto estudiantil del 68 y los resultados de las olimpiadas que se organizaron ese mismo y conflictivo año en la capital del país, pero acaso recordamos con mayor nitidez, o al menos con mayor cercanía, la toma universitaria del Patio Barroco, con toda la controversia social que aquel hecho despertó en Querétaro, o el accidente carretero de nuestros Gallos Blancos, a un paso de obtener el ansiado paso a la primera división, que tanta gente llevó a las calles al compás de duelo generalizado.

Por el Diario de Querétaro, comprado en cualquier esquina o en el tradicional kiosco, conocimos de la llegada del hombre a la luna y también de aquella epidemia de Influenza que, hace apenas una década, nos asustó tanto. Supimos también, y seguimos paso a paso las consecuencias, de los terremotos que tanto destruyeron y tantas vidas se llevaron fuera de nuestras fronteras estatales, principalmente el de 1985. Vivimos en las páginas de nuestro diario pues, desde la tranquilidad, cada vez menos duradera, de nuestra ciudad, el acontecer del mundo y de México: La llegada del hombre a la luna, la caída del muro de Berlín, el Watergate norteamericano, la caída del poder del hegemónico Partido Revolucionario Institucional…

Pero sobre todo, el Diario de Querétaro ha sido, a lo largo de cincuenta y cinco años, el vínculo de información de nosotros para nosotros, desde la inauguración de nuestro estadio, el Corregidora, hasta dos instalaciones diferentes para albergar a la tradicional feria decembrina; desde la llegada, por primera vez en la historia, de un partido de oposición a la gubernatura del Estado, a las otrora impensables noticias, que parecían sacadas de un cuento maravilloso: El astro Ronaldinho llegaría a jugar con nuestros Gallos y el equipo llegaría a la final del máximo circuito del futbol nacional.

Acontecimiento todos que fueron siempre unidos a nuestra vida y a ese Querétaro que se ha ido transformando ante nuestros ojos mágicamente. Cuando yo estaba en la Prepa, por ejemplo, en el Diario apareció la noticia de la inauguración de las instalaciones de nuestra Universidad en terrenos del Cerro de las Campanas, ahí donde casi una década atrás había llegado el presidente Díaz Ordaz a inaugurar el monumento a Benito Juárez, que coronaba, con su presencia en piedra, la histórica loma.

La cara amable, y también la agria y dolorosa, de nuestra historia, ha pasado por las páginas del Diario por cinco décadas y media. En esas páginas, con tinta hecha palabras e imágenes imborrables, quedó la constancia de lo que fuimos y la esperanza de seguir siéndolo.

Por ellas nos enteramos de que Daniel Arizmendi, el “mocha orejas”, vivió y operó entre nosotros, y tratamos de digerir, a través de la información que en ellas apareció, hechos inexplicables como el del parricidio de la señora Mijangos, o el crimen de una jovencita por un grupo que se hizo famoso como “los darketos”. Sufrimos con esas historias, pero también disfrutamos con otras muchas, como la de aquel mítico concierto de Rod Stewart en el Corregidora, antes de que fenecieran los ochentas, la presencia en la ciudad del genio de Stan Lee, apenas hace unos años, y hasta la histórica nevada de marzo de 1978, cuyas imágenes, saturadas de queretanos haciendo muñecos de nieve en el Cimatario, nos siguen pareciendo un sueño.

La verdad es que a mí, en lo particular, me emociona que el Diario de Querétaro llegue a sus cincuenta y cinco años de vida, porque, independientemente de que somos casi de la misma edad, tuve el privilegio de sentir en propia piel la pasión del periodismo trabajando y colaborando para él, sobre todo allá por la segunda mitad de los ochenta y principios de los noventa, cuando como reportero me tocó vivir innumerables episodios de la historia queretana, desde las muchas visitas presidenciales, hasta acontecimientos únicos, como aquel eclipse de sol del 91, que cubrí desde el Jardín Zenea, mirando como las palomas se refugiaban en los resquicios del Gran Hotel buscando cobijo ante la oscuridad

El Diario es la materialización de un sueño y de la pasión de la noticia. Recuerdo con nostalgia aquella sala de redacción, en el viejo edificio de la calle de Escobedo, plagada de escritorios y máquinas de escribir, el sonido de los teletipos haciendo llegar información, el meticuloso proceso de elaboración del periódico, la oscuridad del cuarto de impresión fotográfica, y sobre todo, ese imborrable olor a tinta que siempre me remonta a tiempos caracterizados por la ilusión.

No están mal tampoco los tiempos que hoy corren, con toda la tecnología que nos llegó de golpe y que ha ido transformando el proceso de elaborar un periódico, pero que ha dejado incólume la forma de hacer periodismo.

Los cincuenta y cinco años de vida del Diario de Querétaro son, por muy variadas razones, el retrato de nuestra ciudad y nuestro estado; un retrato que ha pasado del sepia al rutilante color apenas sin sentirlo. Y sin embargo, aún hoy, a tantos años vistos y tantas noticias releídas, de pronto se sigue escuchando, como un susurro llegado de lejos, aquel pregón: Diaarioooo…

Con motivo del evento por el 55 aniversario de DIARIO DE QUERÉTARO, reproducimos esta columna originalmente publicada el domingo 18 de marzo de 2018.


Creo que el primer recuerdo que tengo, cuando aún era un niño, del Diario de Querétaro, es aquella esquela que daba cuenta de la muerte de mi abuelo Francisco. Mis ojos de niño retrataron esa información aparecida en un recuadro de las páginas de un periódico que apenas nacía, pero que para el parto había contado con la sabia experiencia de quienes habían hecho posible su antecedente inmediato: El Amanecer.

Esa esquela seguramente es mi primer contacto con el periódico de los queretanos; la esquela y, desde luego, aquel pregón que oía a diario por las calles, entonces alfombradas de piedra bola, de mi ciudad; aquel grito insistente que con una sola palabra lo decía todo: “Diaariooooo”.

Y es que, por décadas, el Diario ha sido un instrumento indispensable para mirar al mundo desde la óptica de nuestra queretanidad, y también el termómetro del acontecer cotidiano de una ciudad, y un estado, que empezó a crecer y transformarse junto con él. La mejor forma de ver en papel, y ahora también en pantalla, lo que a los queretanos nos interesa y nos apasiona.

Claro que a través del Diario nos enteramos de las grandes noticias nacionales y mundiales, que por sus páginas conocimos los pormenores del conflicto estudiantil del 68 y los resultados de las olimpiadas que se organizaron ese mismo y conflictivo año en la capital del país, pero acaso recordamos con mayor nitidez, o al menos con mayor cercanía, la toma universitaria del Patio Barroco, con toda la controversia social que aquel hecho despertó en Querétaro, o el accidente carretero de nuestros Gallos Blancos, a un paso de obtener el ansiado paso a la primera división, que tanta gente llevó a las calles al compás de duelo generalizado.

Por el Diario de Querétaro, comprado en cualquier esquina o en el tradicional kiosco, conocimos de la llegada del hombre a la luna y también de aquella epidemia de Influenza que, hace apenas una década, nos asustó tanto. Supimos también, y seguimos paso a paso las consecuencias, de los terremotos que tanto destruyeron y tantas vidas se llevaron fuera de nuestras fronteras estatales, principalmente el de 1985. Vivimos en las páginas de nuestro diario pues, desde la tranquilidad, cada vez menos duradera, de nuestra ciudad, el acontecer del mundo y de México: La llegada del hombre a la luna, la caída del muro de Berlín, el Watergate norteamericano, la caída del poder del hegemónico Partido Revolucionario Institucional…

Pero sobre todo, el Diario de Querétaro ha sido, a lo largo de cincuenta y cinco años, el vínculo de información de nosotros para nosotros, desde la inauguración de nuestro estadio, el Corregidora, hasta dos instalaciones diferentes para albergar a la tradicional feria decembrina; desde la llegada, por primera vez en la historia, de un partido de oposición a la gubernatura del Estado, a las otrora impensables noticias, que parecían sacadas de un cuento maravilloso: El astro Ronaldinho llegaría a jugar con nuestros Gallos y el equipo llegaría a la final del máximo circuito del futbol nacional.

Acontecimiento todos que fueron siempre unidos a nuestra vida y a ese Querétaro que se ha ido transformando ante nuestros ojos mágicamente. Cuando yo estaba en la Prepa, por ejemplo, en el Diario apareció la noticia de la inauguración de las instalaciones de nuestra Universidad en terrenos del Cerro de las Campanas, ahí donde casi una década atrás había llegado el presidente Díaz Ordaz a inaugurar el monumento a Benito Juárez, que coronaba, con su presencia en piedra, la histórica loma.

La cara amable, y también la agria y dolorosa, de nuestra historia, ha pasado por las páginas del Diario por cinco décadas y media. En esas páginas, con tinta hecha palabras e imágenes imborrables, quedó la constancia de lo que fuimos y la esperanza de seguir siéndolo.

Por ellas nos enteramos de que Daniel Arizmendi, el “mocha orejas”, vivió y operó entre nosotros, y tratamos de digerir, a través de la información que en ellas apareció, hechos inexplicables como el del parricidio de la señora Mijangos, o el crimen de una jovencita por un grupo que se hizo famoso como “los darketos”. Sufrimos con esas historias, pero también disfrutamos con otras muchas, como la de aquel mítico concierto de Rod Stewart en el Corregidora, antes de que fenecieran los ochentas, la presencia en la ciudad del genio de Stan Lee, apenas hace unos años, y hasta la histórica nevada de marzo de 1978, cuyas imágenes, saturadas de queretanos haciendo muñecos de nieve en el Cimatario, nos siguen pareciendo un sueño.

La verdad es que a mí, en lo particular, me emociona que el Diario de Querétaro llegue a sus cincuenta y cinco años de vida, porque, independientemente de que somos casi de la misma edad, tuve el privilegio de sentir en propia piel la pasión del periodismo trabajando y colaborando para él, sobre todo allá por la segunda mitad de los ochenta y principios de los noventa, cuando como reportero me tocó vivir innumerables episodios de la historia queretana, desde las muchas visitas presidenciales, hasta acontecimientos únicos, como aquel eclipse de sol del 91, que cubrí desde el Jardín Zenea, mirando como las palomas se refugiaban en los resquicios del Gran Hotel buscando cobijo ante la oscuridad

El Diario es la materialización de un sueño y de la pasión de la noticia. Recuerdo con nostalgia aquella sala de redacción, en el viejo edificio de la calle de Escobedo, plagada de escritorios y máquinas de escribir, el sonido de los teletipos haciendo llegar información, el meticuloso proceso de elaboración del periódico, la oscuridad del cuarto de impresión fotográfica, y sobre todo, ese imborrable olor a tinta que siempre me remonta a tiempos caracterizados por la ilusión.

No están mal tampoco los tiempos que hoy corren, con toda la tecnología que nos llegó de golpe y que ha ido transformando el proceso de elaborar un periódico, pero que ha dejado incólume la forma de hacer periodismo.

Los cincuenta y cinco años de vida del Diario de Querétaro son, por muy variadas razones, el retrato de nuestra ciudad y nuestro estado; un retrato que ha pasado del sepia al rutilante color apenas sin sentirlo. Y sin embargo, aún hoy, a tantos años vistos y tantas noticias releídas, de pronto se sigue escuchando, como un susurro llegado de lejos, aquel pregón: Diaarioooo…