/ domingo 25 de marzo de 2018

Aquí Querétaro

Frank Avruch murió hace apenas unos días, a los ochenta y nueve años, en Boston, Massachusetts. Padecía una afección cardiaca que, aunada a su avanzada edad, acabó por terminar con su vida.

Avruch, quien trabajó más de cuarenta años de su vida como presentador de programas de televisión, fue también colaborador de la Unicef, pero, sobre todo, como una marca imborrable de su trayectoria profesional, fue el creador de un personaje mítico: el del payaso Bozo, al que interpretó desde 1959 y hasta 1970.

Aquel personaje de pelo rojizo, nariz del mismo color y amplia sonrisa pintada sobre el rostro, también pasó a la historia en nuestro país, apenas dos años después de ser creado en los Estados Unidos, cuando Mario Quintanilla, un actor poco conocido fuera del personaje, le dio cuerpo, apoyado, entre otros personajes, por quien fue una figura del espectáculo de entonces: Antonio Espino, el popular “Clavillazo”.

Bozo, tanto en el vecino país del norte como aquí, fue un payaso tradicional, con amplios zapatos y vestimenta llamativa, que se dirigía blancamente a los niños y contaba con una risa estentórea y característica. Un personaje dirigido a un público carente de malicia y ajeno a los gustos de los mayores, que en la década de los sesenta alcanzó sus mejores momentos de popularidad.

Pero en 1988, en el escaparate de un programa cómico de nombre “La Caravana”, que se trasmitía por la cadena televisiva Imevisión, apareció un personaje de franca referencia a aquel Bozo tradicional. Se trataba de una parodia, creación del actor Víctor Trujillo, que contaba cuentos colorados y parecía sacado del barrio; una versión deteriorada, arrabalera y maliciosa del payaso de la risa constante, con un nombre similar: “Brozo”, al que se le añadía el complemento de “el payaso tenebroso”.

La creación de Trujillo tuvo tal éxito que, al menos en nuestro país, acabó por opacar la figura y el nombre de Bozo, convirtiéndose en un personaje famoso, y evolucionando, gracias al talento y características intelectuales de quien le da vida, de un simple payaso a analista político y conductor de sui géneris noticieros. Hoy por hoy, todo nos remite a “Brozo” y no a “Bozo”.

Curiosamente, el personaje inicial de estas historias escénicas había nacido antes que Avruch, que Quintanilla y que el propio Trujillo, cuando en 1946, Alan W. Livingson, creara al payaso en cuestión en un libro para niños, que se iría transformando con el tiempo, gracias a todos estos actores.

Con la muerte de Frank Avruch, que se suma a la de Mario Quintanilla, quien murió en el 2002 a los setenta y un años, se ha ido, al parecer para siempre, el personaje de “Bozo”. Nos queda, pletórico de vida, su contraparte: Un “Brozo” que, con su malicia, su perspicacia política y su talento, nos permite seguir gozando de su personalidad tan nacional, tan nuestra.

Frank Avruch murió hace apenas unos días, a los ochenta y nueve años, en Boston, Massachusetts. Padecía una afección cardiaca que, aunada a su avanzada edad, acabó por terminar con su vida.

Avruch, quien trabajó más de cuarenta años de su vida como presentador de programas de televisión, fue también colaborador de la Unicef, pero, sobre todo, como una marca imborrable de su trayectoria profesional, fue el creador de un personaje mítico: el del payaso Bozo, al que interpretó desde 1959 y hasta 1970.

Aquel personaje de pelo rojizo, nariz del mismo color y amplia sonrisa pintada sobre el rostro, también pasó a la historia en nuestro país, apenas dos años después de ser creado en los Estados Unidos, cuando Mario Quintanilla, un actor poco conocido fuera del personaje, le dio cuerpo, apoyado, entre otros personajes, por quien fue una figura del espectáculo de entonces: Antonio Espino, el popular “Clavillazo”.

Bozo, tanto en el vecino país del norte como aquí, fue un payaso tradicional, con amplios zapatos y vestimenta llamativa, que se dirigía blancamente a los niños y contaba con una risa estentórea y característica. Un personaje dirigido a un público carente de malicia y ajeno a los gustos de los mayores, que en la década de los sesenta alcanzó sus mejores momentos de popularidad.

Pero en 1988, en el escaparate de un programa cómico de nombre “La Caravana”, que se trasmitía por la cadena televisiva Imevisión, apareció un personaje de franca referencia a aquel Bozo tradicional. Se trataba de una parodia, creación del actor Víctor Trujillo, que contaba cuentos colorados y parecía sacado del barrio; una versión deteriorada, arrabalera y maliciosa del payaso de la risa constante, con un nombre similar: “Brozo”, al que se le añadía el complemento de “el payaso tenebroso”.

La creación de Trujillo tuvo tal éxito que, al menos en nuestro país, acabó por opacar la figura y el nombre de Bozo, convirtiéndose en un personaje famoso, y evolucionando, gracias al talento y características intelectuales de quien le da vida, de un simple payaso a analista político y conductor de sui géneris noticieros. Hoy por hoy, todo nos remite a “Brozo” y no a “Bozo”.

Curiosamente, el personaje inicial de estas historias escénicas había nacido antes que Avruch, que Quintanilla y que el propio Trujillo, cuando en 1946, Alan W. Livingson, creara al payaso en cuestión en un libro para niños, que se iría transformando con el tiempo, gracias a todos estos actores.

Con la muerte de Frank Avruch, que se suma a la de Mario Quintanilla, quien murió en el 2002 a los setenta y un años, se ha ido, al parecer para siempre, el personaje de “Bozo”. Nos queda, pletórico de vida, su contraparte: Un “Brozo” que, con su malicia, su perspicacia política y su talento, nos permite seguir gozando de su personalidad tan nacional, tan nuestra.