/ domingo 20 de mayo de 2018

Aquí Querétaro

Desde siempre, “la otra banda” ha estado ahí, separada sin remedio del centro de la ciudad que un día fue la ciudad toda, por la larga cicatriz de nuestro río; condenada al olvido y a la sentencia de la invisibilidad aparentemente eterna.

Allá, tras los puentes Grande, de la Revolución, el Rojo o el del Frijomil, una comunidad de queretanos hechos menos por razones económicas o sociales, fueron haciéndose una vida y dándole belleza a su entorno. Una belleza que aún se descubre, cuando la mancha urbana la ha ya consumido, como al centro citadino mismo, pero que permanece invisible a los ojos de muchos, incluyendo los gobernantes.

Por eso tan alentadora había sido la información de hace algunos ayeres de que la administración municipal en turno le “metería mano” a “la obra banda”. Un aliento, por cierto, que apenas duró el suspiro de unas obras viales plagadas de bolardos que, como suele ocurrir con este elemento escenográfico del paisaje urbano, se han ido deteriorando, e incluso destruyendo, con el paso de poco tiempo y de mayor descuido.

Y es que “la otra banda” no suele verse, como si su eterno ostracismo no pudiera remediarse, atado indisolublemente a su destino. Ni siquiera la llamada “Casa del Faldón”, de belleza arquitectónica única y relevante, o la estación porfiriana del ferrocarril, que tanto significó en la historia queretana del siglo veinte, se escapan del todo a ese olvido en el que los queretanos mantenemos a la zona.

Y para los nuevos queretanos, para esa mayoría que ha llegado de fuera para hacer de la nuestra también su ciudad, barrios como los de San Sebastián o San Gregorio, son absolutamente desconocidos, y calles como la de Primavera, o la de Invierno, referencias casi imposibles. Hasta el Jardín de los Platitos, que empezó hace décadas a llamarse “de los mariachis”, con la mudanza de los músicos populares dejó también en el camino parte de su propia popularidad.

Esa lamentable invisibilidad de “la otra banda” es lo que ha propiciado, a la par, que las administraciones gubernamentales vean poco redituable el invertir en una mejor infraestructura, en un mayor arreglo, de su entorno. ¿Para qué, se preguntarán con el pragmatismo de los necios, si nadie lo va a notar? Y así se dedican a acicalar lo ya agradable y curar lo de por sí sano, aunque mucho más visible.

Recorrer Primavera y sus calles adyacentes, por ejemplo, siempre será una grata experiencia. Ahí, en ese rincón de nuestro Querétaro se aprecia aún la grandiosidad de un pasado relevante, arquitectónica y culturalmente hablando. Los monumentos históricos son notables por esas sus características tan nuestras, aunque pocos se atrevan a observarlos, pese a estar comprendidos en la declaratoria que inscribió a nuestro Centro Histórico en las listas de Patrimonio Mundial.

Hoy que son tiempos de campañas políticas, de promesas y de ganancia de adeptos, bien valdría que los aspirantes a ocupar la silla principal del Centro Cívico volvieran el rostro hacia “la otra banda”. Es algo que merece no sólo la zona, sino la ciudad entera.

Desde siempre, “la otra banda” ha estado ahí, separada sin remedio del centro de la ciudad que un día fue la ciudad toda, por la larga cicatriz de nuestro río; condenada al olvido y a la sentencia de la invisibilidad aparentemente eterna.

Allá, tras los puentes Grande, de la Revolución, el Rojo o el del Frijomil, una comunidad de queretanos hechos menos por razones económicas o sociales, fueron haciéndose una vida y dándole belleza a su entorno. Una belleza que aún se descubre, cuando la mancha urbana la ha ya consumido, como al centro citadino mismo, pero que permanece invisible a los ojos de muchos, incluyendo los gobernantes.

Por eso tan alentadora había sido la información de hace algunos ayeres de que la administración municipal en turno le “metería mano” a “la obra banda”. Un aliento, por cierto, que apenas duró el suspiro de unas obras viales plagadas de bolardos que, como suele ocurrir con este elemento escenográfico del paisaje urbano, se han ido deteriorando, e incluso destruyendo, con el paso de poco tiempo y de mayor descuido.

Y es que “la otra banda” no suele verse, como si su eterno ostracismo no pudiera remediarse, atado indisolublemente a su destino. Ni siquiera la llamada “Casa del Faldón”, de belleza arquitectónica única y relevante, o la estación porfiriana del ferrocarril, que tanto significó en la historia queretana del siglo veinte, se escapan del todo a ese olvido en el que los queretanos mantenemos a la zona.

Y para los nuevos queretanos, para esa mayoría que ha llegado de fuera para hacer de la nuestra también su ciudad, barrios como los de San Sebastián o San Gregorio, son absolutamente desconocidos, y calles como la de Primavera, o la de Invierno, referencias casi imposibles. Hasta el Jardín de los Platitos, que empezó hace décadas a llamarse “de los mariachis”, con la mudanza de los músicos populares dejó también en el camino parte de su propia popularidad.

Esa lamentable invisibilidad de “la otra banda” es lo que ha propiciado, a la par, que las administraciones gubernamentales vean poco redituable el invertir en una mejor infraestructura, en un mayor arreglo, de su entorno. ¿Para qué, se preguntarán con el pragmatismo de los necios, si nadie lo va a notar? Y así se dedican a acicalar lo ya agradable y curar lo de por sí sano, aunque mucho más visible.

Recorrer Primavera y sus calles adyacentes, por ejemplo, siempre será una grata experiencia. Ahí, en ese rincón de nuestro Querétaro se aprecia aún la grandiosidad de un pasado relevante, arquitectónica y culturalmente hablando. Los monumentos históricos son notables por esas sus características tan nuestras, aunque pocos se atrevan a observarlos, pese a estar comprendidos en la declaratoria que inscribió a nuestro Centro Histórico en las listas de Patrimonio Mundial.

Hoy que son tiempos de campañas políticas, de promesas y de ganancia de adeptos, bien valdría que los aspirantes a ocupar la silla principal del Centro Cívico volvieran el rostro hacia “la otra banda”. Es algo que merece no sólo la zona, sino la ciudad entera.