/ domingo 15 de julio de 2018

Aquí Querétaro

El famoso Papanoa es una referencia para Querétaro, un punto de ubicación en lo que por muchos años fue el sur de la ciudad, y constante mención en los periódicos, por los accidentes fatales, principalmente por atropellamiento, que ahí se presentaron por décadas.

Pero el Papanoa fue siempre, fundamentalmente, un restaurante de carretera; uno de esos espacios que los traileros hicieron suyos, gracias a la buena comida que ahí se servía, en el paso obligado hacia la capital del país.

El matrimonio de don Miguel Rodríguez y doña Porfiria Galeana, guerrerenses ambos, se asentó en Querétaro en 1969, apoyándose en la residencia aquí de un hermano de ella y buscando una mejor forma de vida par su familia. Don Miguel era de Acapulco, y doña Porfiria de un pueblo entre Tecpan de Galeana y Zihuatanejo, de nombre, precisamente, Papanoa.

Por eso, en honor a su lugar de origen, es que doña Porfiria decidió bautizar así al restaurante que ella misma atendió, cocinando diversos alimentos, pero con una especialidad que pronto dio frutos en abundante clientela: la cecina.

Aquel sencillo restaurante se volvió visita obligada para quienes circulaban por un Querétaro que, por entonces, era una ciudad de paso. En esos años del siglo veinte aún no se fincaba Lomas de Casa Blanca, y desde la orilla de la Carretera 57 podían divisarse, sin estorbos, las muchas cúpulas de la virreinal ciudad.

Unos tres años duró aquella aventura del matrimonio Rodríguez, hasta que las envidias por la buena marcha de un negocio fincado en aquella rica cecina, comprada en Santa Rosa Jáuregui y cocinada espléndidamente por doña Porfiria, obligaron al punto final. La pareja y sus hijos emigraron entonces a Nayarit, pero el negocio siguió ahí con idéntico nombre.

La ciudad crecería entonces, Lomas se iría convirtiendo en lo que hoy es, y el cruce de la carretera, justo enfrente del restaurante, se convirtió en espacio propicio para los accidentes. Ahí, frente al Papanoa, murieron muchísimas personas en su afán por cruzar hacia el centro la ciudad, o viniendo de él.

El Papanoa se convirtió así en una referencia trágica, mientras el restaurante se extinguía, pero nacían otras muchas cosas con su nombre: el puente peatonal, la gasolinera, y la zona en general. Por más que el entorno se transformó, El Papanoa siguió siendo un rumbo inconfundible de ubicación.

Hoy, justo donde estaba el restaurante, hay una refaccionaria, Querétaro es otro muy distinto y hasta los atropellamientos han disminuido sensiblemente ante el abrumador paso de vehículos en un área ya totalmente urbana. El Papanoa, sin embargo, se quedó para siempre en la imaginaria colectiva queretana, en un homenaje callado a doña Porfiria Galeana, y a aquel su pueblo guerrerense que se quedó aquí para siempre.

El famoso Papanoa es una referencia para Querétaro, un punto de ubicación en lo que por muchos años fue el sur de la ciudad, y constante mención en los periódicos, por los accidentes fatales, principalmente por atropellamiento, que ahí se presentaron por décadas.

Pero el Papanoa fue siempre, fundamentalmente, un restaurante de carretera; uno de esos espacios que los traileros hicieron suyos, gracias a la buena comida que ahí se servía, en el paso obligado hacia la capital del país.

El matrimonio de don Miguel Rodríguez y doña Porfiria Galeana, guerrerenses ambos, se asentó en Querétaro en 1969, apoyándose en la residencia aquí de un hermano de ella y buscando una mejor forma de vida par su familia. Don Miguel era de Acapulco, y doña Porfiria de un pueblo entre Tecpan de Galeana y Zihuatanejo, de nombre, precisamente, Papanoa.

Por eso, en honor a su lugar de origen, es que doña Porfiria decidió bautizar así al restaurante que ella misma atendió, cocinando diversos alimentos, pero con una especialidad que pronto dio frutos en abundante clientela: la cecina.

Aquel sencillo restaurante se volvió visita obligada para quienes circulaban por un Querétaro que, por entonces, era una ciudad de paso. En esos años del siglo veinte aún no se fincaba Lomas de Casa Blanca, y desde la orilla de la Carretera 57 podían divisarse, sin estorbos, las muchas cúpulas de la virreinal ciudad.

Unos tres años duró aquella aventura del matrimonio Rodríguez, hasta que las envidias por la buena marcha de un negocio fincado en aquella rica cecina, comprada en Santa Rosa Jáuregui y cocinada espléndidamente por doña Porfiria, obligaron al punto final. La pareja y sus hijos emigraron entonces a Nayarit, pero el negocio siguió ahí con idéntico nombre.

La ciudad crecería entonces, Lomas se iría convirtiendo en lo que hoy es, y el cruce de la carretera, justo enfrente del restaurante, se convirtió en espacio propicio para los accidentes. Ahí, frente al Papanoa, murieron muchísimas personas en su afán por cruzar hacia el centro la ciudad, o viniendo de él.

El Papanoa se convirtió así en una referencia trágica, mientras el restaurante se extinguía, pero nacían otras muchas cosas con su nombre: el puente peatonal, la gasolinera, y la zona en general. Por más que el entorno se transformó, El Papanoa siguió siendo un rumbo inconfundible de ubicación.

Hoy, justo donde estaba el restaurante, hay una refaccionaria, Querétaro es otro muy distinto y hasta los atropellamientos han disminuido sensiblemente ante el abrumador paso de vehículos en un área ya totalmente urbana. El Papanoa, sin embargo, se quedó para siempre en la imaginaria colectiva queretana, en un homenaje callado a doña Porfiria Galeana, y a aquel su pueblo guerrerense que se quedó aquí para siempre.