/ domingo 12 de agosto de 2018

Aquí Querétaro

En su interior se vive, quizá como en ningún otro sitio, la más pura mexicanidad. Ahí, en las entrañas de su mundo, sobrevive ese maravilloso sincretismo que nos caracteriza.

Los mercados, los populares de siempre, mantienen a los personajes que le dan color, y capturan los olores y colores característicos de una comunidad que en ellos ha encontrado, desde siempre, una forma particular de expresión.

Por más que tengamos hoy la oportunidad de acudir a una esquina para comprar, e incluso pagar los más diversos servicios, en una tienda de las llamadas de conveniencia, o aunque podamos asistir a esas grandes cadenas de origen norteamericano donde se encuentra casi de todo, los mercados tradicionales seguirán conteniendo, a diferencia de los espacios comerciales de nuestro tiempo, la esencia de lo que somos.

Entre la marchante, la tortillera, el carnicero y el cargador; entre la armoniosa convivencia de la jarciería con el puesto de hierbas, o la pollería con la florería, se va descubriendo buena parte de los que somos y lo que hemos sido. Ahí, en el espacio polifacético del mercado mexicano, mi generación encuentra también siempre suficientes razones para echar a volar los recuerdos y esbozar una sonrisa de nostalgia.

Y los mercados son igualmente la forma de sobrevivencia de muchos ciudadanos de bien, que dan una lucha constante, a brazo partido, contracorriente, a la vida, mucho más en estos tiempos donde la comodidad es una necesidad y las grandes inversiones una amenaza para los chicos.

Y en este nuestro Querétaro, por fortuna, aún tenemos algunos ejemplos destacados de mercado tradicional, aún conque éste se haya ido transformado con mejores y más cómodas instalaciones, e incluso conque haya mudado de residencia. Son los significados espacios del Escobedo, del de La Cruz, y del Tepetate.

Los dos primeros cambiaron de ubicación, de la hoy Plaza de la Constitución y de la de los Fundadores, a sus nuevas, y en su tiempo más confortables, instalaciones; el tercero se ha mantenido en su sitio de ya muchas décadas de existencia. Otros hay también, más jóvenes pero igualmente entrañables, como el de la Presidentes, por ejemplo.

Deambular por los pasillos de cualquiera de ellos es siempre un viaje al México, o al Querétaro, más profundo e intenso, y su importancia, no sólo comercial, sino social, es manifiesta para nuestra ciudad.

Vale recordarlo estos días en que dos de esos mercados han tenido que sufrir desastrosas calamidades. Primero el Escobedo, la noche del jueves, cuando el agua causó estragos en sus instalaciones, y de manera más lamentable, el del Tepetate, cuando la madrugada del viernes un incendio arrasó con el treinta por ciento de su construcción, causando daños irreversibles a quienes ahí contaban con un puesto para ganarse la vida.

Las desgracias siempre son lamentables, pero lo son aún más cuando pegan en el sentimiento mismo de un pueblo.

En su interior se vive, quizá como en ningún otro sitio, la más pura mexicanidad. Ahí, en las entrañas de su mundo, sobrevive ese maravilloso sincretismo que nos caracteriza.

Los mercados, los populares de siempre, mantienen a los personajes que le dan color, y capturan los olores y colores característicos de una comunidad que en ellos ha encontrado, desde siempre, una forma particular de expresión.

Por más que tengamos hoy la oportunidad de acudir a una esquina para comprar, e incluso pagar los más diversos servicios, en una tienda de las llamadas de conveniencia, o aunque podamos asistir a esas grandes cadenas de origen norteamericano donde se encuentra casi de todo, los mercados tradicionales seguirán conteniendo, a diferencia de los espacios comerciales de nuestro tiempo, la esencia de lo que somos.

Entre la marchante, la tortillera, el carnicero y el cargador; entre la armoniosa convivencia de la jarciería con el puesto de hierbas, o la pollería con la florería, se va descubriendo buena parte de los que somos y lo que hemos sido. Ahí, en el espacio polifacético del mercado mexicano, mi generación encuentra también siempre suficientes razones para echar a volar los recuerdos y esbozar una sonrisa de nostalgia.

Y los mercados son igualmente la forma de sobrevivencia de muchos ciudadanos de bien, que dan una lucha constante, a brazo partido, contracorriente, a la vida, mucho más en estos tiempos donde la comodidad es una necesidad y las grandes inversiones una amenaza para los chicos.

Y en este nuestro Querétaro, por fortuna, aún tenemos algunos ejemplos destacados de mercado tradicional, aún conque éste se haya ido transformado con mejores y más cómodas instalaciones, e incluso conque haya mudado de residencia. Son los significados espacios del Escobedo, del de La Cruz, y del Tepetate.

Los dos primeros cambiaron de ubicación, de la hoy Plaza de la Constitución y de la de los Fundadores, a sus nuevas, y en su tiempo más confortables, instalaciones; el tercero se ha mantenido en su sitio de ya muchas décadas de existencia. Otros hay también, más jóvenes pero igualmente entrañables, como el de la Presidentes, por ejemplo.

Deambular por los pasillos de cualquiera de ellos es siempre un viaje al México, o al Querétaro, más profundo e intenso, y su importancia, no sólo comercial, sino social, es manifiesta para nuestra ciudad.

Vale recordarlo estos días en que dos de esos mercados han tenido que sufrir desastrosas calamidades. Primero el Escobedo, la noche del jueves, cuando el agua causó estragos en sus instalaciones, y de manera más lamentable, el del Tepetate, cuando la madrugada del viernes un incendio arrasó con el treinta por ciento de su construcción, causando daños irreversibles a quienes ahí contaban con un puesto para ganarse la vida.

Las desgracias siempre son lamentables, pero lo son aún más cuando pegan en el sentimiento mismo de un pueblo.