/ domingo 26 de agosto de 2018

Aquí Querétaro

Le llaman “manteconchas”, porque son, efectivamente, una combinación entre una mantecada y una concha, y son actualmente el “hit”, el “boom”, la novedad de novedades en Querétaro y sus alrededores.

Las redes sociales, con ese toque que puede convertir un sapo en un príncipe con un millar de “likes”, con esa facilidad, o acaso complejidad, para hacer “viral” un tema, han hecho de las “manteconchas” un fenómeno que debe de estar provocando muy buenas ganancias a sus creadores. Un fenómeno, por otra parte, que acabará por extinguirse de un día para otro, como suele ser el estilo de estos tiempos cibernéticos que corren.

Antes de que eso suceda, se poblará Querétaro de copiones al más puro estilo chino, capaces de montarse, sin recato alguno, en la fama de otros, e irse por el camino fácil de la copia, de la reproducción, quizá con algunas variantes, de lo ideado por otros, así sea algo tan nimio y sencillo como una “manteconcha”.

Aunque, tal vez, las “manteconchas” queretanas, que dicen se venden muy cerquita de las instalaciones de esta casa editorial, tengan tanta suerte, o como usted quiera llamarle, como los churros de Margarita Gralia, que allá en San Miguel de Allende siguen provocando colas larguísimas, así se les pongan en los alrededores variadas muestras de churrerías.

Intento dilucidar, sin éxito, qué puede influir en los usuarios del Facebook y del Twitter como para interesarse con tanta pasión en un panecillo dulce como el que nos ocupa, que supongo empieza a sabernos a concha para después sabernos a mantecada. Sólo lo intento, porque no puedo explicar un fenómeno de las dimensiones del que se ha suscitado con este producto panadero, al parecer no descubierto por nadie hasta ahora.

¿Qué mueve a cualquiera de los miles que hacen cola frente al establecimiento que vende las “manteconchas” a colocarse ahí, con esa expectación sin límites, para después retratar su compra y subir la imagen a las redes sociales? ¿El curioso sabor del panecillo? ¿La admiración por sus creadores? ¿La necesidad de estar en la misma sintonía de las masas? ¿La simple y llana diversión? ¿La estupidez? Y no, no tengo del todo la respuesta, aunque acaso ésta sea una combinación de todas las interrogantes.

Me reconforta que alguien haya encontrado en este invento, muy seguramente a ritmo de chiripa, un muy buen negocio, y deseo sinceramente que pueda aprovecharlo mientras dure. ¿Qué daríamos, usted y yo, por tener de pronto entre las manos un producto de tales atractivos? ¿Qué diéramos por descubrir nuestra particular “manteconcha”?

A mí lo que me gustan son las conchas; las mantecadas no tanto, y la combinación nada. Pero si se me atraviesa una en el camino no dejaré de atenderla como ese fenómeno, curioso e inexplicable, en el que se ha convertido.

Habría que inventar un “chocoatole” o un “lecheponche” para acompañarla.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Me pregunto también qué hubiese pasado, por ejemplo, con los “tornillos” de “La Vienesa”, si por aquellos años de los sesentas y setentas las redes sociales hubieran estado presentes. Aquel delicioso pan, ideado por don Carlos Pacheco y por su hijo, quizá hubiese sido un fenómeno viral como el de las “manteconchas”. O quizá no.

La de don Carlos, panadero incansable y dedicado, fue una vida de trabajo constante, de madrugadas sin tregua, de ir y venir del horno a la tienda, de incluso cargar aquellos cestos panaderos de siempre. No tuvo en su existencia una “manteconcha” que provocara largas colas frente a su panadería en la calle de Guerrero, pero forjó un patrimonio para sus descendientes a base de tenacidad y esfuerzo.

Tengo muchas ganas de una pieza de “tornillo” recién salido del horno. Infinitas ganas más que de una “manteconcha”.

Le llaman “manteconchas”, porque son, efectivamente, una combinación entre una mantecada y una concha, y son actualmente el “hit”, el “boom”, la novedad de novedades en Querétaro y sus alrededores.

Las redes sociales, con ese toque que puede convertir un sapo en un príncipe con un millar de “likes”, con esa facilidad, o acaso complejidad, para hacer “viral” un tema, han hecho de las “manteconchas” un fenómeno que debe de estar provocando muy buenas ganancias a sus creadores. Un fenómeno, por otra parte, que acabará por extinguirse de un día para otro, como suele ser el estilo de estos tiempos cibernéticos que corren.

Antes de que eso suceda, se poblará Querétaro de copiones al más puro estilo chino, capaces de montarse, sin recato alguno, en la fama de otros, e irse por el camino fácil de la copia, de la reproducción, quizá con algunas variantes, de lo ideado por otros, así sea algo tan nimio y sencillo como una “manteconcha”.

Aunque, tal vez, las “manteconchas” queretanas, que dicen se venden muy cerquita de las instalaciones de esta casa editorial, tengan tanta suerte, o como usted quiera llamarle, como los churros de Margarita Gralia, que allá en San Miguel de Allende siguen provocando colas larguísimas, así se les pongan en los alrededores variadas muestras de churrerías.

Intento dilucidar, sin éxito, qué puede influir en los usuarios del Facebook y del Twitter como para interesarse con tanta pasión en un panecillo dulce como el que nos ocupa, que supongo empieza a sabernos a concha para después sabernos a mantecada. Sólo lo intento, porque no puedo explicar un fenómeno de las dimensiones del que se ha suscitado con este producto panadero, al parecer no descubierto por nadie hasta ahora.

¿Qué mueve a cualquiera de los miles que hacen cola frente al establecimiento que vende las “manteconchas” a colocarse ahí, con esa expectación sin límites, para después retratar su compra y subir la imagen a las redes sociales? ¿El curioso sabor del panecillo? ¿La admiración por sus creadores? ¿La necesidad de estar en la misma sintonía de las masas? ¿La simple y llana diversión? ¿La estupidez? Y no, no tengo del todo la respuesta, aunque acaso ésta sea una combinación de todas las interrogantes.

Me reconforta que alguien haya encontrado en este invento, muy seguramente a ritmo de chiripa, un muy buen negocio, y deseo sinceramente que pueda aprovecharlo mientras dure. ¿Qué daríamos, usted y yo, por tener de pronto entre las manos un producto de tales atractivos? ¿Qué diéramos por descubrir nuestra particular “manteconcha”?

A mí lo que me gustan son las conchas; las mantecadas no tanto, y la combinación nada. Pero si se me atraviesa una en el camino no dejaré de atenderla como ese fenómeno, curioso e inexplicable, en el que se ha convertido.

Habría que inventar un “chocoatole” o un “lecheponche” para acompañarla.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Me pregunto también qué hubiese pasado, por ejemplo, con los “tornillos” de “La Vienesa”, si por aquellos años de los sesentas y setentas las redes sociales hubieran estado presentes. Aquel delicioso pan, ideado por don Carlos Pacheco y por su hijo, quizá hubiese sido un fenómeno viral como el de las “manteconchas”. O quizá no.

La de don Carlos, panadero incansable y dedicado, fue una vida de trabajo constante, de madrugadas sin tregua, de ir y venir del horno a la tienda, de incluso cargar aquellos cestos panaderos de siempre. No tuvo en su existencia una “manteconcha” que provocara largas colas frente a su panadería en la calle de Guerrero, pero forjó un patrimonio para sus descendientes a base de tenacidad y esfuerzo.

Tengo muchas ganas de una pieza de “tornillo” recién salido del horno. Infinitas ganas más que de una “manteconcha”.