/ domingo 21 de octubre de 2018

Aquí Querétaro

La necesidad de tener una catedral mayor, o físicamente mejor, o más adecuada a las necesidades eclesiásticas, siempre ha estado presente en nuestra ciudad, incluso desde que se creó la Diócesis y se consideró como Catedral al hermoso templo de Santiago Apóstol, allá cuando el siglo diecinueve apenas había cruzado su ecuador.

No tardó demasiado, acaso un trienio, para que a don Ramón Camacho, el entonces Obispo, le echara el ojo a San Francisco, un templo mucho más amplio y monumental, que adicionalmente gozaba ya con un gran jardín al frente, a manera de atrio, luego de la destrucción, durante la entonces reciente Guerra de Reforma, de los templos que ahí se encontraban. Aquella ocupación, que duró más de cuatro décadas, no aminoró la lucha perenne de la Orden Franciscana por recuperar el templo que había servido de eje y corazón a la traza de la ciudad.

Así que un buen día de 1911 la Catedral queretana acabó por mudarse a la Congregación, donde no permaneció ni una década, pues en 1920 se trasladó al templo de San Felipe Neri, de bella construcción decimonónica y caracterizado por haber sido bendecido por el mismísimo Miguel Hidalgo y Costilla, para esa oportunidad párroco en la cercana población de Dolores.

Pero cada Obispo que hasta estas tierras llegaba tendía a buscar, como una de las prioridades que siempre se enlistaban, un espacio diferente para albergar a la Catedral, siempre teniendo como una de las soluciones el templo de San Francisco, que los franciscanos defendían, una y otra vez, en las más altas esferas del poder clerical en Roma.

En los años veinte del pasado siglo surgió por primera vez la idea de construir un templo nuevo, lo suficientemente amplio y majestuoso como para que sirviera de Catedral. Siendo Obispo don Manuel Rivera, se pensó en los anexos del exconvento de Santa Clara para la edificación y se arrasó con las construcciones que por ahí se encontraban, justo en la Calle Real, la más importante de la ciudad.

Pero se sobrevino la incertidumbre de la llamada Guerra Cristera, los recursos económicos escasearon, y las circunstancias se volvieron en contra del proyecto, así que todo se quedó en escombros y un espacio abierto al que no hubo más remedio que convertir en plaza pública. Fue así como surgió el Jardín Guerrero, con sus jardineras y su kiosco ya desaparecidos.

Varios fueron los obispos encargados de nuestra diócesis desde entonces, y por la cabeza de todos pasó el deseo de mudarse de casa a una más amplia. No faltaron los deseos de apropiarse de San Francisco para ese fin, ni tampoco los de hacerse a la empresa de construir, lo que siempre representó un sacrificio económico insalvable. Hasta hoy.

Hace algunos años, en tiempos muchos más benignos para el clero que los de Benito Juárez o los de Plutarco Elías Calles, la Diócesis logró hacerse de un terreno en las, por entonces, lejanías del llamado Centro Sur, hasta donde difícilmente los feligreses alcanzarían a llegar a misa. Eso, y el tema económico principalmente, habían hecho inviable la posibilidad de construir en ese lugar a las faldas del Cimatario la nueva catedral queretana.

La semana anterior, el Obispo Faustino Armendáriz anunció formalmente la construcción de esta nueva sede, luego de un concurso para escoger el proyecto más acorde a las necesidades, o los gustos, del jurado que se instaló con ese propósito.

La nueva Catedral de Querétaro, que podría iniciar su construcción el próximo año, cuenta entre otras características, con cuatro niveles, cinco mil metros cuadrados destinados a la nave principal, otros mil para el área de sacristía, un auditorio de dos mil metros, terraza, cafetería, amplísimo atrio de ocho mil metros cuadrados, salones, jardineras, cajones de estacionamiento para camiones y automóviles, oficinas, y la curiosidad de un acceso de, exactamente, treinta y tres metros de altura, en alusión a la edad de Cristo al morir.

La nueva Catedral, que, a decir del Obispo, podrá ser construida con “la generosidad del pueblo queretano”, albergará en su nave a unos tres mil feligreses y doscientos sacerdotes para las misas concelebradas, y ya con el atrio, para los eventos religiosos multitudinarios, se podrá dar cabida a unos cinco mil católicos más.

Repaso los datos y veo las imágenes de lo que será la construcción, luego, por esas necias casualidades de la cotidianidad, paso a observar las escenas de la triste y preocupante crisis migratoria en nuestra frontera sur. La vida, me digo, es absurda. Después recapacito: nosotros volvemos absurda a la vida.

La necesidad de tener una catedral mayor, o físicamente mejor, o más adecuada a las necesidades eclesiásticas, siempre ha estado presente en nuestra ciudad, incluso desde que se creó la Diócesis y se consideró como Catedral al hermoso templo de Santiago Apóstol, allá cuando el siglo diecinueve apenas había cruzado su ecuador.

No tardó demasiado, acaso un trienio, para que a don Ramón Camacho, el entonces Obispo, le echara el ojo a San Francisco, un templo mucho más amplio y monumental, que adicionalmente gozaba ya con un gran jardín al frente, a manera de atrio, luego de la destrucción, durante la entonces reciente Guerra de Reforma, de los templos que ahí se encontraban. Aquella ocupación, que duró más de cuatro décadas, no aminoró la lucha perenne de la Orden Franciscana por recuperar el templo que había servido de eje y corazón a la traza de la ciudad.

Así que un buen día de 1911 la Catedral queretana acabó por mudarse a la Congregación, donde no permaneció ni una década, pues en 1920 se trasladó al templo de San Felipe Neri, de bella construcción decimonónica y caracterizado por haber sido bendecido por el mismísimo Miguel Hidalgo y Costilla, para esa oportunidad párroco en la cercana población de Dolores.

Pero cada Obispo que hasta estas tierras llegaba tendía a buscar, como una de las prioridades que siempre se enlistaban, un espacio diferente para albergar a la Catedral, siempre teniendo como una de las soluciones el templo de San Francisco, que los franciscanos defendían, una y otra vez, en las más altas esferas del poder clerical en Roma.

En los años veinte del pasado siglo surgió por primera vez la idea de construir un templo nuevo, lo suficientemente amplio y majestuoso como para que sirviera de Catedral. Siendo Obispo don Manuel Rivera, se pensó en los anexos del exconvento de Santa Clara para la edificación y se arrasó con las construcciones que por ahí se encontraban, justo en la Calle Real, la más importante de la ciudad.

Pero se sobrevino la incertidumbre de la llamada Guerra Cristera, los recursos económicos escasearon, y las circunstancias se volvieron en contra del proyecto, así que todo se quedó en escombros y un espacio abierto al que no hubo más remedio que convertir en plaza pública. Fue así como surgió el Jardín Guerrero, con sus jardineras y su kiosco ya desaparecidos.

Varios fueron los obispos encargados de nuestra diócesis desde entonces, y por la cabeza de todos pasó el deseo de mudarse de casa a una más amplia. No faltaron los deseos de apropiarse de San Francisco para ese fin, ni tampoco los de hacerse a la empresa de construir, lo que siempre representó un sacrificio económico insalvable. Hasta hoy.

Hace algunos años, en tiempos muchos más benignos para el clero que los de Benito Juárez o los de Plutarco Elías Calles, la Diócesis logró hacerse de un terreno en las, por entonces, lejanías del llamado Centro Sur, hasta donde difícilmente los feligreses alcanzarían a llegar a misa. Eso, y el tema económico principalmente, habían hecho inviable la posibilidad de construir en ese lugar a las faldas del Cimatario la nueva catedral queretana.

La semana anterior, el Obispo Faustino Armendáriz anunció formalmente la construcción de esta nueva sede, luego de un concurso para escoger el proyecto más acorde a las necesidades, o los gustos, del jurado que se instaló con ese propósito.

La nueva Catedral de Querétaro, que podría iniciar su construcción el próximo año, cuenta entre otras características, con cuatro niveles, cinco mil metros cuadrados destinados a la nave principal, otros mil para el área de sacristía, un auditorio de dos mil metros, terraza, cafetería, amplísimo atrio de ocho mil metros cuadrados, salones, jardineras, cajones de estacionamiento para camiones y automóviles, oficinas, y la curiosidad de un acceso de, exactamente, treinta y tres metros de altura, en alusión a la edad de Cristo al morir.

La nueva Catedral, que, a decir del Obispo, podrá ser construida con “la generosidad del pueblo queretano”, albergará en su nave a unos tres mil feligreses y doscientos sacerdotes para las misas concelebradas, y ya con el atrio, para los eventos religiosos multitudinarios, se podrá dar cabida a unos cinco mil católicos más.

Repaso los datos y veo las imágenes de lo que será la construcción, luego, por esas necias casualidades de la cotidianidad, paso a observar las escenas de la triste y preocupante crisis migratoria en nuestra frontera sur. La vida, me digo, es absurda. Después recapacito: nosotros volvemos absurda a la vida.