/ domingo 2 de diciembre de 2018

Aquí Querétaro

Han pasado cuatro décadas desde aquellos tiempos en los que decían que Luis Echeverría no dormía y podía tener sesiones de horas y horas, casi sin pestañar y sin ir al baño. Mucho menos, acaso la mitad, de aquellos en los que el tradicional “besamanos” se presentaba cada toma de posesión o cada informe de gobierno.

De los primeros tengo recuerdos, por lógica, más lejanos, pero bastante claros; de entre ellos, una charla entre un cliente y un dependiente de establecimiento, en nuestro Centro Histórico, a escasos días de la conclusión del periodo echeverrista, donde contaban las horas y aludían también a las de la noche, “porque este desgraciado no duerme”, decían.

De los segundos sería imposible olvidarse, ya sea por las imágenes trasmitidas por la televisión, donde se veía al presidente en turno saludar y saludar a una interminable fila de personas que le estrechaban la mano y lo felicitaban por su informe a la Nación. No faltaba el comentario sobre las condiciones físicas de esa mano y ese brazo presidencial, al día siguiente, tras saludar a miles de personajes disímbolos a los que unía la socorrida práctica de la lambisconería.

Esa tradición recurrente, a la que se llamaba popularmente “besamanos”, se reproducía en toda la geografía nacional, y hacían uso de ella prácticamente todos los gobernantes en turno, desde gobernadores de Estados promisorios hasta presidentes municipales de alcaldía minúsculas.

Aquí en nuestro Querétaro siempre acontecía lo mismo: Tras el larguísimo informe de gobierno, donde las cifras, los logros y los autoelogios se amontonaban en la voz de un solo hombre, éste, quien no era otro que el Gobernador, se trasladaba hasta el Palacio de Gobierno, y ahí, generalmente al pie de la escalinata del inmueble, empezaba a estrechar manos de una fila eterna, que salía de las instalaciones y serpenteaba entre las jardineras de la plaza pública más cercana.

¿Qué tenía aquella práctica del “besamanos” que tanto éxito alcanzaba? ¿Cómo y por qué habría gente dispuesta a formarse por horas, aún bajo el sol o la lluvia, sólo para gozar el nimio momento, de apenas tres segundos, en donde se estrechaba la mano del gobernante?

Acaso todo se reducía a la posibilidad de que, aunque fuera por un instante, el mandamás pudiera reconocernos; de acercase al poder, así fuese apenas por lo que dura un suspiro.

No sé porqué me acordé de estas dos cosas, el echeverrismo y el “besamanos”, el día de ayer, como si fueran esas pequeñas cosas que nos trajeron un tiempo de rosas (estoy parafraseando a Serrat), y que se mantenían vivas en algún cajón, en algún rincón, en algún lugar de la memoria. Será tal vez que la toma de protesta de nuestro nuevo presidente me hizo recordarlas sin aparente justificación.

Han pasado cuatro décadas desde aquellos tiempos en los que decían que Luis Echeverría no dormía y podía tener sesiones de horas y horas, casi sin pestañar y sin ir al baño. Mucho menos, acaso la mitad, de aquellos en los que el tradicional “besamanos” se presentaba cada toma de posesión o cada informe de gobierno.

De los primeros tengo recuerdos, por lógica, más lejanos, pero bastante claros; de entre ellos, una charla entre un cliente y un dependiente de establecimiento, en nuestro Centro Histórico, a escasos días de la conclusión del periodo echeverrista, donde contaban las horas y aludían también a las de la noche, “porque este desgraciado no duerme”, decían.

De los segundos sería imposible olvidarse, ya sea por las imágenes trasmitidas por la televisión, donde se veía al presidente en turno saludar y saludar a una interminable fila de personas que le estrechaban la mano y lo felicitaban por su informe a la Nación. No faltaba el comentario sobre las condiciones físicas de esa mano y ese brazo presidencial, al día siguiente, tras saludar a miles de personajes disímbolos a los que unía la socorrida práctica de la lambisconería.

Esa tradición recurrente, a la que se llamaba popularmente “besamanos”, se reproducía en toda la geografía nacional, y hacían uso de ella prácticamente todos los gobernantes en turno, desde gobernadores de Estados promisorios hasta presidentes municipales de alcaldía minúsculas.

Aquí en nuestro Querétaro siempre acontecía lo mismo: Tras el larguísimo informe de gobierno, donde las cifras, los logros y los autoelogios se amontonaban en la voz de un solo hombre, éste, quien no era otro que el Gobernador, se trasladaba hasta el Palacio de Gobierno, y ahí, generalmente al pie de la escalinata del inmueble, empezaba a estrechar manos de una fila eterna, que salía de las instalaciones y serpenteaba entre las jardineras de la plaza pública más cercana.

¿Qué tenía aquella práctica del “besamanos” que tanto éxito alcanzaba? ¿Cómo y por qué habría gente dispuesta a formarse por horas, aún bajo el sol o la lluvia, sólo para gozar el nimio momento, de apenas tres segundos, en donde se estrechaba la mano del gobernante?

Acaso todo se reducía a la posibilidad de que, aunque fuera por un instante, el mandamás pudiera reconocernos; de acercase al poder, así fuese apenas por lo que dura un suspiro.

No sé porqué me acordé de estas dos cosas, el echeverrismo y el “besamanos”, el día de ayer, como si fueran esas pequeñas cosas que nos trajeron un tiempo de rosas (estoy parafraseando a Serrat), y que se mantenían vivas en algún cajón, en algún rincón, en algún lugar de la memoria. Será tal vez que la toma de protesta de nuestro nuevo presidente me hizo recordarlas sin aparente justificación.