/ domingo 16 de diciembre de 2018

Aquí Querétaro

Aquel diciembre de 1903 fue muy distinto, marcado por un acontecimiento inusual, que necesariamente acabó por trastocar las tradicionales celebraciones decembrinas. Aquel diciembre, con una intensa agenda de dos días, don Porfirio Díaz, presidente de la República, y su esposa, doña Carmen Romero Rubio, visitaron nuestra ciudad.

Don Porfirio vino a inaugurar en aquel diciembre la nueva línea del Ferrocarril Nacional Mexicano, cuya estación hoy conocemos, y admiramos, en la llamada “Otra Banda”, convertida en centro cultural en la calle Héroe de Nacozari. Curiosamente, sin embargo, el mandatario no pudo llegar ahí, pues no estaba concluida adecuadamente, sino que lo hizo a la antigua estación del Ferrocarril Central, en las inmediaciones de nuestra Alameda.

Digamos que aquella “inauguración” fue el pretexto para que el eterno presidente visitara una ciudad que lo aclamó sin medida durante las horas que aquí pasó, con muestras de afecto variadas, organización de diversos festejos, y adornos callejeros sin precedente.

A don Porfirio le acondicionaron, para que pasara su noche queretana, el entonces Palacio de Gobierno, ubicado en el número 70 de la céntrica calle Madero. Para ello, se elaboraron muebles especiales, gracias a las hábiles manos del ebanista Enrique Durán, se colocó un piano, para que doña Carmen pudiera tocarlo, y hasta se adquirió un lujoso coche (landó le llamaban) y un tiro de caballos para tirar de él. Poco lo disfrutaron los visitantes, pues en aquellos dos días, 20 y 21 de diciembre, se dedicaron a recorrer diversos sitios y asistir a muy variados eventos.

La ciudad se adornó como nunca para recibir al distinguido huésped, pues los vecinos engalanaron sus fachadas y diversas instituciones se encargaron de construir arcos efímeros para resaltar el paso presidencial. Uno de ellos en la propia estación Central, otros en las desembocaduras, norte y sur, de la Calzada Colón, otro frente a la Academia, y dos más en lo que hoy conocemos como las calles de Juárez y Madero.

Don Porfirio, recibido en la estación casi a las cuatro de la tarde el 20 de diciembre, recorrió las céntricas calles hasta llegar al Palacio de Gobierno entre vítores, flores y confeti, luego de escuchar la sentida alocución del Presidente Municipal, el Ing. Carlos Alcocer. Más tarde visitaría el Hospital Civil y el Hospicio Vergara, y asistiría, por la noche, a la serenata que en su honor se organizó en el Jardín Zenea. Todo ello, antes del banquete que el también eterno Gobernador, don Francisco González de Cosío, le ofreciera en el Palacio de Gobierno.

A la cena de aquella noche pudieron asistir 220 invitados, todos elegantemente ataviados, para escuchar a la orquesta Aguilar y Fuentes y a la Banda de Rurales del Estado, y degustar un delicioso menú que se presentaba, como indicaba la etiqueta, en francés y con el diseño de Manuel Sáenz de Sicilia y de don Germán Patiño, quien se convirtiera, con los años, en un ilustre protector del patrimonio queretano.

Nueve mil personas participaron, al día siguiente, en un desfile que recorrió las calles queretanas desde la Alameda hasta el propio Palacio, luego de que don Porfirio asistiera al hermosísimo exconvento agustino, al edificio de La Academia, al convento de La Cruz, al Colegio Civil y a la fábrica El Hércules. Se dice que, para hacer el recorrido hasta la fábrica textil, el presidente abordó un elegante carruaje, un “mail coach”, proporcionado por don Juan de Dios de la Mota.

Aquel 21 de diciembre, el personaje también acudiría, como fin de fiesta de su intensa agenda queretana, al Teatro Iturbide, donde fue partícipe de una animada kermes en la que hasta jugó con los involucrados.

Don José Rodríguez Familiar relata con detalle aquellos actos de diciembre de 1903 que marcaron el mes, el año y la década de los queretanos, en el tomo IV de su invaluable “Efemérides Queretanas”. Al leerlo, mientras se observa los adornos navideños de este año, uno se pregunta si no seguimos, los habitantes de esta ciudad, viviendo ese mundo de un siglo naciente que se negaba a enterrar a otro difunto.

Aquel diciembre de 1903 fue muy distinto, marcado por un acontecimiento inusual, que necesariamente acabó por trastocar las tradicionales celebraciones decembrinas. Aquel diciembre, con una intensa agenda de dos días, don Porfirio Díaz, presidente de la República, y su esposa, doña Carmen Romero Rubio, visitaron nuestra ciudad.

Don Porfirio vino a inaugurar en aquel diciembre la nueva línea del Ferrocarril Nacional Mexicano, cuya estación hoy conocemos, y admiramos, en la llamada “Otra Banda”, convertida en centro cultural en la calle Héroe de Nacozari. Curiosamente, sin embargo, el mandatario no pudo llegar ahí, pues no estaba concluida adecuadamente, sino que lo hizo a la antigua estación del Ferrocarril Central, en las inmediaciones de nuestra Alameda.

Digamos que aquella “inauguración” fue el pretexto para que el eterno presidente visitara una ciudad que lo aclamó sin medida durante las horas que aquí pasó, con muestras de afecto variadas, organización de diversos festejos, y adornos callejeros sin precedente.

A don Porfirio le acondicionaron, para que pasara su noche queretana, el entonces Palacio de Gobierno, ubicado en el número 70 de la céntrica calle Madero. Para ello, se elaboraron muebles especiales, gracias a las hábiles manos del ebanista Enrique Durán, se colocó un piano, para que doña Carmen pudiera tocarlo, y hasta se adquirió un lujoso coche (landó le llamaban) y un tiro de caballos para tirar de él. Poco lo disfrutaron los visitantes, pues en aquellos dos días, 20 y 21 de diciembre, se dedicaron a recorrer diversos sitios y asistir a muy variados eventos.

La ciudad se adornó como nunca para recibir al distinguido huésped, pues los vecinos engalanaron sus fachadas y diversas instituciones se encargaron de construir arcos efímeros para resaltar el paso presidencial. Uno de ellos en la propia estación Central, otros en las desembocaduras, norte y sur, de la Calzada Colón, otro frente a la Academia, y dos más en lo que hoy conocemos como las calles de Juárez y Madero.

Don Porfirio, recibido en la estación casi a las cuatro de la tarde el 20 de diciembre, recorrió las céntricas calles hasta llegar al Palacio de Gobierno entre vítores, flores y confeti, luego de escuchar la sentida alocución del Presidente Municipal, el Ing. Carlos Alcocer. Más tarde visitaría el Hospital Civil y el Hospicio Vergara, y asistiría, por la noche, a la serenata que en su honor se organizó en el Jardín Zenea. Todo ello, antes del banquete que el también eterno Gobernador, don Francisco González de Cosío, le ofreciera en el Palacio de Gobierno.

A la cena de aquella noche pudieron asistir 220 invitados, todos elegantemente ataviados, para escuchar a la orquesta Aguilar y Fuentes y a la Banda de Rurales del Estado, y degustar un delicioso menú que se presentaba, como indicaba la etiqueta, en francés y con el diseño de Manuel Sáenz de Sicilia y de don Germán Patiño, quien se convirtiera, con los años, en un ilustre protector del patrimonio queretano.

Nueve mil personas participaron, al día siguiente, en un desfile que recorrió las calles queretanas desde la Alameda hasta el propio Palacio, luego de que don Porfirio asistiera al hermosísimo exconvento agustino, al edificio de La Academia, al convento de La Cruz, al Colegio Civil y a la fábrica El Hércules. Se dice que, para hacer el recorrido hasta la fábrica textil, el presidente abordó un elegante carruaje, un “mail coach”, proporcionado por don Juan de Dios de la Mota.

Aquel 21 de diciembre, el personaje también acudiría, como fin de fiesta de su intensa agenda queretana, al Teatro Iturbide, donde fue partícipe de una animada kermes en la que hasta jugó con los involucrados.

Don José Rodríguez Familiar relata con detalle aquellos actos de diciembre de 1903 que marcaron el mes, el año y la década de los queretanos, en el tomo IV de su invaluable “Efemérides Queretanas”. Al leerlo, mientras se observa los adornos navideños de este año, uno se pregunta si no seguimos, los habitantes de esta ciudad, viviendo ese mundo de un siglo naciente que se negaba a enterrar a otro difunto.