/ domingo 20 de enero de 2019

Aquí Querétaro

“Al este y al oeste, llueve y lloverá”, rezan los versos, “una flor y otra flor celeste del Jacarandá”.

Pretoria, en Sudáfrica, es conocida como “la ciudad de las jacarandas”, precisamente por la profusión en sus calles y plazas de ese árbol, la Jacaranda, oriunda de Sudamérica, concretamente de Bolivia y Argentina, que se ha convertido también en el árbol ornamental por antonomasia de Canarias.

La Jacaranda es un árbol especial, distinto y atractivo, que tapiza sus ramas, y el suelo a su alrededor, con el color azul violeta de sus flores, convirtiéndose, como diría Sasha Sokol, “en alfombra y nube a la vez”.

De tronco encorvado, copa ancha y follaje plumoso, la Jacarando mimosifolia produce unos frutos que parecen castañuelas, cápsulas redondeadas y aplastadas, de donde se liberan unas semillas muy pequeñas y aplanadas con forma de corazón, como si de ello, de corazón, estuviera echa la planta toda.

Pero más allá de estos frutos, que en México no suelen utilizarse en nada, pero que en Paraguay son aprovechados en las artesanías regionales, y de sus hojas bipinnadas, que tienen bondades astringentes y diuréticas, las Jacarandas son famosas por su flor.

Una flor abundante y vistosa en forma de campana, que termina en cinco lóbulos, y que se da en racimos tan numerosos que suelen tapizar su follaje y también el suelo alrededor, convirtiendo todo en un espectáculo visual de hermosura manifiesta. Aunque, eso sí, suele complicar las cosas cuando hay un drenaje cerca.

Aunque la Jacaranda puede resistir periodos no muy prolongados de frío o de calor, se da de manera más evidente en climas templados, como el que solemos gozar durante buena parte del año en Querétaro, y anuncia la llegada de la primavera con la aparición de sus espectaculares y nutridas flores.

Si es que el árbol florece, porque, efectivamente, no siempre lo hace. No hay una razón científicamente comprobable de ello, pero es un hecho que el árbol puede florecer o no, o dejar de hacerlo sin aviso previo. Por eso siempre representa un bello milagro de la naturaleza el que veamos, como solemos ver en varios sitios de nuestra ciudad, a las Jacarandas en flor.

Uno de esos sitios era el Boulevard Bernardo Quintana, donde, ubicadas en los camellones central y laterales, nos regalaban, no hace mucho tiempo todavía, paisajes excepcionales al paso vehicular; al grado de que un libramiento tan sin alma como ese, de pronto, en primavera, la adquiría para beneplácito de los queretanos y admiración de los visitantes.

En mi retina quedará para siempre esa imagen de las Jacarandas en flor al paso por Bernardo Quintana, recordándome que la vida siempre es un milagro, y que ahí sigue siempre, a pesar de las calamidades que pueden rodearla.

Hace algunas administraciones gubernamentales, empezaron a quitarlas para darle paso a una mayor eficiencia en el tráfico vehicular y sus conexiones, y con ello nos fueron privando de un poquito de alma citadina y arrebatándonos, en pro de la modernidad y la movilidad, la magia de su colorida presencia.

Hoy están arremetiendo, otra vez, contra ellas. De nuevo con las mismas razones de movilidad en una ciudad que crece y se desborda, y donde no hay cabida para el sentimentalismo; en un mundo donde la belleza natural parece reñida con la practicidad y donde la imaginación de quienes debieran enlazarlas no existe.

Acaso Bernardo Quintana se volverá mejor vialidad. Acaso los coches que abundan en la ciudad tendrán un mejor piso para circular. Acaso… Pero la magia y la belleza siguen siendo asesinadas sin piedad, gracias a que hoy está en vías de extinción, como las Jacarandas queretanas, una virtud menospreciada y aparentemente inútil: la sensibilidad.

El recuerdo de aquellas Jacarandas en flor se acrecienta en mi mente, mientras me digo que para estas vialidades modernas queretanas no habrá poeta que les cante, así como un día, para lo que hoy se hace madera, escribiera Alberto Ruy Sánchez: “La flor de la Jacaranda es una copa sonriente, algo torcida, como un beso que se vuelve mordida”.


“Al este y al oeste, llueve y lloverá”, rezan los versos, “una flor y otra flor celeste del Jacarandá”.

Pretoria, en Sudáfrica, es conocida como “la ciudad de las jacarandas”, precisamente por la profusión en sus calles y plazas de ese árbol, la Jacaranda, oriunda de Sudamérica, concretamente de Bolivia y Argentina, que se ha convertido también en el árbol ornamental por antonomasia de Canarias.

La Jacaranda es un árbol especial, distinto y atractivo, que tapiza sus ramas, y el suelo a su alrededor, con el color azul violeta de sus flores, convirtiéndose, como diría Sasha Sokol, “en alfombra y nube a la vez”.

De tronco encorvado, copa ancha y follaje plumoso, la Jacarando mimosifolia produce unos frutos que parecen castañuelas, cápsulas redondeadas y aplastadas, de donde se liberan unas semillas muy pequeñas y aplanadas con forma de corazón, como si de ello, de corazón, estuviera echa la planta toda.

Pero más allá de estos frutos, que en México no suelen utilizarse en nada, pero que en Paraguay son aprovechados en las artesanías regionales, y de sus hojas bipinnadas, que tienen bondades astringentes y diuréticas, las Jacarandas son famosas por su flor.

Una flor abundante y vistosa en forma de campana, que termina en cinco lóbulos, y que se da en racimos tan numerosos que suelen tapizar su follaje y también el suelo alrededor, convirtiendo todo en un espectáculo visual de hermosura manifiesta. Aunque, eso sí, suele complicar las cosas cuando hay un drenaje cerca.

Aunque la Jacaranda puede resistir periodos no muy prolongados de frío o de calor, se da de manera más evidente en climas templados, como el que solemos gozar durante buena parte del año en Querétaro, y anuncia la llegada de la primavera con la aparición de sus espectaculares y nutridas flores.

Si es que el árbol florece, porque, efectivamente, no siempre lo hace. No hay una razón científicamente comprobable de ello, pero es un hecho que el árbol puede florecer o no, o dejar de hacerlo sin aviso previo. Por eso siempre representa un bello milagro de la naturaleza el que veamos, como solemos ver en varios sitios de nuestra ciudad, a las Jacarandas en flor.

Uno de esos sitios era el Boulevard Bernardo Quintana, donde, ubicadas en los camellones central y laterales, nos regalaban, no hace mucho tiempo todavía, paisajes excepcionales al paso vehicular; al grado de que un libramiento tan sin alma como ese, de pronto, en primavera, la adquiría para beneplácito de los queretanos y admiración de los visitantes.

En mi retina quedará para siempre esa imagen de las Jacarandas en flor al paso por Bernardo Quintana, recordándome que la vida siempre es un milagro, y que ahí sigue siempre, a pesar de las calamidades que pueden rodearla.

Hace algunas administraciones gubernamentales, empezaron a quitarlas para darle paso a una mayor eficiencia en el tráfico vehicular y sus conexiones, y con ello nos fueron privando de un poquito de alma citadina y arrebatándonos, en pro de la modernidad y la movilidad, la magia de su colorida presencia.

Hoy están arremetiendo, otra vez, contra ellas. De nuevo con las mismas razones de movilidad en una ciudad que crece y se desborda, y donde no hay cabida para el sentimentalismo; en un mundo donde la belleza natural parece reñida con la practicidad y donde la imaginación de quienes debieran enlazarlas no existe.

Acaso Bernardo Quintana se volverá mejor vialidad. Acaso los coches que abundan en la ciudad tendrán un mejor piso para circular. Acaso… Pero la magia y la belleza siguen siendo asesinadas sin piedad, gracias a que hoy está en vías de extinción, como las Jacarandas queretanas, una virtud menospreciada y aparentemente inútil: la sensibilidad.

El recuerdo de aquellas Jacarandas en flor se acrecienta en mi mente, mientras me digo que para estas vialidades modernas queretanas no habrá poeta que les cante, así como un día, para lo que hoy se hace madera, escribiera Alberto Ruy Sánchez: “La flor de la Jacaranda es una copa sonriente, algo torcida, como un beso que se vuelve mordida”.