/ domingo 17 de febrero de 2019

Aquí Querétaro

La miel escurre por las pantallas, como si brotara de un panal de abejas y no de una red social. El olor dulzón del ambiente parece llenarlo todo, a paso del joven con un gran globo por la calle, de los vendedores de flores en las equinas, de los corazoncitos pintados en los ventanales de los comercios.

La fiebre de San Valentín nos ha caído de peso en estas tierras y estas comunidades donde, apenas hace algunos años, era más bien ajeno; aquí donde cualquier pretexto es bueno para vender, así sean chocolates.

¿Quién lo diría?, pero hoy olvidarse del cada vez más popular Día del Amor y la Amistad puede significar un grave disgusto y hasta el inicio de un rompimiento sentimental; un agravio para quien considera la fecha la oportunidad de demostrar materialmente lo que debió hacer evidente con hechos los más de trescientos días anteriores.

El 14 de febrero se celebra, cada año, a San Valentín, y aunque existen tres santos con ese mismo nombre, uno que fue obispo de Terni y otro que fue martirizado en África, se relaciona la fecha y lo que la envuelve, con quién durante la persecución cristiana, desafiando al emperador Claudio II, quién quería que los jóvenes se mantuvieran solteros para ser mejores soldados, casaba en secreto a las parejas de enamorados.

Fue el Papa Gelasio quien decidió honrar al santo en esta fecha, allá por fines del siglo quinto, pero también se dice que el calendario fue hecho coincidir por aquella creencia medieval de que precisamente en estas fechas de mediados de febrero es cuando las aves escogen pareja.

Desde luego, nada se parecen los tiempos del patrón de los enamorados con estos que hoy corren, donde los protagonistas de las historias cotidianas de amor pueden ser de los más diversos gustos y preferencias, y donde, sobre todo, el comercio ha sentado sus reales, como en casi todas las cosas de la vida moderna.

Para la cultura anglosajona el día de San Valentín es muy importante, tanto que los solteros pueden ser objeto de acusadas depresiones y las novias provocar broncas mayúsculas por el imperdonable olvido de la fecha por parte de su pareja. Esa cultura que parece permear, cada vez más e inevitablemente, en la nuestra.

Tanto, que este año sí llegué a escuchar de manifestaciones de depresión y tristeza, de enojos manifiestos y celebraciones rimbombantes. Tanto, que el comercio pareció desbordarse en ofertas y algunos espacios se llenaron de corazones y frases cursis con semanas de antelación. Tanto, que las redes sociales se volvieron dulce y se multiplicaron las fotografías de pareja en poses dignas del olvido.

Y es que hoy, San Valentín, o el Día del Amor y la Amistad, ganó la batalla por convertirse en importante. No dejo de preocuparme por que, con el tiempo, se vuelva inobjetable.

La miel escurre por las pantallas, como si brotara de un panal de abejas y no de una red social. El olor dulzón del ambiente parece llenarlo todo, a paso del joven con un gran globo por la calle, de los vendedores de flores en las equinas, de los corazoncitos pintados en los ventanales de los comercios.

La fiebre de San Valentín nos ha caído de peso en estas tierras y estas comunidades donde, apenas hace algunos años, era más bien ajeno; aquí donde cualquier pretexto es bueno para vender, así sean chocolates.

¿Quién lo diría?, pero hoy olvidarse del cada vez más popular Día del Amor y la Amistad puede significar un grave disgusto y hasta el inicio de un rompimiento sentimental; un agravio para quien considera la fecha la oportunidad de demostrar materialmente lo que debió hacer evidente con hechos los más de trescientos días anteriores.

El 14 de febrero se celebra, cada año, a San Valentín, y aunque existen tres santos con ese mismo nombre, uno que fue obispo de Terni y otro que fue martirizado en África, se relaciona la fecha y lo que la envuelve, con quién durante la persecución cristiana, desafiando al emperador Claudio II, quién quería que los jóvenes se mantuvieran solteros para ser mejores soldados, casaba en secreto a las parejas de enamorados.

Fue el Papa Gelasio quien decidió honrar al santo en esta fecha, allá por fines del siglo quinto, pero también se dice que el calendario fue hecho coincidir por aquella creencia medieval de que precisamente en estas fechas de mediados de febrero es cuando las aves escogen pareja.

Desde luego, nada se parecen los tiempos del patrón de los enamorados con estos que hoy corren, donde los protagonistas de las historias cotidianas de amor pueden ser de los más diversos gustos y preferencias, y donde, sobre todo, el comercio ha sentado sus reales, como en casi todas las cosas de la vida moderna.

Para la cultura anglosajona el día de San Valentín es muy importante, tanto que los solteros pueden ser objeto de acusadas depresiones y las novias provocar broncas mayúsculas por el imperdonable olvido de la fecha por parte de su pareja. Esa cultura que parece permear, cada vez más e inevitablemente, en la nuestra.

Tanto, que este año sí llegué a escuchar de manifestaciones de depresión y tristeza, de enojos manifiestos y celebraciones rimbombantes. Tanto, que el comercio pareció desbordarse en ofertas y algunos espacios se llenaron de corazones y frases cursis con semanas de antelación. Tanto, que las redes sociales se volvieron dulce y se multiplicaron las fotografías de pareja en poses dignas del olvido.

Y es que hoy, San Valentín, o el Día del Amor y la Amistad, ganó la batalla por convertirse en importante. No dejo de preocuparme por que, con el tiempo, se vuelva inobjetable.