/ domingo 24 de febrero de 2019

Aquí Querétaro

Cuentan las añejas crónicas que el cinematógrafo llegó hasta Querétaro cuando el siglo veinte apenas nacía, y que las primeras proyecciones se dieron en un local de la hoy céntrica calle de Juárez, donde muchos años después se instalaría una agencia automotriz, y luego las oficinas de la Comisión Federal de Electricidad.

Con el paso de los años, la sociedad queretana fue trocando aquella primera sensación de conocer el nuevo invento por la cotidianidad de tenerlo a la mano, gracias a la existencia de una sala cinematográfica, a apenas unos pasos del lugar de la primera proyección, alrededor de la cual se fincó el esparcimiento de los habitantes de la, por entonces tranquila, ciudad de Querétaro.

Esta sala, ubicada en la misma calle de Juárez y frente a la esquina norponiente de la Plaza de Abajo, que hoy conocemos como Jardín Zenea, fue conocida como el Cine Goya, y finalmente fue reducida a escombros cuando las autoridades decidieron modernizar a Querétaro y crear la calle de 16 de Septiembre, desde el céntrico jardín y hasta la calle de Guerrero.

Vendrían más tarde, desde luego, otras salas cinematográficas para una ciudad que no podía estar ajena al séptimo arte. Así fue como se construyeron los edificios del Cine Plaza, en lo que hoy es una tienda departamental, calle de por medio con San Francisco, y el Alameda, cuya fachada quedó inconclusa eternamente. Después se edificaría, como el Alameda en la calle 16 de Septiembre, el cine Reforma.

Estos tres cines: el Plaza, el Alameda y el Reforma, constituirían la distracción habitual de los queretanos por varias décadas del siglo veinte, hasta que otras salas empezaron a aparecer: El Premier 70, en Corregidora, o el Cinema 2000, allá donde Tecnológico se topaba con la hoy Avenida Constituyentes. Luego aparecerían las modernas instalaciones de cines “gemelos” en las plazas comerciales.

Salvo el Goya, que había sido ya sido demolido cuando nací, tuve la oportunidad de conocer a todos los demás; de vivir las matinés en el Plaza, de recorrer las instalaciones remodeladas del Reforma y hasta de subir a la gayola del Alameda. Muchas películas ví en el Cinema 2000 en la segunda mitad de los setentas, y algunas otras en el Premier.

Me acordé de estas viejas salas, casi todas desaparecidas, justo hoy que se celebra una nueva entrega de los premios Oscar en la que es protagonista el cine mexicano con esa extraordinaria cinta que es Roma. Me acordé de aquellas películas que iniciaban programación en jueves y terminaban al miércoles siguiente, de los programas dobles, de las matinés, de las pepitas que vendían afuera, de los telones que se abrían poco a poco y de los gritos constantes de “¡cácaro!”

ACOTACIÓN AL MARGEN

Mirando las redes sociales uno descubre de inmediato el aprecio que muchísima gente tenía por Mauricio de la Vega, extraordinario fotógrafo y ser humano excepcional.

Hace apenas unos días acabó perdiendo la batalla con esa terrible enfermedad a la que le plantó cara con optimismo y agallas.

Buena parte de los momentos más importantes de mi vida contaron con la colaboración, siempre callada y profesional, de Mauricio, poseedor de una sonrisa transparente y un carácter que incitaba a la paz.

Muchas son las razones por las que Mauricio de la Vega permanecerá por siempre en nuestros corazones. Una de ellas es la calidad de su trabajo profesional, a través de su obra que se queda; otra, su enorme capacidad para el trato amable y la amistad sincera. Pero creo que el motivo más relevante para recordarlo es ese ejemplo de entereza que dio ante la adversidad, esa cara positiva ante la calamidad, esa tenacidad en la lucha, esa fortaleza frente a la desgracia, esa nobleza para mostrar, sin tapujos, su aprendizaje ante el infortunio.

Hasta siempre, Mauricio.

Cuentan las añejas crónicas que el cinematógrafo llegó hasta Querétaro cuando el siglo veinte apenas nacía, y que las primeras proyecciones se dieron en un local de la hoy céntrica calle de Juárez, donde muchos años después se instalaría una agencia automotriz, y luego las oficinas de la Comisión Federal de Electricidad.

Con el paso de los años, la sociedad queretana fue trocando aquella primera sensación de conocer el nuevo invento por la cotidianidad de tenerlo a la mano, gracias a la existencia de una sala cinematográfica, a apenas unos pasos del lugar de la primera proyección, alrededor de la cual se fincó el esparcimiento de los habitantes de la, por entonces tranquila, ciudad de Querétaro.

Esta sala, ubicada en la misma calle de Juárez y frente a la esquina norponiente de la Plaza de Abajo, que hoy conocemos como Jardín Zenea, fue conocida como el Cine Goya, y finalmente fue reducida a escombros cuando las autoridades decidieron modernizar a Querétaro y crear la calle de 16 de Septiembre, desde el céntrico jardín y hasta la calle de Guerrero.

Vendrían más tarde, desde luego, otras salas cinematográficas para una ciudad que no podía estar ajena al séptimo arte. Así fue como se construyeron los edificios del Cine Plaza, en lo que hoy es una tienda departamental, calle de por medio con San Francisco, y el Alameda, cuya fachada quedó inconclusa eternamente. Después se edificaría, como el Alameda en la calle 16 de Septiembre, el cine Reforma.

Estos tres cines: el Plaza, el Alameda y el Reforma, constituirían la distracción habitual de los queretanos por varias décadas del siglo veinte, hasta que otras salas empezaron a aparecer: El Premier 70, en Corregidora, o el Cinema 2000, allá donde Tecnológico se topaba con la hoy Avenida Constituyentes. Luego aparecerían las modernas instalaciones de cines “gemelos” en las plazas comerciales.

Salvo el Goya, que había sido ya sido demolido cuando nací, tuve la oportunidad de conocer a todos los demás; de vivir las matinés en el Plaza, de recorrer las instalaciones remodeladas del Reforma y hasta de subir a la gayola del Alameda. Muchas películas ví en el Cinema 2000 en la segunda mitad de los setentas, y algunas otras en el Premier.

Me acordé de estas viejas salas, casi todas desaparecidas, justo hoy que se celebra una nueva entrega de los premios Oscar en la que es protagonista el cine mexicano con esa extraordinaria cinta que es Roma. Me acordé de aquellas películas que iniciaban programación en jueves y terminaban al miércoles siguiente, de los programas dobles, de las matinés, de las pepitas que vendían afuera, de los telones que se abrían poco a poco y de los gritos constantes de “¡cácaro!”

ACOTACIÓN AL MARGEN

Mirando las redes sociales uno descubre de inmediato el aprecio que muchísima gente tenía por Mauricio de la Vega, extraordinario fotógrafo y ser humano excepcional.

Hace apenas unos días acabó perdiendo la batalla con esa terrible enfermedad a la que le plantó cara con optimismo y agallas.

Buena parte de los momentos más importantes de mi vida contaron con la colaboración, siempre callada y profesional, de Mauricio, poseedor de una sonrisa transparente y un carácter que incitaba a la paz.

Muchas son las razones por las que Mauricio de la Vega permanecerá por siempre en nuestros corazones. Una de ellas es la calidad de su trabajo profesional, a través de su obra que se queda; otra, su enorme capacidad para el trato amable y la amistad sincera. Pero creo que el motivo más relevante para recordarlo es ese ejemplo de entereza que dio ante la adversidad, esa cara positiva ante la calamidad, esa tenacidad en la lucha, esa fortaleza frente a la desgracia, esa nobleza para mostrar, sin tapujos, su aprendizaje ante el infortunio.

Hasta siempre, Mauricio.