/ domingo 29 de diciembre de 2019

Aquí Querétaro

De Salsipuedes o Las Malfajadas a nombres absolutamente tradicionales, generalizados en todo el país, de personajes de nuestra historia. De Camino a Mompaní a Paseo Querétaro, o en el colmo de la falta de imaginación, de Constitución a 5 de Febrero.

A los queretanos nos encanta cambiar el nombre de nuestras calles. A veces para asumir un extraño rol de modernidad, y otras, las más curiosas, para tratar de dejar una constancia del paso de una administración pública, o de un personaje político en particular. Nos oponemos a rendir tributo -o algunos lo hacen- a personajes de enorme valía, pero insistimos en reiterar nombres trillados, una y otra vez.

Así, Querétaro, Conín, Constitución, Fray Junípero, Corregidora, Josefa Ortiz de Domínguez, y otros nombres tan nuestros, se repiten aquí y allá, como si fuésemos padres amorosos tratando de perpetuar nuestros propios apelativos, así sean los más feos, en nuestros herederos.

Hace unos días leía en la prensa local que llamaban a la Avenida Cinco de Febrero, a la altura del Acceso IV del Parque Industrial Benito Juárez, como “Paseo Central”, imitando una avenida de tan significativo e imaginativo nombre en San Juan del Río. Es decir, un nombre intermedio entre 5 de Febrero y el llamado Paseo de la República, como lo rebautizaron de Jurica para Santa Rosa Jáuregui.

Huelga decir que antes esa mismísima vialidad era la Carretera a San Luis Potosí, luego la Carretera Constitución, y más tarde, la Avenida Cinco de Febrero, antes de que en su extremo norte decidieran bautizarla como Paseo de la República. Aunque casi puedo asegurar que no, ignoro si el citado “Paseo Central” exista, pero el caso es que nos gusta cambiar nombres, oficialmente, y como es el caso, hasta extraoficialmente.

En mi niñez viví en una calle que se llamaba, según consta en los documentos de la época, Carretera a San Miguel de Allende. Luego esa misma calle se llamó Circunvalación, y más tarde, creo que Prolongación Tecnológico. Ahora vivo junto a lo que, hace años, era la Carretera Panamericana, que se transformó en Avenida Constituyentes, y luego, en su punto más al poniente, en Paseo Constituyentes. A fin de cuentas, ambas, exactamente las mismas vialidades, solo que con el nombre propio de los tiempos, de la moda, del capricho, o de qué se yo.

Es como si cada nueva obra necesitara, a la fuerza, de un nuevo nombre. Como si tuviésemos que reinventarnos a cada arreglo de fachada, pretendiendo dejar de ser lo que siempre seremos.

De Salsipuedes o Las Malfajadas a nombres absolutamente tradicionales, generalizados en todo el país, de personajes de nuestra historia. De Camino a Mompaní a Paseo Querétaro, o en el colmo de la falta de imaginación, de Constitución a 5 de Febrero.

A los queretanos nos encanta cambiar el nombre de nuestras calles. A veces para asumir un extraño rol de modernidad, y otras, las más curiosas, para tratar de dejar una constancia del paso de una administración pública, o de un personaje político en particular. Nos oponemos a rendir tributo -o algunos lo hacen- a personajes de enorme valía, pero insistimos en reiterar nombres trillados, una y otra vez.

Así, Querétaro, Conín, Constitución, Fray Junípero, Corregidora, Josefa Ortiz de Domínguez, y otros nombres tan nuestros, se repiten aquí y allá, como si fuésemos padres amorosos tratando de perpetuar nuestros propios apelativos, así sean los más feos, en nuestros herederos.

Hace unos días leía en la prensa local que llamaban a la Avenida Cinco de Febrero, a la altura del Acceso IV del Parque Industrial Benito Juárez, como “Paseo Central”, imitando una avenida de tan significativo e imaginativo nombre en San Juan del Río. Es decir, un nombre intermedio entre 5 de Febrero y el llamado Paseo de la República, como lo rebautizaron de Jurica para Santa Rosa Jáuregui.

Huelga decir que antes esa mismísima vialidad era la Carretera a San Luis Potosí, luego la Carretera Constitución, y más tarde, la Avenida Cinco de Febrero, antes de que en su extremo norte decidieran bautizarla como Paseo de la República. Aunque casi puedo asegurar que no, ignoro si el citado “Paseo Central” exista, pero el caso es que nos gusta cambiar nombres, oficialmente, y como es el caso, hasta extraoficialmente.

En mi niñez viví en una calle que se llamaba, según consta en los documentos de la época, Carretera a San Miguel de Allende. Luego esa misma calle se llamó Circunvalación, y más tarde, creo que Prolongación Tecnológico. Ahora vivo junto a lo que, hace años, era la Carretera Panamericana, que se transformó en Avenida Constituyentes, y luego, en su punto más al poniente, en Paseo Constituyentes. A fin de cuentas, ambas, exactamente las mismas vialidades, solo que con el nombre propio de los tiempos, de la moda, del capricho, o de qué se yo.

Es como si cada nueva obra necesitara, a la fuerza, de un nuevo nombre. Como si tuviésemos que reinventarnos a cada arreglo de fachada, pretendiendo dejar de ser lo que siempre seremos.