/ domingo 26 de abril de 2020

Aquí Querétaro

Con la conclusión del mes de mayo de 1893, finalmente, se le dio carpetazo a la lucha en contra del tifo en nuestra ciudad. El hecho que, de alguna manera concluyó con ese episodio que tantas muertes causó a lo largo del país, se dio cuando concluyeron las funciones del médico encargado de atender exclusivamente a los “tifosos“ en el Hospital Civil, que quedó en las manos administrativas del director general del nosocomio, instalado entonces en el ex convento de Santa Rosa de Viterbo. El Tifo, sin embargo, mantuvo su presencia en México, de manera endémica, hasta mediados del siglo XX.

El de Santa Rosa fue, tras la imposibilidad de cristalizar el proyecto de construcción de un nuevo hospital fuera del casco urbano de la ciudad, la continuidad más viable al antiguo hospital de los Hipólitos, el llamado Hospital Real de la Limpia Concepción, que había sido erigido por Diego de Tapia, el hijo del fundador de Querétaro, en un solar de su propiedad, que no era otro que lo que hoy es la esquina de Madero (la Calle Real”) y Allende.

Todavía antes, apenas con la traza misma de la ciudad, realizada por don Fernando de Tapia, llamado antes Conín, y don Juan Sánchez de Alanís, se había asignado un espacio, “a orillas del pueblo y en un bosquecillo”, para llevar a cabo ahí la construcción del primer hospital queretano, pero no sería hasta cincuenta años después cuando el hijo de Tapia lograría la construcción, con adobe, de lo que, en principio, se llamó Real Hospital de San José de Gracia.

Fueron los Hermanos de la Caridad de San Hipólito quienes se hicieron cargo del nosocomio a partir de 1624, bautizándolo como Hospital de la Santa Concepción, en concordancia, se dice, con un retablo de la Inmaculada Concepción que fue colocado en el templo y del cual no existe, al parecer, constancia con el paso del tiempo.

Los Hipólitos hicieron un trabajo relevante a lo largo de los años. Construyeron y adaptaron una sala para indios varones, otra para indias, y una más para españoles, y aunque en algún momento de la historia fueron acusados de malversación de fondos y retirados de la encomienda de administrar el hospital, regresaron apenas dos años más tarde a sus funciones, luego de defenderse jurídicamente, desplazando a los clérigos de Nuestra Señora de Guadalupe, que habían sido comisionados para el encargo.

Fue durante su administración cuando uno de ellos, Juan Colón, se echó a cuestas la aventura de establecer una especie de hospital alterno en las aguas termales de San Bartolomé, lo que hoy conocemos como San Bartolo, que dependió directamente del de la Santa Concepción y que se destinó, principalmente, a enfermos reumáticos, aprovechando las sulfurosas aguas del lugar.

Fue ya en el siglo diecinueve, rebasada la capacidad del hospital de los Hipólitos, cuando se pretendió construir un nuevo hospital en los alrededores de Querétaro, pero esta empresa no fue realizada, así que el nuevo hospital civil se instaló, en 1863 (un año antes de que Maximiliano llegara a México y se instalara el Segundo Imperio), en el ex convento de Santa Rosa de Viterbo, donde funcionó por muchos años.

En la transición del siglo XIX al XX, un emprendedor sacerdote de nombre Felipe Sevilla se lanzó apasionadamente a la aventura de construir otro hospital, ahora en la llamada “Otra Banda”, y para ello conjuntó la buena voluntad de muchísimos queretanos, quienes aportaron materiales y mano de obra, de acuerdo con sus presupuestos y posibilidades. Ese hospital se llamó, a la postre, del Sagrado Corazón de Jesús.

Hoy vivimos tiempos distintos. Estamos sufriendo los embates de una nueva epidemia, está a punto de ser inaugurado un nuevo Hospital General, descendiente del Hospital Civil, que tuvo otras ubicaciones posteriores a Santa Rosa de Viterbo, hoy bellísimo inmueble sede de la Secretaría de Cultura.

Quizá en San Bartolo subsistan las pozas de agua sulfurosa que se convirtieron, tras el paso del hospital por ahí, en solaz atractivo de los habitantes de Querétaro en buena parte del siglo veinte. En lo que fuera el Hospital Real de la Limpia Concepción funcionaron, por muchos años, las oficinas de Telégrafos, para, tras su remodelación (en la que, por cierto, aparecieron varios entierros), convertirse en Museo de Arte Sacro.

Con la conclusión del mes de mayo de 1893, finalmente, se le dio carpetazo a la lucha en contra del tifo en nuestra ciudad. El hecho que, de alguna manera concluyó con ese episodio que tantas muertes causó a lo largo del país, se dio cuando concluyeron las funciones del médico encargado de atender exclusivamente a los “tifosos“ en el Hospital Civil, que quedó en las manos administrativas del director general del nosocomio, instalado entonces en el ex convento de Santa Rosa de Viterbo. El Tifo, sin embargo, mantuvo su presencia en México, de manera endémica, hasta mediados del siglo XX.

El de Santa Rosa fue, tras la imposibilidad de cristalizar el proyecto de construcción de un nuevo hospital fuera del casco urbano de la ciudad, la continuidad más viable al antiguo hospital de los Hipólitos, el llamado Hospital Real de la Limpia Concepción, que había sido erigido por Diego de Tapia, el hijo del fundador de Querétaro, en un solar de su propiedad, que no era otro que lo que hoy es la esquina de Madero (la Calle Real”) y Allende.

Todavía antes, apenas con la traza misma de la ciudad, realizada por don Fernando de Tapia, llamado antes Conín, y don Juan Sánchez de Alanís, se había asignado un espacio, “a orillas del pueblo y en un bosquecillo”, para llevar a cabo ahí la construcción del primer hospital queretano, pero no sería hasta cincuenta años después cuando el hijo de Tapia lograría la construcción, con adobe, de lo que, en principio, se llamó Real Hospital de San José de Gracia.

Fueron los Hermanos de la Caridad de San Hipólito quienes se hicieron cargo del nosocomio a partir de 1624, bautizándolo como Hospital de la Santa Concepción, en concordancia, se dice, con un retablo de la Inmaculada Concepción que fue colocado en el templo y del cual no existe, al parecer, constancia con el paso del tiempo.

Los Hipólitos hicieron un trabajo relevante a lo largo de los años. Construyeron y adaptaron una sala para indios varones, otra para indias, y una más para españoles, y aunque en algún momento de la historia fueron acusados de malversación de fondos y retirados de la encomienda de administrar el hospital, regresaron apenas dos años más tarde a sus funciones, luego de defenderse jurídicamente, desplazando a los clérigos de Nuestra Señora de Guadalupe, que habían sido comisionados para el encargo.

Fue durante su administración cuando uno de ellos, Juan Colón, se echó a cuestas la aventura de establecer una especie de hospital alterno en las aguas termales de San Bartolomé, lo que hoy conocemos como San Bartolo, que dependió directamente del de la Santa Concepción y que se destinó, principalmente, a enfermos reumáticos, aprovechando las sulfurosas aguas del lugar.

Fue ya en el siglo diecinueve, rebasada la capacidad del hospital de los Hipólitos, cuando se pretendió construir un nuevo hospital en los alrededores de Querétaro, pero esta empresa no fue realizada, así que el nuevo hospital civil se instaló, en 1863 (un año antes de que Maximiliano llegara a México y se instalara el Segundo Imperio), en el ex convento de Santa Rosa de Viterbo, donde funcionó por muchos años.

En la transición del siglo XIX al XX, un emprendedor sacerdote de nombre Felipe Sevilla se lanzó apasionadamente a la aventura de construir otro hospital, ahora en la llamada “Otra Banda”, y para ello conjuntó la buena voluntad de muchísimos queretanos, quienes aportaron materiales y mano de obra, de acuerdo con sus presupuestos y posibilidades. Ese hospital se llamó, a la postre, del Sagrado Corazón de Jesús.

Hoy vivimos tiempos distintos. Estamos sufriendo los embates de una nueva epidemia, está a punto de ser inaugurado un nuevo Hospital General, descendiente del Hospital Civil, que tuvo otras ubicaciones posteriores a Santa Rosa de Viterbo, hoy bellísimo inmueble sede de la Secretaría de Cultura.

Quizá en San Bartolo subsistan las pozas de agua sulfurosa que se convirtieron, tras el paso del hospital por ahí, en solaz atractivo de los habitantes de Querétaro en buena parte del siglo veinte. En lo que fuera el Hospital Real de la Limpia Concepción funcionaron, por muchos años, las oficinas de Telégrafos, para, tras su remodelación (en la que, por cierto, aparecieron varios entierros), convertirse en Museo de Arte Sacro.