/ domingo 3 de mayo de 2020

Aquí Querétaro

“Un blanco y terso sudario parecía cubrir las alturas de los edificios”, reseñaba, con ese estilo romántico de antaño, don José Rodríguez Familiar en su “Efemérides Queretanas”. Daba cuenta de aquella nevada que sobre la ciudad de Querétaro cayó la mañana del cuatro de febrero de 1886.

Casi cinco años exactos atrás, la ciudad había amanecido con el adorno de la blanca nieve sobre sus torres y cúpulas, sobre los árboles y los cerros colindantes, aunque ésta, la del 1886, se significó por su belleza, especialmente, según refiere el mismo Rodríguez Familiar, en la zona de La Cañada y Hércules, donde sus calles, y los cerros que las enmarcan, brindaron un espectáculo incomparable y quizá irrepetible.

Pero para los queretanos de esta generación, fue la de marzo de 1978 la nevada que les marcó la existencia. Una mañana el Cimatario amaneció cubierto de ese blanco de nieve que atrajo a la población entera, y que fue visitada por muchos, con el entusiasmo propio de lo desconocido, para lanzar bolas, hacer muñecos y regodearse con un fenómeno que, tal vez, nunca más volverían a ver.

Incluso la nevada que en el 2016 caló sobre el norte de la entidad y alcanzó algunas comunidades de Santa Rosa Jáuregui y El Marqués, no dejó una marca tan indeleble. Fue esa nevada, la que se presentó entre el ocho y el nueve de mayo de ese año, la que también se hizo presente en Amealco, y, sobre todo, en la zona de San José Iturbide y San Luis de la Paz, incluso sobre la cinta asfáltica de la carretera Querétaro-San Luis Potosí.

Y es que los queretanos, en 1978, vivimos finalmente, en carne propia, aunque haya sido sólo en las partes altas circundantes a la ciudad, aquella experiencia que ya en los primeros días de 1967 habían experimentado los habitantes de la hoy llamada Ciudad de México, cuando la nieve los sorprendió y propició un espectáculo hasta ahora irrepetible, tapizando con su blancura calles, edificios y vehículos de la capital del país.

En Querétaro, a esta generación que aún recuerda la nevada del 78 (hace ya más de cuarenta años), no le tocó aquella del otro siglo, cuando la nieve parecía doblegar las copas de los árboles del Jardín Zenea y los postes semejaban “aristas de cristal”; cuando Hércules y La Cañada se convirtieron, por unas horas, en aparentes pueblos europeos. Acaso ni siquiera imagina un espectáculo semejante.

Y es que siempre estuvimos tan acostumbrados a las temperaturas templadas de esta zona, hoy cada vez más calurosas, que el ver nevar puede constituir una única e irrepetible oportunidad. Una oportunidad que se queda en la memoria y el ánimo para siempre.

“Un blanco y terso sudario parecía cubrir las alturas de los edificios”, reseñaba, con ese estilo romántico de antaño, don José Rodríguez Familiar en su “Efemérides Queretanas”. Daba cuenta de aquella nevada que sobre la ciudad de Querétaro cayó la mañana del cuatro de febrero de 1886.

Casi cinco años exactos atrás, la ciudad había amanecido con el adorno de la blanca nieve sobre sus torres y cúpulas, sobre los árboles y los cerros colindantes, aunque ésta, la del 1886, se significó por su belleza, especialmente, según refiere el mismo Rodríguez Familiar, en la zona de La Cañada y Hércules, donde sus calles, y los cerros que las enmarcan, brindaron un espectáculo incomparable y quizá irrepetible.

Pero para los queretanos de esta generación, fue la de marzo de 1978 la nevada que les marcó la existencia. Una mañana el Cimatario amaneció cubierto de ese blanco de nieve que atrajo a la población entera, y que fue visitada por muchos, con el entusiasmo propio de lo desconocido, para lanzar bolas, hacer muñecos y regodearse con un fenómeno que, tal vez, nunca más volverían a ver.

Incluso la nevada que en el 2016 caló sobre el norte de la entidad y alcanzó algunas comunidades de Santa Rosa Jáuregui y El Marqués, no dejó una marca tan indeleble. Fue esa nevada, la que se presentó entre el ocho y el nueve de mayo de ese año, la que también se hizo presente en Amealco, y, sobre todo, en la zona de San José Iturbide y San Luis de la Paz, incluso sobre la cinta asfáltica de la carretera Querétaro-San Luis Potosí.

Y es que los queretanos, en 1978, vivimos finalmente, en carne propia, aunque haya sido sólo en las partes altas circundantes a la ciudad, aquella experiencia que ya en los primeros días de 1967 habían experimentado los habitantes de la hoy llamada Ciudad de México, cuando la nieve los sorprendió y propició un espectáculo hasta ahora irrepetible, tapizando con su blancura calles, edificios y vehículos de la capital del país.

En Querétaro, a esta generación que aún recuerda la nevada del 78 (hace ya más de cuarenta años), no le tocó aquella del otro siglo, cuando la nieve parecía doblegar las copas de los árboles del Jardín Zenea y los postes semejaban “aristas de cristal”; cuando Hércules y La Cañada se convirtieron, por unas horas, en aparentes pueblos europeos. Acaso ni siquiera imagina un espectáculo semejante.

Y es que siempre estuvimos tan acostumbrados a las temperaturas templadas de esta zona, hoy cada vez más calurosas, que el ver nevar puede constituir una única e irrepetible oportunidad. Una oportunidad que se queda en la memoria y el ánimo para siempre.