/ domingo 28 de junio de 2020

Aquí Querétaro

El Coritu


Las sombras sobre la interesante y aventurera vida de Manuel Sánchez Noriega inician desde la fecha misma de su nacimiento, que podría haber sido en 1890 o en 1892, y con el lugar del acontecimiento, que los más sitúan en la población llanisca de Cué, y otros tantos en Peñamellera o hasta en la zona de Cangas de Onís. Donde todo mundo concuerda es en su nombre, su protagónico paso por la Guerra Civil Española, y su seudónimo, famoso, casi mítico, de “El Coritu”.

Comandante de hasta tres diferentes batallones republicanos durante la Guerra Civil Española, “El Coritu” ha merecido, además de convertirse en una leyenda, muy diversos estudios históricos, menciones en alguna novela, y hasta la confección de un poema épico y una obra de teatro. Su carácter fuerte y decidido le forjó un nombre, pero entre sus acciones más notables se encuentra la de haber escondido la imagen de la Virgen de Covadonga, que a la postre fue trasladada a Francia, ante la muy posible afectación de las tropas a las que él mismo pertenecía, y el enfrentamiento con otras compañías rojas, venidas de Vizcaya, a quienes les negó combustible en su natal Asturias y les llamó, sin peros y sin miedo, “cobardes”.

Cuando la guerra estalló, Sánchez Noriega se dedicaba, según se ha investigado, al comercio de ganado en los alrededores de Llanes, una ocupación a la que había destinado casi una década desde su regreso, en 1928, de México, tierra a la que había emigrado, como alguna parte de su familia, en búsqueda de una vida mejor.

Un hecho curioso fue que, en nuestro país, “El Coritu” dejó su trabajo de capataz en un rancho -antes había sido tradicional abarrotero- para unirse a las fuerzas de Pancho Villa, el “Centauro del Norte”, a quien acompañó en muy diversas batallas, siendo oficial de su caballería y seguramente conociendo ahí a un mexicano que lo acompañaría en su regreso a España, sirviéndole de asistente y chofer, a quien apodaban “El Chingao”.

Durante la guerra, El Coritu protagonizó una acción bélica al más puro estilo villista, confirmando con ella lo aprendido en la Revolución Mexicana: Una incursión en la zona de Valdeón, ya en la provincia de León, conocida como “la gran cabalgada”, donde atacó por sorpresa un depósito de ganado, llevándose todos los animales, que, en estampida a base de disparos y explosiones, fueron conducidos hasta las inmediaciones de su comandancia, para después ser repartidos entre los muchos frentes.

Tras la caída del Norte, Sánchez Noriega fue hecho prisionero y encarcelado en Gijón, donde finalmente fue fusilado. Dejó una viuda -Ángeles Hano Díaz- y nueve hijos, además de una leyenda, que alimentó muy bien en vida y que aún hoy, a poco más de ochenta años de su deceso, todavía se mantiene vigente. Una leyenda, por cierto, aderezada de esas sus reminiscencias mexicanas, como aquella expresión que siempre prodigaba a sus enemigos: “Hijos de la Chingada”.

El Coritu


Las sombras sobre la interesante y aventurera vida de Manuel Sánchez Noriega inician desde la fecha misma de su nacimiento, que podría haber sido en 1890 o en 1892, y con el lugar del acontecimiento, que los más sitúan en la población llanisca de Cué, y otros tantos en Peñamellera o hasta en la zona de Cangas de Onís. Donde todo mundo concuerda es en su nombre, su protagónico paso por la Guerra Civil Española, y su seudónimo, famoso, casi mítico, de “El Coritu”.

Comandante de hasta tres diferentes batallones republicanos durante la Guerra Civil Española, “El Coritu” ha merecido, además de convertirse en una leyenda, muy diversos estudios históricos, menciones en alguna novela, y hasta la confección de un poema épico y una obra de teatro. Su carácter fuerte y decidido le forjó un nombre, pero entre sus acciones más notables se encuentra la de haber escondido la imagen de la Virgen de Covadonga, que a la postre fue trasladada a Francia, ante la muy posible afectación de las tropas a las que él mismo pertenecía, y el enfrentamiento con otras compañías rojas, venidas de Vizcaya, a quienes les negó combustible en su natal Asturias y les llamó, sin peros y sin miedo, “cobardes”.

Cuando la guerra estalló, Sánchez Noriega se dedicaba, según se ha investigado, al comercio de ganado en los alrededores de Llanes, una ocupación a la que había destinado casi una década desde su regreso, en 1928, de México, tierra a la que había emigrado, como alguna parte de su familia, en búsqueda de una vida mejor.

Un hecho curioso fue que, en nuestro país, “El Coritu” dejó su trabajo de capataz en un rancho -antes había sido tradicional abarrotero- para unirse a las fuerzas de Pancho Villa, el “Centauro del Norte”, a quien acompañó en muy diversas batallas, siendo oficial de su caballería y seguramente conociendo ahí a un mexicano que lo acompañaría en su regreso a España, sirviéndole de asistente y chofer, a quien apodaban “El Chingao”.

Durante la guerra, El Coritu protagonizó una acción bélica al más puro estilo villista, confirmando con ella lo aprendido en la Revolución Mexicana: Una incursión en la zona de Valdeón, ya en la provincia de León, conocida como “la gran cabalgada”, donde atacó por sorpresa un depósito de ganado, llevándose todos los animales, que, en estampida a base de disparos y explosiones, fueron conducidos hasta las inmediaciones de su comandancia, para después ser repartidos entre los muchos frentes.

Tras la caída del Norte, Sánchez Noriega fue hecho prisionero y encarcelado en Gijón, donde finalmente fue fusilado. Dejó una viuda -Ángeles Hano Díaz- y nueve hijos, además de una leyenda, que alimentó muy bien en vida y que aún hoy, a poco más de ochenta años de su deceso, todavía se mantiene vigente. Una leyenda, por cierto, aderezada de esas sus reminiscencias mexicanas, como aquella expresión que siempre prodigaba a sus enemigos: “Hijos de la Chingada”.