/ sábado 23 de diciembre de 2017

Aquí Querétaro

Tras el recorrido de ayer, por algunas de las calles de nuestro Centro Histórico, de la tradicional Cabalgata, y a unas horas de que hoy, 24 de diciembre, hagan lo propio los tradicionales carros bíblicos, Querétaro vive el clímax de sus fiestas decembrinas, ésas que la convierten, en estas épocas, en una ciudad única y especial.

La Cabalgata, que ya cumplió más de noventa años de recorrer las calles queretanas, inició, efectivamente, con un recorrido de caballos, que con el paso del tiempo se convirtió en un esperado desfile de plataformas, arrastradas por tractores, donde se describen escenas muy variadas y que este año tuvieron como inspiración el aniversario número cien de la promulgación de nuestra Carta Magna. Se trata de un acontecimiento que hace no muchos ayeres conllevaba expectación entre los queretanos sobre los contenidos y las formas que habrían de sorprenderlos durante el recorrido.

Por otra parte, los tradicionales Carros Bíblicos, que están a menos de una década de convertirse en bicentenarios, iniciaron cuando en 1826, al abogado José María Sotelo, entusiasta organizador de una anual posada en su casona, se le ocurrió que podía pasar el festejo a las calles, inicialmente acondicionando tan sólo dos carretones, tirados por mulas, en los que instaló una escena del nacimiento y otra de los pastores que se dirigían a adorar al niño Dios.

La idea gustó tanto entre el vecindario de los alrededores de la Plaza de Armas queretana, que se fue repitiendo con constancia hasta alcanzar dimensiones insospechadas. Desde hace ya muchos años los carretones se transformaron en plataformas, las mulas en tractores, y los carros se reprodujeron sustancialmente, haciendo alusión a variados pasajes, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

Así las cosas, aquel “Rosario de Navidad” como llamó Sotelo a su intento de socializar el festejo decembrino, se transformó en lo que hoy es una tradición insubstituible, con niños personificando pasajes bíblicos y entonando canciones.

Son pues estas fechas, una vez que ya recorrió las calles el también tradicional carro de las posadas, y antes de que aparezcan, ya entrado enero, los Reyes Magos, el punto medular de unas fiestas que convierten al Centro Histórico queretano en un espacio cargado de bullicio, de festividad y de religiosidad inigualables.

Siendo Querétaro una ciudad que crece a ritmo más que acelerado, y cuya población mayoritaria no nació en ella, vale la pena siempre recordar de qué tratan estas centenarias tradiciones, que reúnen en sus céntricas calles a los oriundos de estas tierras, y también a muchos otros, turistas y residentes, que se preguntan sus orígenes y sus porqués.

Querétaro vive pues, justo ahora, el momento más nostálgico y vivo del año; ése en el que la tradición se niega a morir, a pesar del crecimiento, de la modernidad, de los problemas de movilidad, o de las inclemencias del tiempo. Un momento en que volvemos a vivir en el siglo XIX, como cuando el licenciado Sotelo conseguía las carretas de los ranchos cercanos, las alumbraba con lámparas de aceite, y tiraba de ellas con mulas. Es el Querétaro que se niega a morir del todo.

Tras el recorrido de ayer, por algunas de las calles de nuestro Centro Histórico, de la tradicional Cabalgata, y a unas horas de que hoy, 24 de diciembre, hagan lo propio los tradicionales carros bíblicos, Querétaro vive el clímax de sus fiestas decembrinas, ésas que la convierten, en estas épocas, en una ciudad única y especial.

La Cabalgata, que ya cumplió más de noventa años de recorrer las calles queretanas, inició, efectivamente, con un recorrido de caballos, que con el paso del tiempo se convirtió en un esperado desfile de plataformas, arrastradas por tractores, donde se describen escenas muy variadas y que este año tuvieron como inspiración el aniversario número cien de la promulgación de nuestra Carta Magna. Se trata de un acontecimiento que hace no muchos ayeres conllevaba expectación entre los queretanos sobre los contenidos y las formas que habrían de sorprenderlos durante el recorrido.

Por otra parte, los tradicionales Carros Bíblicos, que están a menos de una década de convertirse en bicentenarios, iniciaron cuando en 1826, al abogado José María Sotelo, entusiasta organizador de una anual posada en su casona, se le ocurrió que podía pasar el festejo a las calles, inicialmente acondicionando tan sólo dos carretones, tirados por mulas, en los que instaló una escena del nacimiento y otra de los pastores que se dirigían a adorar al niño Dios.

La idea gustó tanto entre el vecindario de los alrededores de la Plaza de Armas queretana, que se fue repitiendo con constancia hasta alcanzar dimensiones insospechadas. Desde hace ya muchos años los carretones se transformaron en plataformas, las mulas en tractores, y los carros se reprodujeron sustancialmente, haciendo alusión a variados pasajes, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

Así las cosas, aquel “Rosario de Navidad” como llamó Sotelo a su intento de socializar el festejo decembrino, se transformó en lo que hoy es una tradición insubstituible, con niños personificando pasajes bíblicos y entonando canciones.

Son pues estas fechas, una vez que ya recorrió las calles el también tradicional carro de las posadas, y antes de que aparezcan, ya entrado enero, los Reyes Magos, el punto medular de unas fiestas que convierten al Centro Histórico queretano en un espacio cargado de bullicio, de festividad y de religiosidad inigualables.

Siendo Querétaro una ciudad que crece a ritmo más que acelerado, y cuya población mayoritaria no nació en ella, vale la pena siempre recordar de qué tratan estas centenarias tradiciones, que reúnen en sus céntricas calles a los oriundos de estas tierras, y también a muchos otros, turistas y residentes, que se preguntan sus orígenes y sus porqués.

Querétaro vive pues, justo ahora, el momento más nostálgico y vivo del año; ése en el que la tradición se niega a morir, a pesar del crecimiento, de la modernidad, de los problemas de movilidad, o de las inclemencias del tiempo. Un momento en que volvemos a vivir en el siglo XIX, como cuando el licenciado Sotelo conseguía las carretas de los ranchos cercanos, las alumbraba con lámparas de aceite, y tiraba de ellas con mulas. Es el Querétaro que se niega a morir del todo.