/ domingo 5 de julio de 2020

Aquí Querétaro

Aquel sonido formó parte de la vida cotidiana de mi niñez, como si fuera un elemento más del paisaje de los días y las noches; una especie de música de fondo, siempre presente, que ayudaba a ubicar las horas del día, y, a ratos, de tanto escucharlo, acababa por volverse ausente. Por la mañana temprano, a la hora de la comida, y también por la noche, el sonido llegaba fuerte, preciso, puntual, como una marca indeleble del entorno.

Era el sonido que, en realidad, marcaba el cambio de turno de los obreros de la fábrica de telas “La Concordia”, pero para mí, en aquel barrio que me vio nacer y donde lo escuchaba a diario, era un referente, un adorno sonoro imprescindible, como si aquel gran silbato formara parte de la banda sonora de la vida, con el canto de los pájaros, o el ruido del motor de los camiones que circulaban por la cercana carretera Constitución.

“La Concordia”, gran terreno desolado y vías del ferrocarril de por medio, estaba ubicada frente a mis casas de niño, allá por las inmediaciones de la molinera El Fénix y los barrios tradicionales de El Retablo y La Piedad, y para entonces llevaba ya un par de décadas de funcionamiento, luego de haber sido inaugurada por el mismísimo presidente Miguel Alemán, en 1947.

Industria fabricadora de telas, “La Concordia” se había instalado en el kilómetro cuatro de la entonces carretera a San Miguel de Allende, justo cuando la industrialización hacía presa de Querétaro, y junto con el mismo Fénix y otras fábricas pioneras, como Carnation, Singer o Purina, marcaba el paso económico de una ciudad que despertaba a sus tiempos modernos. Luego, la construcción de la llamada Carretera Constitución (hoy 5 de Febrero), obligaría a cercenar el antiguo camino, que era la continuación de Circunvalación (hoy Tecnológico).

Producía, efectivamente, telas finas, y contaba con cientos de obreros, que se guiaban por aquel sonido que marcaba los límites de su jornada laboral. Por aquellos años de mi niñez, había adquirido tal importancia que se había ampliado con la compra de treinta nuevos telares electrónicos con una inversión de un par de millones de pesos, de los de aquel entonces.

Luego vendrían tiempos difíciles: La huelga de 1973, donde más de cuatrocientos trabajadores exigían un aumento salarial del veinte por ciento y que provocó pérdidas millonarias para la empresa, y el posterior cierre de sus puertas y la liquidación de sus empleados en 1976.

El empresario José Atri rescataría a “La Concordia” un año después, en 1977, inyectando algo así como cien millones de pesos para su reactivación, con la indemnización de más de trescientos trabajadores, muchos de los cuales volverían a ser contratados. Aquel año, ayudando a quitar las banderas rojinegras estuvo el gobernador estatal, Antonio Calzada, avalando la inversión y resaltado, con su presencia, la importancia de esa industria.

Más allá de su importancia económica para Querétaro, “La Concordia” significó mucho para muchos que ahí vivieron anécdotas inolvidables y sueños eternos, que ahí empeñaron una ilusión de mejorar sus vidas. Muchos que ahí dejaron las mejores horas de sus vidas; ésas que eran marcadas, inevitablemente, por aquel sonido que todo lo llenaba en los alrededores, y que marcó, también indeleblemente, mi niñez.

Aquel sonido formó parte de la vida cotidiana de mi niñez, como si fuera un elemento más del paisaje de los días y las noches; una especie de música de fondo, siempre presente, que ayudaba a ubicar las horas del día, y, a ratos, de tanto escucharlo, acababa por volverse ausente. Por la mañana temprano, a la hora de la comida, y también por la noche, el sonido llegaba fuerte, preciso, puntual, como una marca indeleble del entorno.

Era el sonido que, en realidad, marcaba el cambio de turno de los obreros de la fábrica de telas “La Concordia”, pero para mí, en aquel barrio que me vio nacer y donde lo escuchaba a diario, era un referente, un adorno sonoro imprescindible, como si aquel gran silbato formara parte de la banda sonora de la vida, con el canto de los pájaros, o el ruido del motor de los camiones que circulaban por la cercana carretera Constitución.

“La Concordia”, gran terreno desolado y vías del ferrocarril de por medio, estaba ubicada frente a mis casas de niño, allá por las inmediaciones de la molinera El Fénix y los barrios tradicionales de El Retablo y La Piedad, y para entonces llevaba ya un par de décadas de funcionamiento, luego de haber sido inaugurada por el mismísimo presidente Miguel Alemán, en 1947.

Industria fabricadora de telas, “La Concordia” se había instalado en el kilómetro cuatro de la entonces carretera a San Miguel de Allende, justo cuando la industrialización hacía presa de Querétaro, y junto con el mismo Fénix y otras fábricas pioneras, como Carnation, Singer o Purina, marcaba el paso económico de una ciudad que despertaba a sus tiempos modernos. Luego, la construcción de la llamada Carretera Constitución (hoy 5 de Febrero), obligaría a cercenar el antiguo camino, que era la continuación de Circunvalación (hoy Tecnológico).

Producía, efectivamente, telas finas, y contaba con cientos de obreros, que se guiaban por aquel sonido que marcaba los límites de su jornada laboral. Por aquellos años de mi niñez, había adquirido tal importancia que se había ampliado con la compra de treinta nuevos telares electrónicos con una inversión de un par de millones de pesos, de los de aquel entonces.

Luego vendrían tiempos difíciles: La huelga de 1973, donde más de cuatrocientos trabajadores exigían un aumento salarial del veinte por ciento y que provocó pérdidas millonarias para la empresa, y el posterior cierre de sus puertas y la liquidación de sus empleados en 1976.

El empresario José Atri rescataría a “La Concordia” un año después, en 1977, inyectando algo así como cien millones de pesos para su reactivación, con la indemnización de más de trescientos trabajadores, muchos de los cuales volverían a ser contratados. Aquel año, ayudando a quitar las banderas rojinegras estuvo el gobernador estatal, Antonio Calzada, avalando la inversión y resaltado, con su presencia, la importancia de esa industria.

Más allá de su importancia económica para Querétaro, “La Concordia” significó mucho para muchos que ahí vivieron anécdotas inolvidables y sueños eternos, que ahí empeñaron una ilusión de mejorar sus vidas. Muchos que ahí dejaron las mejores horas de sus vidas; ésas que eran marcadas, inevitablemente, por aquel sonido que todo lo llenaba en los alrededores, y que marcó, también indeleblemente, mi niñez.