/ domingo 31 de diciembre de 2017

Aquí Querétaro

Uno se cree que con el paso de la vida se van resolviendo todas las interrogantes que ésta nos plantea. Y acaso eso es cierto con algunas cosas, pero con lo medular, con lo trascendente, es justamente al revés. La sabiduría, incluso en cualquier mínima escala, conlleva, sin remedio, cada vez más dudas y plantea aún más preguntas.

Con el consumo irremediable del tiempo, con la acumulación de experiencia, el ser humano inteligente necesariamente reconoce que las preguntas se multiplican y que la explicación de la existencia y sus múltiples vericuetos, no pueden sumarse o restarse como en la aritmética. Por eso, yo siempre dudo de aquellos que tienen todas las respuestas y han hecho de la sabiduría su modus operandi.

Éste, el que hoy concluye, ha sido un año especialmente difícil y aleccionador para mí. Me encontré con demasiada gente sabia o, mejor dicho, con gente que lleva consigo una sabiduría muy particular: aquella viciada por sus propios deseos y conveniencias. Algunos disertan en conversaciones cotidianas, otros platean posturas en público, y otras más, escriben cotidianamente y lanzan adjetivos con seguridad temeraria.

Un año en el que se me han reproducido las preguntas sin respuesta y donde he verificado, sin habérmelo propuesto, la fragilidad de la palabra, la temporalidad de una sonrisa, la ceguera hacia el entorno, la dimensión de la maldad, el reinado del egoísmo, la abundante necedad humana, la sabiduría de pacotilla. Un año donde, pese a haber aprendido tanto, he acumulado preguntas para las que no encuentro respuestas. Acaso, eso sí, descubrí aquello que aseguraba Eduardo Galeano: El código moral de esta generación no condena la injusticia, sino el fracaso.

El caso es que el año se acaba, pero la vida sigue, con idénticos retos. Miro hacia atrás, obligado por las circunstancias y los ritos, y observo la abrumadora mayoría de años de una vida vivida, con esa sensación, que imagino tienen los viejos, de que el tiempo se esfuma sin remedio y sin piedad. Miro entonces hacia el frente y vuelvo a recordar al eterno Galeano cuando observo el horizonte y aprendo que la utopía, plácidamente situada en él, me ha de servir para caminar en su búsqueda.

Feliz año 2018, estimado lector.

Uno se cree que con el paso de la vida se van resolviendo todas las interrogantes que ésta nos plantea. Y acaso eso es cierto con algunas cosas, pero con lo medular, con lo trascendente, es justamente al revés. La sabiduría, incluso en cualquier mínima escala, conlleva, sin remedio, cada vez más dudas y plantea aún más preguntas.

Con el consumo irremediable del tiempo, con la acumulación de experiencia, el ser humano inteligente necesariamente reconoce que las preguntas se multiplican y que la explicación de la existencia y sus múltiples vericuetos, no pueden sumarse o restarse como en la aritmética. Por eso, yo siempre dudo de aquellos que tienen todas las respuestas y han hecho de la sabiduría su modus operandi.

Éste, el que hoy concluye, ha sido un año especialmente difícil y aleccionador para mí. Me encontré con demasiada gente sabia o, mejor dicho, con gente que lleva consigo una sabiduría muy particular: aquella viciada por sus propios deseos y conveniencias. Algunos disertan en conversaciones cotidianas, otros platean posturas en público, y otras más, escriben cotidianamente y lanzan adjetivos con seguridad temeraria.

Un año en el que se me han reproducido las preguntas sin respuesta y donde he verificado, sin habérmelo propuesto, la fragilidad de la palabra, la temporalidad de una sonrisa, la ceguera hacia el entorno, la dimensión de la maldad, el reinado del egoísmo, la abundante necedad humana, la sabiduría de pacotilla. Un año donde, pese a haber aprendido tanto, he acumulado preguntas para las que no encuentro respuestas. Acaso, eso sí, descubrí aquello que aseguraba Eduardo Galeano: El código moral de esta generación no condena la injusticia, sino el fracaso.

El caso es que el año se acaba, pero la vida sigue, con idénticos retos. Miro hacia atrás, obligado por las circunstancias y los ritos, y observo la abrumadora mayoría de años de una vida vivida, con esa sensación, que imagino tienen los viejos, de que el tiempo se esfuma sin remedio y sin piedad. Miro entonces hacia el frente y vuelvo a recordar al eterno Galeano cuando observo el horizonte y aprendo que la utopía, plácidamente situada en él, me ha de servir para caminar en su búsqueda.

Feliz año 2018, estimado lector.