/ domingo 14 de enero de 2018

Aquí Querétaro

Hubo un tiempo en que, en aras de rendir homenaje a nuestros héroes patrios, dejamos de lado la invaluable oportunidad de disfrutar de aquellos nombres que le daban historia a nuestras calles. Así, casi de la noche a la mañana, la Calle de las Lagartijas se convirtió en un tramo de Guerrero, la de los Hoyos en otro de Pino Suárez, la del Zorrillo en Altamirano, o la del Tompeate en Pasteur.

Así, por ese espíritu patriótico y nacionalista, los queretanos nos perdimos de la oportunidad de decir que vivíamos en la Calle de Sal Si Puedes, que así se llamaba un tramo de Reforma, o en la del Purgatorio de los Perros, como se le conocía a una céntrica parte de Morelos; vaya, ni siquiera nos podemos dar el lujo de explicar que algún negocio está en la Calle de las Malfajadas, porque ahora se llama Independencia.

Eran nombres aquellos que le daban sentido a la ubicación o la forma de cada una de las calles que conformaban ese Querétaro de antes de antaño. Nombres como del Biombo, para reflejar en él lo retorcido del trazo de Cinco de Mayo, entre Corregidora y la Plaza de Armas; o de la Media Luna, en aquella parte de 16 de Septiembre, por el Sangremal, que parece buscar un deseado círculo perfecto; o la del Mira al Río, cuando Allende llega justamente a lo que hoy conocemos como Avenida Universidad.

Nombres surgidos de la experiencia, de algún acontecimiento ocurrido, o que apelaban a un sentimiento, a una sensación. Nombres tan sutiles como el de la Calle del Deleite, o la del Desafío, o la del Descanso, o la del Desengaño, o aquella que hoy lleva el título del militar insurgente Ignacio Allende y que un día portó el sugestivo y bello nombre de Calle del Desdén.

Y otros, muchos más, cargados de imaginación o tradición, de los que sobran los ejemplos: Del Colchón, de Huaracha, del Placer, del Regocijo, de las Ratas, del Poco Abrigo, de Las Verdolagas, de Las Rejas, del Reloj, de Las Rojas, del Papagayo, de Las Molineras, de La Cerbatana, de Los Casados, del Chirimoyo, del Colchón, de Los Cinco Señores, del Desierto, del Espinazo, y hasta el inquietante de La Buena Muerte.

Nombres algunos que todavía alcanzaron a sobrevivir la revolución de la nomenclatura nacionalista, como la Calle Nueva, a la que los viejos queretanos recuerdan en la actual Próspero C. Vega, o Ribera del Río en lugar de Universidad, o la Calzada, como residuo de aquel completo nombramiento de Calzada de Belén con el que se le conocía a la hoy tasajeada, y cerrada, Ezequiel Montes.

Los tiempos que corren, pese a este pasado plagado de nombres y amplísimo registro de referencias de ubicación, carecen, por desgracia, de imaginación, acaso porque no son creados por la experiencia del ciudadano de a pie, sino por los gobernantes, que bien sabemos, de imaginación tienen poco en ciertos ámbitos.

Así, las nuevas calles queretanas tendrán siempre las mismas alusiones a personajes o hechos recurrentes, invariables, de nuestra historia o de nuestro entorno, como Santiago Apóstol, La Corregidora, La Constitución, Conín, o sin ir más lejos, el mismísimo Querétaro. Nombres que se reproducen sin prudencia y que, adicionalmente, sirven para rebautizar oficialmente arterias con nombres plenamente asumidos por la población, como Carretera a Tlacote o Camino a Mompaní.

No más nombres, pues, como aquellos de las Estampas del Espíritu Santo o Santo Domingo, ni como los de Caltzontzin o La Malinche, ni como Don Bartolo, El Pintor o La Verónica; menos como aquellos de la Degollada, del Desierto, del Espinazo o de la Amargura. Hoy, como digo, el baptisterio civil está expropiado y la imaginación es escasa.

Hubo un tiempo en que, en aras de rendir homenaje a nuestros héroes patrios, dejamos de lado la invaluable oportunidad de disfrutar de aquellos nombres que le daban historia a nuestras calles. Así, casi de la noche a la mañana, la Calle de las Lagartijas se convirtió en un tramo de Guerrero, la de los Hoyos en otro de Pino Suárez, la del Zorrillo en Altamirano, o la del Tompeate en Pasteur.

Así, por ese espíritu patriótico y nacionalista, los queretanos nos perdimos de la oportunidad de decir que vivíamos en la Calle de Sal Si Puedes, que así se llamaba un tramo de Reforma, o en la del Purgatorio de los Perros, como se le conocía a una céntrica parte de Morelos; vaya, ni siquiera nos podemos dar el lujo de explicar que algún negocio está en la Calle de las Malfajadas, porque ahora se llama Independencia.

Eran nombres aquellos que le daban sentido a la ubicación o la forma de cada una de las calles que conformaban ese Querétaro de antes de antaño. Nombres como del Biombo, para reflejar en él lo retorcido del trazo de Cinco de Mayo, entre Corregidora y la Plaza de Armas; o de la Media Luna, en aquella parte de 16 de Septiembre, por el Sangremal, que parece buscar un deseado círculo perfecto; o la del Mira al Río, cuando Allende llega justamente a lo que hoy conocemos como Avenida Universidad.

Nombres surgidos de la experiencia, de algún acontecimiento ocurrido, o que apelaban a un sentimiento, a una sensación. Nombres tan sutiles como el de la Calle del Deleite, o la del Desafío, o la del Descanso, o la del Desengaño, o aquella que hoy lleva el título del militar insurgente Ignacio Allende y que un día portó el sugestivo y bello nombre de Calle del Desdén.

Y otros, muchos más, cargados de imaginación o tradición, de los que sobran los ejemplos: Del Colchón, de Huaracha, del Placer, del Regocijo, de las Ratas, del Poco Abrigo, de Las Verdolagas, de Las Rejas, del Reloj, de Las Rojas, del Papagayo, de Las Molineras, de La Cerbatana, de Los Casados, del Chirimoyo, del Colchón, de Los Cinco Señores, del Desierto, del Espinazo, y hasta el inquietante de La Buena Muerte.

Nombres algunos que todavía alcanzaron a sobrevivir la revolución de la nomenclatura nacionalista, como la Calle Nueva, a la que los viejos queretanos recuerdan en la actual Próspero C. Vega, o Ribera del Río en lugar de Universidad, o la Calzada, como residuo de aquel completo nombramiento de Calzada de Belén con el que se le conocía a la hoy tasajeada, y cerrada, Ezequiel Montes.

Los tiempos que corren, pese a este pasado plagado de nombres y amplísimo registro de referencias de ubicación, carecen, por desgracia, de imaginación, acaso porque no son creados por la experiencia del ciudadano de a pie, sino por los gobernantes, que bien sabemos, de imaginación tienen poco en ciertos ámbitos.

Así, las nuevas calles queretanas tendrán siempre las mismas alusiones a personajes o hechos recurrentes, invariables, de nuestra historia o de nuestro entorno, como Santiago Apóstol, La Corregidora, La Constitución, Conín, o sin ir más lejos, el mismísimo Querétaro. Nombres que se reproducen sin prudencia y que, adicionalmente, sirven para rebautizar oficialmente arterias con nombres plenamente asumidos por la población, como Carretera a Tlacote o Camino a Mompaní.

No más nombres, pues, como aquellos de las Estampas del Espíritu Santo o Santo Domingo, ni como los de Caltzontzin o La Malinche, ni como Don Bartolo, El Pintor o La Verónica; menos como aquellos de la Degollada, del Desierto, del Espinazo o de la Amargura. Hoy, como digo, el baptisterio civil está expropiado y la imaginación es escasa.