/ domingo 6 de septiembre de 2020

Aquí Querétaro

Querétaro es una ciudad mítica, donde la leyenda parece formar parte de su esencia, y donde las historias detrás de la historia adquieren una relevancia aún mayor a ésta, como si los que aquí habitamos hubiésemos querido siempre adornar nuestro pasado y nuestro presente.

Desde la fundación misma de la ciudad, hasta la aparición de un vampiro; desde la existencia de una monja capaz de enamorar al grado de motivar a construir un acueducto monumental, a la de un túnel que pudiese atravesarla y permitir la salvación de emperadores, Querétaro parece un libro abierto a la imaginación y la leyenda.

Díganlo si no las muchísimas historias contenidas en libros, lo mismo de Valentín Frías que de Guadalupe Ramírez, contadas de generación en generación, que nos hablan de personajes que venden su alma al diablo o asesinan a su cónyuge y lo entierran en el patio de la casa, de vigilantes sin cabeza, de espíritus de monjas y emperadores, de las más espeluznantes apariciones.

Historias que se han ido contando en su propia tinta, o en su propia saliva, y que intentan, en algunos casos, darles justificación grandilocuente a hechos quizá con explicaciones mucho más sencillas, y en otros, simplemente sacar la versión más oscura e imprecisa de algún hecho.

Pese a los tiempos modernos que corren, y a las muchas fuentes históricas que existen, sigue habiendo queretanos que creen que efectivamente apareció en el cielo el apóstol Santiago para fundar nuestra casa, o que un amplio túnel comunica el convento de La Cruz con el Cerro de las Campanas; que aseguran la existencia de una joven monja que enamoró a don Juan Antonio de Urrutia y Arana y lo convenció de construir el acueducto que habría de traer agua a la ciudad, despojando al noble personaje de una elemental virtud benefactora.

De pronto, aparentemente de la nada, aparecen y se acrecientan historias nuevas, como aquella, en la primera mitad de los setentas, que afirmaba que un trabajador de la fábrica de Coca Cola había caído a uno de los toneles de la empresa y nos lo estábamos tomando a sorbos, o la que sentenciaba que un vampiro nocturno se escondía entre las rosadas piedras de los arcos para atacar a los despistados transeúntes y succionarles la sangre por el cuello.

De estas dos versiones, tan queretanas ambas como extrañísimas, puedo hacer constar que, en el primero de los casos, la empresa entonces de don Roberto Ruíz Obregón sufrió severas mermas en sus ventas, y que, en el segundo, un prestigiado médico queretano me informó, muy serio y convencido, que el vampiro no era tal, sino un loco que le clavaba un desarmador dos veces en el cuello de sus víctimas.

En todo caso, más allá de las historias que se entretejen y aumentan las dimensiones de sus primeras versiones, Querétaro se nutre de sus leyendas, de las de antes y de las de ahora, y se convierte con ello en una ciudad única. ¿Acaso otras ciudades tienen también túneles bajo su suelo, apóstoles a caballo, vampiros asesinos, coca colas con despojos humanos, zacatecanas viudas, Bartolos oscuros, o historias de amor capaces de levantar empresas faraónicas?

Querétaro es una ciudad mítica, donde la leyenda parece formar parte de su esencia, y donde las historias detrás de la historia adquieren una relevancia aún mayor a ésta, como si los que aquí habitamos hubiésemos querido siempre adornar nuestro pasado y nuestro presente.

Desde la fundación misma de la ciudad, hasta la aparición de un vampiro; desde la existencia de una monja capaz de enamorar al grado de motivar a construir un acueducto monumental, a la de un túnel que pudiese atravesarla y permitir la salvación de emperadores, Querétaro parece un libro abierto a la imaginación y la leyenda.

Díganlo si no las muchísimas historias contenidas en libros, lo mismo de Valentín Frías que de Guadalupe Ramírez, contadas de generación en generación, que nos hablan de personajes que venden su alma al diablo o asesinan a su cónyuge y lo entierran en el patio de la casa, de vigilantes sin cabeza, de espíritus de monjas y emperadores, de las más espeluznantes apariciones.

Historias que se han ido contando en su propia tinta, o en su propia saliva, y que intentan, en algunos casos, darles justificación grandilocuente a hechos quizá con explicaciones mucho más sencillas, y en otros, simplemente sacar la versión más oscura e imprecisa de algún hecho.

Pese a los tiempos modernos que corren, y a las muchas fuentes históricas que existen, sigue habiendo queretanos que creen que efectivamente apareció en el cielo el apóstol Santiago para fundar nuestra casa, o que un amplio túnel comunica el convento de La Cruz con el Cerro de las Campanas; que aseguran la existencia de una joven monja que enamoró a don Juan Antonio de Urrutia y Arana y lo convenció de construir el acueducto que habría de traer agua a la ciudad, despojando al noble personaje de una elemental virtud benefactora.

De pronto, aparentemente de la nada, aparecen y se acrecientan historias nuevas, como aquella, en la primera mitad de los setentas, que afirmaba que un trabajador de la fábrica de Coca Cola había caído a uno de los toneles de la empresa y nos lo estábamos tomando a sorbos, o la que sentenciaba que un vampiro nocturno se escondía entre las rosadas piedras de los arcos para atacar a los despistados transeúntes y succionarles la sangre por el cuello.

De estas dos versiones, tan queretanas ambas como extrañísimas, puedo hacer constar que, en el primero de los casos, la empresa entonces de don Roberto Ruíz Obregón sufrió severas mermas en sus ventas, y que, en el segundo, un prestigiado médico queretano me informó, muy serio y convencido, que el vampiro no era tal, sino un loco que le clavaba un desarmador dos veces en el cuello de sus víctimas.

En todo caso, más allá de las historias que se entretejen y aumentan las dimensiones de sus primeras versiones, Querétaro se nutre de sus leyendas, de las de antes y de las de ahora, y se convierte con ello en una ciudad única. ¿Acaso otras ciudades tienen también túneles bajo su suelo, apóstoles a caballo, vampiros asesinos, coca colas con despojos humanos, zacatecanas viudas, Bartolos oscuros, o historias de amor capaces de levantar empresas faraónicas?