/ domingo 25 de octubre de 2020

Aquí Querétaro

Aquella tarde de noviembre de 1884, los estudiantes queretanos se lanzaron a la calle en una de esas manifestaciones decimonónicas que nada tenían de parecido con las actuales. Aunque los acontecimientos se tornaron algo violentos y tuvo que intervenir la fuerza pública, no se vandalizaron, como ahora empieza a acostumbrarse, monumentos históricos, ni se vociferaron insultos.

Los estudiantes de entonces convocaron a la población en general a una multitudinaria manifestación en la Alameda Hidalgo, con el propósito de protestar contra la llamada “Deuda Inglesa”, cuyo pago recientemente había convenido el entonces Presidente de la República, el general José Manuel Refugio González Flores, quien había llegado al poder gracias a la voluntad de su predecesor, sucesor y compadre, Porfirio Díaz.

La intención del reconocimiento de dicha deuda, con la pretensión de recuperar relaciones internacionales rotas, fue acompañada de una violenta reacción por parte de diversos sectores de la sociedad mexicana, entre los que destacó la de los estudiantes, quienes se lanzaron a las calles para mostrar su molestia. Lo hicieron también obreros y población en general, primero en la capital del país y luego en otras ciudades, como la nuestra.

Quien durante su mandato consolidara el Ferrocarril Central de México y el Banco Nacional de México, e implantara el uso del Sistema Métrico Decimal de manera oficial, quizá vivió entonces el peor de sus momentos, apenas a unas semanas de regresarle la silla presidencial a su compadre Díaz.

Aquí en Querétaro, mientras tanto, gobernaba el también general Rafael Olvera Madrigal, jalpense de origen y uno de los cercanos militares del mítico Tomás Mejía, quien recibió a los inconformes en las instalaciones de sus oficinas y les ofreció velar por los intereses del Estado, acorde a los usos demagógicos que suelen acompañar al poder.

Unas horas antes, el mitin en la Alameda había sido precedido por una marcha desde la Plaza de Armas, acompañada de música militar. Ya en el verde espacio al sur de la ciudad, tomaron la palabra, según lo hace constar don José Rodríguez Familiar en sus Efemérides Queretanas, los jóvenes estudiantes Eugenio Vera, Benito Reynoso y Jesús Medina.

Aunque seguramente no faltaron los gritos en contra del “manco”, como llamaban despectivamente los inconformes al Presidente González, quien había perdido el brazo derecho en una batalla, las cosas no habían llegado a mayores, hasta que en la conclusión de la manifestación, los organizadores encabezaron la marcha hasta el centro de la ciudad, para regresar una bandera mexicana que habían prestado los señores Arnaud y Martell, franceses ambos y dueños por entonces de la popular tienda “La Ciudad de México”.

Acaso por una xenofobia a flor de piel, se empezaron a dar agresiones manifiestas, que fueron amainadas por la autoridad, y, sobre todo, por los comerciantes de la céntrica Calle Real, que hoy conocemos como Madero, lo que evitó que las cosas llegaran a mayores. Tanto que, un rato más tarde, todo mundo disfrutó de la serenata que en el Jardín Zenea se organizó para la población.

Eran tiempos en los que los manifestantes no se embozaban ni llevaban pintura como arma. Tiempos en los que los intereses y preocupaciones sociales parecían ser otros, ni mejores ni peores, sino simplemente distintos.

Aquella tarde de noviembre de 1884, los estudiantes queretanos se lanzaron a la calle en una de esas manifestaciones decimonónicas que nada tenían de parecido con las actuales. Aunque los acontecimientos se tornaron algo violentos y tuvo que intervenir la fuerza pública, no se vandalizaron, como ahora empieza a acostumbrarse, monumentos históricos, ni se vociferaron insultos.

Los estudiantes de entonces convocaron a la población en general a una multitudinaria manifestación en la Alameda Hidalgo, con el propósito de protestar contra la llamada “Deuda Inglesa”, cuyo pago recientemente había convenido el entonces Presidente de la República, el general José Manuel Refugio González Flores, quien había llegado al poder gracias a la voluntad de su predecesor, sucesor y compadre, Porfirio Díaz.

La intención del reconocimiento de dicha deuda, con la pretensión de recuperar relaciones internacionales rotas, fue acompañada de una violenta reacción por parte de diversos sectores de la sociedad mexicana, entre los que destacó la de los estudiantes, quienes se lanzaron a las calles para mostrar su molestia. Lo hicieron también obreros y población en general, primero en la capital del país y luego en otras ciudades, como la nuestra.

Quien durante su mandato consolidara el Ferrocarril Central de México y el Banco Nacional de México, e implantara el uso del Sistema Métrico Decimal de manera oficial, quizá vivió entonces el peor de sus momentos, apenas a unas semanas de regresarle la silla presidencial a su compadre Díaz.

Aquí en Querétaro, mientras tanto, gobernaba el también general Rafael Olvera Madrigal, jalpense de origen y uno de los cercanos militares del mítico Tomás Mejía, quien recibió a los inconformes en las instalaciones de sus oficinas y les ofreció velar por los intereses del Estado, acorde a los usos demagógicos que suelen acompañar al poder.

Unas horas antes, el mitin en la Alameda había sido precedido por una marcha desde la Plaza de Armas, acompañada de música militar. Ya en el verde espacio al sur de la ciudad, tomaron la palabra, según lo hace constar don José Rodríguez Familiar en sus Efemérides Queretanas, los jóvenes estudiantes Eugenio Vera, Benito Reynoso y Jesús Medina.

Aunque seguramente no faltaron los gritos en contra del “manco”, como llamaban despectivamente los inconformes al Presidente González, quien había perdido el brazo derecho en una batalla, las cosas no habían llegado a mayores, hasta que en la conclusión de la manifestación, los organizadores encabezaron la marcha hasta el centro de la ciudad, para regresar una bandera mexicana que habían prestado los señores Arnaud y Martell, franceses ambos y dueños por entonces de la popular tienda “La Ciudad de México”.

Acaso por una xenofobia a flor de piel, se empezaron a dar agresiones manifiestas, que fueron amainadas por la autoridad, y, sobre todo, por los comerciantes de la céntrica Calle Real, que hoy conocemos como Madero, lo que evitó que las cosas llegaran a mayores. Tanto que, un rato más tarde, todo mundo disfrutó de la serenata que en el Jardín Zenea se organizó para la población.

Eran tiempos en los que los manifestantes no se embozaban ni llevaban pintura como arma. Tiempos en los que los intereses y preocupaciones sociales parecían ser otros, ni mejores ni peores, sino simplemente distintos.