/ domingo 7 de febrero de 2021

Aquí Querétaro

Se le conoce de manera popular, y desgraciadamente parece que más cada vez más ampliamente, como la “fuente de los perritos”, aludiendo a las gárgolas que con forma de canes escupen el agua del lugar, sin considerar la importancia de la estatua ahí colocada de ese gran benefactor de Querétaro que fue don Juan Antonio de Urrutia y Arana, el Marqués de la Villa del Villar del Águila.

Así, como si no fuera bastante el haber opacado la noble intención del Marqués de proveer de agua a la ciudad, hasta considerarla, sin sustento histórico válido, una acción resultado de un simple y mundano enamoramiento, el dicho popular parece condenar a don Juan Antonio a estar supeditado a cuatro perros que sirven de adorno a sus pies, como le sucedió, en la Ciudad de México, a Carlos IV con su famoso “caballito”.

La escultura en piedra que rescata la figura del Marqués de la Villa del Villar del Águila en nuestra céntrica y bella Plaza de Armas no fue la primera que homenajeó al personaje en ese lugar, pues la anterior fue destruida de un cañonazo durante el sitio de Querétaro en 1867. Trece años tardaron las autoridades citadinas en decidirse por reponerla, y veinticuatro en hacerla realidad.

La obra fue encargada a un hábil escultor local, don Diego Almaraz y Guillén, desde 1880, pero el encargo se hizo efectivo algunos años más tarde, por allá de 1891, cuando el escultor puso manos a la obra de tan importante monumento. Finalmente, tras edificar primero el pedestal correspondiente, don Juan Antonio en piedra fue colocado en 1892.

El 16 de septiembre de aquel año, entre otras muchas actividades conmemorativas al inicio de la independencia, fue inaugurada la fuente y la escultura, siendo el encargado de resaltar la vida y obra del Marqués el Lic. Manuel Vera con un discurso acorde a las circunstancias. Aquella tarde también sonaron las notas del Himno Nacional, en el conocido como Jardín Independencia, interpretadas por la Banda Militar del Estado.

Un año más tarde, la columna que había servido de sustento a la primera de las esculturas del Marqués, misma que se había hecho añicos con el cañonazo, fue utilizada para colocar sobre ella la escultura de Cristóbal Colón a un costado de la Alameda Hidalgo. Columna que, por cierto, sigue realizando el mismo encargo, sólo que ahora está colocada en otro de los lados del espacio verde por excelencia de nuestra ciudad.

En Plaza de Armas, Juan Velasco Perdomo fue el encargado, hace ya algunos ayeres, de restituir el bastón que la imagen en piedra del Marqués había perdido. Y mientras tanto, los perros de la parte baja siguen escupiendo agua, y muchos, la mayoría, se empeñan en seguir nombrando a esa céntrica fuente como “la de los perritos”.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Sé que cada domingo me leía con interés, con curiosidad, como una más de las costumbres semanales que le daban forma a su vida. Primero lo hacía sola, enterándose también de las noticias que escribían la historia contemporánea de Querétaro; luego, cuando la vista le falló para ello, de la voz de su hermana Natalia, menor que ella y quien la cuidó con esmero los últimos años de su vida.

Cuca Carrillo será siempre recordada por su oficio de maestra, como educadora de varias generaciones de queretanos. Yo la recordaré con especial afecto por esa admiración que le tenía, no sólo por su inteligencia incólume pese al paso del tiempo, sino también por ese humor, preciso e imaginativo, que le caracterizaba.

Ayer perdí una lectora entrañable. Le envío desde aquí, a Natalia Carrillo, su hermana, un abrazo sincero.

Se le conoce de manera popular, y desgraciadamente parece que más cada vez más ampliamente, como la “fuente de los perritos”, aludiendo a las gárgolas que con forma de canes escupen el agua del lugar, sin considerar la importancia de la estatua ahí colocada de ese gran benefactor de Querétaro que fue don Juan Antonio de Urrutia y Arana, el Marqués de la Villa del Villar del Águila.

Así, como si no fuera bastante el haber opacado la noble intención del Marqués de proveer de agua a la ciudad, hasta considerarla, sin sustento histórico válido, una acción resultado de un simple y mundano enamoramiento, el dicho popular parece condenar a don Juan Antonio a estar supeditado a cuatro perros que sirven de adorno a sus pies, como le sucedió, en la Ciudad de México, a Carlos IV con su famoso “caballito”.

La escultura en piedra que rescata la figura del Marqués de la Villa del Villar del Águila en nuestra céntrica y bella Plaza de Armas no fue la primera que homenajeó al personaje en ese lugar, pues la anterior fue destruida de un cañonazo durante el sitio de Querétaro en 1867. Trece años tardaron las autoridades citadinas en decidirse por reponerla, y veinticuatro en hacerla realidad.

La obra fue encargada a un hábil escultor local, don Diego Almaraz y Guillén, desde 1880, pero el encargo se hizo efectivo algunos años más tarde, por allá de 1891, cuando el escultor puso manos a la obra de tan importante monumento. Finalmente, tras edificar primero el pedestal correspondiente, don Juan Antonio en piedra fue colocado en 1892.

El 16 de septiembre de aquel año, entre otras muchas actividades conmemorativas al inicio de la independencia, fue inaugurada la fuente y la escultura, siendo el encargado de resaltar la vida y obra del Marqués el Lic. Manuel Vera con un discurso acorde a las circunstancias. Aquella tarde también sonaron las notas del Himno Nacional, en el conocido como Jardín Independencia, interpretadas por la Banda Militar del Estado.

Un año más tarde, la columna que había servido de sustento a la primera de las esculturas del Marqués, misma que se había hecho añicos con el cañonazo, fue utilizada para colocar sobre ella la escultura de Cristóbal Colón a un costado de la Alameda Hidalgo. Columna que, por cierto, sigue realizando el mismo encargo, sólo que ahora está colocada en otro de los lados del espacio verde por excelencia de nuestra ciudad.

En Plaza de Armas, Juan Velasco Perdomo fue el encargado, hace ya algunos ayeres, de restituir el bastón que la imagen en piedra del Marqués había perdido. Y mientras tanto, los perros de la parte baja siguen escupiendo agua, y muchos, la mayoría, se empeñan en seguir nombrando a esa céntrica fuente como “la de los perritos”.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Sé que cada domingo me leía con interés, con curiosidad, como una más de las costumbres semanales que le daban forma a su vida. Primero lo hacía sola, enterándose también de las noticias que escribían la historia contemporánea de Querétaro; luego, cuando la vista le falló para ello, de la voz de su hermana Natalia, menor que ella y quien la cuidó con esmero los últimos años de su vida.

Cuca Carrillo será siempre recordada por su oficio de maestra, como educadora de varias generaciones de queretanos. Yo la recordaré con especial afecto por esa admiración que le tenía, no sólo por su inteligencia incólume pese al paso del tiempo, sino también por ese humor, preciso e imaginativo, que le caracterizaba.

Ayer perdí una lectora entrañable. Le envío desde aquí, a Natalia Carrillo, su hermana, un abrazo sincero.