/ domingo 30 de mayo de 2021

Aquí Querétaro

¿Es Querétaro una ciudad ciclista? Y no, como alguna vez se manejó, “una ciudad bicicletera”, porque el término remite a lo peyorativo, a la reminiscencia de los pueblos abandonados de la mano de Dios, del progreso y la modernidad. Por eso pregunto: ¿Es Querétaro una ciudad ciclista?

¿Puede aspirar Querétaro a ser como una de esas típicas ciudades europeas donde la bicicleta es el medio de transporte por excelencia, donde los automotores han dejado de ser un vehículo de movilidad prioritario, donde andar en dos ruedas es cotidiana y eficaz forma de combatir la contaminación?

La respuesta no necesita pensarse mucho: Definitivamente no. Un no contundente que surge de la experiencia de recorrer nuestras calles y comprobar que el auto sigue siendo la prioridad, que el transporte público es caótico y que el peatón es totalmente invisible.

Un no irremediable, pese a los esfuerzos realizados por asociaciones tan interesantes como “Saca tu bici”, o de las obras municipales de antaño, hoy abandonadas a suerte, sin mantenimiento aparente y sin conclusión de metas otrora trazadas.

Cuando el siglo diecinueve agonizaba, en Querétaro se dio un interesante interés por el ciclismo; se establecieron diversas agencias de bicicletas y la Alameda Hidalgo fue escenario hasta de competencias deportivas en la materia, aunque habría que decir que se trató de una moda que albergó mayoritariamente a hombres.

En aquellos tiempos, los distinguidos caballeros de la sociedad queretana se hicieron de una bicicleta en establecimientos como los de los señores Francisco Familiar o José Stauffer, o el de Mendoza y Campero, o el de don Rafael Bastida, también barbero de la ciudad. Todos, los antecedentes de la agencia que fincaría la familia Félix, ya bien entrado el siglo veinte.

Incluso se creó el Club Ciclista de Querétaro y la agencia de bicicletas “Meteor” entregaba medallas a los ganadores de las competencias en la Alameda, donde remataba la fiesta ciclista algún concierto con la Banda de Rurales del Estado.

No hace demasiado tiempo, durante el trienio de Marcos Aguilar en la Presidencia Municipal de la capital queretana, se impulsó denodadamente la construcción de ciclovías; se hablaba de toda una red de ellas, que conectarían diferentes colonias, barrios y zonas con el centro de la ciudad, y se tomaron decisiones que despertaron la controversia, como la de construir una vía exclusiva para bicicletas por el extremo izquierdo de la Avenida Universidad, justo en el lado del carril de más alta velocidad, y separada del mismo por una jardinera a la que fueron a treparse no demasiados pocos despistados automovilistas.

También se pintaron, por aquí y por allá, otras tantas ciclopistas, y se pretendió instalar una en Ezequiel Montes, compartiendo la vialidad con cerca de veinte líneas de desbordado transporte urbano, que no llegaba a ninguna parte, y aún en contra de un comercio al que la idea no le agradó en lo más mínimo.

La administración de Aguilar concluyó y la que le siguió apostó por el olvido de la idea, sabiendo que se trataba de una papa caliente de muy difícil trato. Así, hoy las ciclovías, tan discutidas y poco utilizadas, están pero parecen no estar, se aceptan a medias, y aparecen a nuestro paso como fantasmas, sin un aparente, o conocido, plan para revitalizarlas, hacerlas eficientes y prósperas, o en su defecto, desaparecerlas. Y es que para ambas posibilidades se requiere convicción, y sobre todo, valor para arrastrar las consecuencias políticas que acarrearían. Y la convicción y el valor no son virtudes que parezcan abundar en estos tiempos.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Hija de don Noradino Rubio, quien fuera un recordado gobernador queretano, y viuda de mi tío Manuel Vega Naredo, Leticia Isabel Rubio Espinoza de los Monteros, a quien todos conocíamos familiarmente como Chabela, murió en días pasados.

Chabela, quien crio nueve hijos, y por desgracia, vio morir a tres de ellos, significó siempre un referente durante mi niñez. La tía Chabela, con su carácter siempre amable, fincó lazos cercanos con la familia de su esposo, aquí y al otro lado del Atlántico, y atesoró siempre por la tierra natal de su esposo un cariño y apego que trasmitió a sus hijos.

Particularmente, lo que más debo agradecerle es la amorosa compañía telefónica que le brindó por años a mi hermana. La acompañó en conversaciones diarias, le brindó motivos para la reflexión y la distracción, y le mostró un cariño familiar imposible de olvidar.

Para Miguel, Marisa, Rodrigo, Dinorah, Raúl y Alejandro, sus hijos que le sobreviven, un abrazo fraterno. La vida sigue, aunque ahora irá cargada de su recuerdo.

¿Es Querétaro una ciudad ciclista? Y no, como alguna vez se manejó, “una ciudad bicicletera”, porque el término remite a lo peyorativo, a la reminiscencia de los pueblos abandonados de la mano de Dios, del progreso y la modernidad. Por eso pregunto: ¿Es Querétaro una ciudad ciclista?

¿Puede aspirar Querétaro a ser como una de esas típicas ciudades europeas donde la bicicleta es el medio de transporte por excelencia, donde los automotores han dejado de ser un vehículo de movilidad prioritario, donde andar en dos ruedas es cotidiana y eficaz forma de combatir la contaminación?

La respuesta no necesita pensarse mucho: Definitivamente no. Un no contundente que surge de la experiencia de recorrer nuestras calles y comprobar que el auto sigue siendo la prioridad, que el transporte público es caótico y que el peatón es totalmente invisible.

Un no irremediable, pese a los esfuerzos realizados por asociaciones tan interesantes como “Saca tu bici”, o de las obras municipales de antaño, hoy abandonadas a suerte, sin mantenimiento aparente y sin conclusión de metas otrora trazadas.

Cuando el siglo diecinueve agonizaba, en Querétaro se dio un interesante interés por el ciclismo; se establecieron diversas agencias de bicicletas y la Alameda Hidalgo fue escenario hasta de competencias deportivas en la materia, aunque habría que decir que se trató de una moda que albergó mayoritariamente a hombres.

En aquellos tiempos, los distinguidos caballeros de la sociedad queretana se hicieron de una bicicleta en establecimientos como los de los señores Francisco Familiar o José Stauffer, o el de Mendoza y Campero, o el de don Rafael Bastida, también barbero de la ciudad. Todos, los antecedentes de la agencia que fincaría la familia Félix, ya bien entrado el siglo veinte.

Incluso se creó el Club Ciclista de Querétaro y la agencia de bicicletas “Meteor” entregaba medallas a los ganadores de las competencias en la Alameda, donde remataba la fiesta ciclista algún concierto con la Banda de Rurales del Estado.

No hace demasiado tiempo, durante el trienio de Marcos Aguilar en la Presidencia Municipal de la capital queretana, se impulsó denodadamente la construcción de ciclovías; se hablaba de toda una red de ellas, que conectarían diferentes colonias, barrios y zonas con el centro de la ciudad, y se tomaron decisiones que despertaron la controversia, como la de construir una vía exclusiva para bicicletas por el extremo izquierdo de la Avenida Universidad, justo en el lado del carril de más alta velocidad, y separada del mismo por una jardinera a la que fueron a treparse no demasiados pocos despistados automovilistas.

También se pintaron, por aquí y por allá, otras tantas ciclopistas, y se pretendió instalar una en Ezequiel Montes, compartiendo la vialidad con cerca de veinte líneas de desbordado transporte urbano, que no llegaba a ninguna parte, y aún en contra de un comercio al que la idea no le agradó en lo más mínimo.

La administración de Aguilar concluyó y la que le siguió apostó por el olvido de la idea, sabiendo que se trataba de una papa caliente de muy difícil trato. Así, hoy las ciclovías, tan discutidas y poco utilizadas, están pero parecen no estar, se aceptan a medias, y aparecen a nuestro paso como fantasmas, sin un aparente, o conocido, plan para revitalizarlas, hacerlas eficientes y prósperas, o en su defecto, desaparecerlas. Y es que para ambas posibilidades se requiere convicción, y sobre todo, valor para arrastrar las consecuencias políticas que acarrearían. Y la convicción y el valor no son virtudes que parezcan abundar en estos tiempos.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Hija de don Noradino Rubio, quien fuera un recordado gobernador queretano, y viuda de mi tío Manuel Vega Naredo, Leticia Isabel Rubio Espinoza de los Monteros, a quien todos conocíamos familiarmente como Chabela, murió en días pasados.

Chabela, quien crio nueve hijos, y por desgracia, vio morir a tres de ellos, significó siempre un referente durante mi niñez. La tía Chabela, con su carácter siempre amable, fincó lazos cercanos con la familia de su esposo, aquí y al otro lado del Atlántico, y atesoró siempre por la tierra natal de su esposo un cariño y apego que trasmitió a sus hijos.

Particularmente, lo que más debo agradecerle es la amorosa compañía telefónica que le brindó por años a mi hermana. La acompañó en conversaciones diarias, le brindó motivos para la reflexión y la distracción, y le mostró un cariño familiar imposible de olvidar.

Para Miguel, Marisa, Rodrigo, Dinorah, Raúl y Alejandro, sus hijos que le sobreviven, un abrazo fraterno. La vida sigue, aunque ahora irá cargada de su recuerdo.