/ domingo 20 de junio de 2021

Aquí Querétaro

Aunque el bello kiosco del Jardín Zenea sigue siendo utilizado, principalmente por la Banda de Música del Estado los jueves y domingos de cada semana, los tiempos modernos que corren impiden ver a las nuevas generaciones, acostumbradas a otro tipo de satisfactores musicales, su trascendencia para ese Querétaro que lo vio nacer el siglo XX.

El kiosco del Zenea, remozado hace algunos años por el Gobierno del Estado, fue construido con la aportación de los queretanos, sin que la autoridad tuviese que invertir en ello, a través de la asistencia a obras de teatro y corridas de toros cuando corrían los años de 1886 y 1887, a iniciativa, claro está, de la Prefectura del Centro (la Presidencia Municipal de entonces) y bajo la dirección de don Manuel Montes.

Los recursos fueron obtenidos gracias a diversas actividades, en las que participó, de manera destacada, la Compañía Dramática Escobar, que llevó a escena, en el Teatro Iturbide, una serie de representaciones, llevándose en las alforjas sólo el cincuenta por ciento de lo obtenido en taquilla. En aquel tiempo, también se organizaron corridas de toros con el único objeto de llevar a cabo esa obra que representaba tanto para los queretanos de la época.

No fue una tarea fácil; fueron más bien trabajos lentos, debido al labrado de cantera que el kiosco tuvo en su base, y que obligó a retardar su inauguración y a despertar inquietudes y chismes sobre la idea de que la autoridad dejaría de pagar a los trabajadores municipales por el endeudamiento que la obra representaba. Esto finalmente fue una vulgar “fake news”, como se le conoce ahora a las noticias infundadas.

En 1889, ya funcionando este escenario público y tradicional, se le colocaron atriles permanentes, aunque desaparecidos con el paso del tiempo, ante la visita a nuestra ciudad de don Porfirio Díaz, y fueron estrenados por la Banda Filarmónica de Rurales de Querétaro. Por entonces, el kiosco del Zenea también recibió la donación, por parte de don José Dolores Trejo, de un candil que dotaría de luz al espacio.

La luz eléctrica llegaría al kiosco, sin embargo, hasta mediados de 1892, cuando se colocarían en él ocho lámparas eléctricas del Sistema Edison. Para entonces, dos años atrás, el kiosco había ya tenido su primera reforma y re inaugurado para los festejos de cumpleaños de don Porfirio, y de paso del aniversario de la Independencia, con conciertos durante todo el día que acabaron mojados al presentarse una gran lluvia por la noche, mientras los espectadores se guarecían al amparo del hoy desaparecido Portal de Carmelitas.

Algunos años después, en 1906, el kiosco fue ampliado y se le colocaron elementos de hierro traído desde la Ciudad de México. Esos trascendentales trabajos fueron concluidos justo el último mes de ese año en el que el siglo XX aún era muy joven.

Hoy nuestro kiosco sigue ahí, en pie y viendo pasar el tiempo (como la Puerta de Alcalá); sigue brindando música a quienes bailan a ritmo de danzón, luego de haber sido escenario de nuestra historia más reciente. Sigue ahí aunque muchos no reparen en su presencia.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Verdadera indignación ha causado la muerte provocada de dos perros: Tango y Athos, can de asistencia uno y rescatista el otro. Indignación totalmente justificada, pues su deceso se debió a un envenenamiento.

Una marcha, un acto de reconocimiento a su memoria, la intención de modificar la ley para imponer mayores castigos al maltrato animal, el actuar de las autoridades correspondientes, y una infinidad de muestras de solidaridad en las redes sociales, no se hicieron esperar.

Que estas sean las últimas de este tipo de muertes que sufran las mascotas. Que la desaparición cruel de Tango y Athos no sea en balde.

Aunque el bello kiosco del Jardín Zenea sigue siendo utilizado, principalmente por la Banda de Música del Estado los jueves y domingos de cada semana, los tiempos modernos que corren impiden ver a las nuevas generaciones, acostumbradas a otro tipo de satisfactores musicales, su trascendencia para ese Querétaro que lo vio nacer el siglo XX.

El kiosco del Zenea, remozado hace algunos años por el Gobierno del Estado, fue construido con la aportación de los queretanos, sin que la autoridad tuviese que invertir en ello, a través de la asistencia a obras de teatro y corridas de toros cuando corrían los años de 1886 y 1887, a iniciativa, claro está, de la Prefectura del Centro (la Presidencia Municipal de entonces) y bajo la dirección de don Manuel Montes.

Los recursos fueron obtenidos gracias a diversas actividades, en las que participó, de manera destacada, la Compañía Dramática Escobar, que llevó a escena, en el Teatro Iturbide, una serie de representaciones, llevándose en las alforjas sólo el cincuenta por ciento de lo obtenido en taquilla. En aquel tiempo, también se organizaron corridas de toros con el único objeto de llevar a cabo esa obra que representaba tanto para los queretanos de la época.

No fue una tarea fácil; fueron más bien trabajos lentos, debido al labrado de cantera que el kiosco tuvo en su base, y que obligó a retardar su inauguración y a despertar inquietudes y chismes sobre la idea de que la autoridad dejaría de pagar a los trabajadores municipales por el endeudamiento que la obra representaba. Esto finalmente fue una vulgar “fake news”, como se le conoce ahora a las noticias infundadas.

En 1889, ya funcionando este escenario público y tradicional, se le colocaron atriles permanentes, aunque desaparecidos con el paso del tiempo, ante la visita a nuestra ciudad de don Porfirio Díaz, y fueron estrenados por la Banda Filarmónica de Rurales de Querétaro. Por entonces, el kiosco del Zenea también recibió la donación, por parte de don José Dolores Trejo, de un candil que dotaría de luz al espacio.

La luz eléctrica llegaría al kiosco, sin embargo, hasta mediados de 1892, cuando se colocarían en él ocho lámparas eléctricas del Sistema Edison. Para entonces, dos años atrás, el kiosco había ya tenido su primera reforma y re inaugurado para los festejos de cumpleaños de don Porfirio, y de paso del aniversario de la Independencia, con conciertos durante todo el día que acabaron mojados al presentarse una gran lluvia por la noche, mientras los espectadores se guarecían al amparo del hoy desaparecido Portal de Carmelitas.

Algunos años después, en 1906, el kiosco fue ampliado y se le colocaron elementos de hierro traído desde la Ciudad de México. Esos trascendentales trabajos fueron concluidos justo el último mes de ese año en el que el siglo XX aún era muy joven.

Hoy nuestro kiosco sigue ahí, en pie y viendo pasar el tiempo (como la Puerta de Alcalá); sigue brindando música a quienes bailan a ritmo de danzón, luego de haber sido escenario de nuestra historia más reciente. Sigue ahí aunque muchos no reparen en su presencia.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Verdadera indignación ha causado la muerte provocada de dos perros: Tango y Athos, can de asistencia uno y rescatista el otro. Indignación totalmente justificada, pues su deceso se debió a un envenenamiento.

Una marcha, un acto de reconocimiento a su memoria, la intención de modificar la ley para imponer mayores castigos al maltrato animal, el actuar de las autoridades correspondientes, y una infinidad de muestras de solidaridad en las redes sociales, no se hicieron esperar.

Que estas sean las últimas de este tipo de muertes que sufran las mascotas. Que la desaparición cruel de Tango y Athos no sea en balde.