/ domingo 16 de enero de 2022

Aquí Querétaro

El pasado jueves fue día de Reyes, tradición en recuerdo a aquella visita de los tres magos de Oriente a Jesús, recién nacido en Belén, obsequiándole algunos dones, después de seguir una estrella, una señal, en el cielo y haber sido avisados en sueños del nacimiento del Mesías. Fue día de Reyes, y más allá de la rosca, a la que soy cada año más afecto, me puse a pensar que Oscar Wilde aseguraba que la tragedia de ser viejo, no era serlo, sino ser aún joven, pese a la vejez.

Y es que, el problema (o la tragedia, a decir de Wilde) es ser joven en espíritu cuando el cuerpo viejo es incapaz de continuar con esa vida que desde el cerebro y el corazón nos empeñamos en desear. Querer correr, cuando apenas podemos caminar; pretender saltar, cuando nuestros huesos no resisten impacto alguno; querer cenar abundantemente cuando nuestro estómago nos obliga a dormir sentados ante el reflujo, y tantas otras cosas que seguramente usted, estimado lector, si es que ya ha alcanzado cierta edad, se está imaginando mientras lee estas letras. Esa es, sin duda, la tragedia.

Porque ser viejo no es trágico. Ser viejo es tener la posibilidad de comentar el texto que escribimos en las primeras décadas de nuestra vida (Schopenhauer dixit), o mirar la vida desde la atalaya de la experiencia, o sonreír socarronamente ante los comentarios de aquellos que, imberbes y nobeles, creen saber lo que ni remotamente saben. Lo que es trágico, lo que vuelve la vida irónicamente cruel, es ser joven (serlo, no solamente sentirse) en un cuerpo de viejo.

Muchas veces hemos visto a jóvenes insultar con la palabra viejo, a las empresas negar oportunidades de trabajo a las personas maduras, a la gente preferir la fuerza de la juventud a la experiencia de la vejez, sin saber que en realidad se está ante jóvenes muy jóvenes, que simplemente resienten los embates del cansancio físico, pero cuya utilidad va mucho más allá del deterioro de los sentidos.

Fue día de Reyes pues, y mi alma joven me recordó los pesares de la vejez. Fue día de Reyes y recordé aquellos zapatos formados en una ventana del asilo de ancianos de San Sebastián, a la espera de su llegada la noche anterior. Aquellos viejos del asilo habían alcanzado tal juventud que volvían a tener la ilusión de la llegada de los magos de Oriente. ¿Se puede ser más joven?

Y recordé entonces también que, como decía García Márquez, quien acabó sabiendo bien de ello, que la vejez, de alguna manera, es la oportunidad de pactar honradamente con la soledad.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Todos sabemos que los arreglos de las calles, al menos en este país, suelen tornarse eternas. Y si eso es así, me pregunto, ¿por qué no ir de una en una y no colapsar toda una zona asumiéndolas todas a la vez?

El caso de la tradicional colonia Cimatario es un ejemplo claro de ello. Una calle, y luego otra, antes de acabar la primera, y más tarde la tercera, sin concluir las dos anteriores, y, ¿por qué no?, la cuarta, la quinta, la sexta y la séptima, sin poder abrir a la circulación la inicial. Es como si quisieran irnos acostumbrarnos, de poco en mucho, al caos total.

El pasado jueves fue día de Reyes, tradición en recuerdo a aquella visita de los tres magos de Oriente a Jesús, recién nacido en Belén, obsequiándole algunos dones, después de seguir una estrella, una señal, en el cielo y haber sido avisados en sueños del nacimiento del Mesías. Fue día de Reyes, y más allá de la rosca, a la que soy cada año más afecto, me puse a pensar que Oscar Wilde aseguraba que la tragedia de ser viejo, no era serlo, sino ser aún joven, pese a la vejez.

Y es que, el problema (o la tragedia, a decir de Wilde) es ser joven en espíritu cuando el cuerpo viejo es incapaz de continuar con esa vida que desde el cerebro y el corazón nos empeñamos en desear. Querer correr, cuando apenas podemos caminar; pretender saltar, cuando nuestros huesos no resisten impacto alguno; querer cenar abundantemente cuando nuestro estómago nos obliga a dormir sentados ante el reflujo, y tantas otras cosas que seguramente usted, estimado lector, si es que ya ha alcanzado cierta edad, se está imaginando mientras lee estas letras. Esa es, sin duda, la tragedia.

Porque ser viejo no es trágico. Ser viejo es tener la posibilidad de comentar el texto que escribimos en las primeras décadas de nuestra vida (Schopenhauer dixit), o mirar la vida desde la atalaya de la experiencia, o sonreír socarronamente ante los comentarios de aquellos que, imberbes y nobeles, creen saber lo que ni remotamente saben. Lo que es trágico, lo que vuelve la vida irónicamente cruel, es ser joven (serlo, no solamente sentirse) en un cuerpo de viejo.

Muchas veces hemos visto a jóvenes insultar con la palabra viejo, a las empresas negar oportunidades de trabajo a las personas maduras, a la gente preferir la fuerza de la juventud a la experiencia de la vejez, sin saber que en realidad se está ante jóvenes muy jóvenes, que simplemente resienten los embates del cansancio físico, pero cuya utilidad va mucho más allá del deterioro de los sentidos.

Fue día de Reyes pues, y mi alma joven me recordó los pesares de la vejez. Fue día de Reyes y recordé aquellos zapatos formados en una ventana del asilo de ancianos de San Sebastián, a la espera de su llegada la noche anterior. Aquellos viejos del asilo habían alcanzado tal juventud que volvían a tener la ilusión de la llegada de los magos de Oriente. ¿Se puede ser más joven?

Y recordé entonces también que, como decía García Márquez, quien acabó sabiendo bien de ello, que la vejez, de alguna manera, es la oportunidad de pactar honradamente con la soledad.

ACOTACIÓN AL MARGEN

Todos sabemos que los arreglos de las calles, al menos en este país, suelen tornarse eternas. Y si eso es así, me pregunto, ¿por qué no ir de una en una y no colapsar toda una zona asumiéndolas todas a la vez?

El caso de la tradicional colonia Cimatario es un ejemplo claro de ello. Una calle, y luego otra, antes de acabar la primera, y más tarde la tercera, sin concluir las dos anteriores, y, ¿por qué no?, la cuarta, la quinta, la sexta y la séptima, sin poder abrir a la circulación la inicial. Es como si quisieran irnos acostumbrarnos, de poco en mucho, al caos total.