/ domingo 13 de marzo de 2022

Aquí Querétaro | Don Próspero C. Vega

La población del Querétaro de antaño la conocía como “la calle nueva”. Parte desde el costado de la parroquia de Santiago y desemboca en el río de la ciudad, y está acompañada de algunas bellas casonas, sobre todo hasta la esquina de 15 de Mayo, donde se ubica la más espectacular de todas y a quien la conseja popular bautizó como “de la Inquisición”, a pesar de que aquí no funcionó esa tan temida institución eclesiástica.

La calle nueva en realidad se llama Próspero C. Vega, aunque no tantos queretanos saben de la historia de ese personaje que mereció la tan significativa distinción de darle su nombre a una de las céntricas vialidades de la capital estatal.

Próspero Cristóbal Vega fue un notabilísimo abogado queretano del siglo diecinueve, que, se dice, apoyó siempre a los más necesitados, pero que se distinguió, entre otras cosas, por ser un muy respetado director del Colegio Civil, antecedente de nuestra Universidad Autónoma de Querétaro, que asentaba sus instalaciones precisamente de donde parte, desde el sur, la calle que hoy lleva su nombre.

El notable jurisconsulto fue también legislador, magistrado de justicia, periodista y Secretario de Gobierno del Estado, y uno de los momentos más significativos de su quehacer profesional fue, sin duda, su actuación como abogado defensor, ante el Consejo de Guerra correspondiente, del general Tomás Mejía, cuando el Segundo Imperio vio su fin en estas queretanas tierras. Durante se juventud, además, se destacó como brillante estudiante, y luego fue miembro distinguido del llamado Partido Progresista Queretano.

Pero un sesgo de su personalidad que, en lo particular, me llama mucho la atención, es el especial gusto que tenía don Próspero Vega por celebrar su cumpleaños; o quizá mejor dicho, la virtud que poseía para que la gente a su alrededor, principalmente estudiantes y maestros del Colegio Civil, decidieran, cada año, celebrar un aniversario más de su nacimiento de manera espectacular.

Y es que no se trataba de celebraciones tradicionales, de pastel, abrazos y alguna copa de licor, sino de auténticos festivales musicales y poéticos, que solían concluir con baile, en espacios de las dimensiones del Teatro Iturbide, hoy de la República, o en las mismas instalaciones del Colegio Civil, del que, como digo, era director.

A aquellas festividades acudía la “crema y nata” de la sociedad queretana vistiendo sus mejores galas, y lo mismo se escuchaban declamaciones poéticas que interpretaciones musicales, e incluso alguna zarzuela. Don José María Carrillo solía recitar algunos versos, muchachas de sociedad llegaban a atender diversos puestos dedicados a naciones del mundo, interpretaban melodías bandas y orquestas de reconocido prestigio local, y hasta se quitaban las butacas del Teatro Iturbide para, como fin de fiesta, dar espacio a bailes que duraban hasta la madrugada.

Tantas muestras de cariño anual para tan distinguido personaje a veces se veían empañadas por muestras de descontento de algunos cuantos manifestantes, a los que los miembros de aquella sociedad pulcra y de abolengo, consideraban de muy mal gusto.

La noche del 25 de marzo de 1893, don Próspero Cristóbal Vega murió y la conmoción en la ciudad fue mayúscula; los estudiantes del Colegio Civil guardaron nueve días de luto, con un brazalete negro en el brazo izquierdo, y se organizó un funeral inolvidable para quienes lo presenciaron. Para la inhumación de sus restos en el cementerio de La Cruz, el féretro, luego de recibir guardias de honor en las instalaciones del Colegio Civil, fue trasladado a hombros de los alumnos de esa institución en una marcha que fue presidida por el entonces Gobernador del Estado, mientras la Banda de Rurales de Querétaro entonaba marchas fúnebres.

Al año siguiente, también estudiantes del Colegio Civil realizaron una sobria ceremonia en el panteón de La Cruz para colocar sobre la tumba de su maestro una lápida de mármol con leyendas en latín, mientras don José María Carrillo, ¿cómo no?, entonaba, con voz afectada por la emoción, algunos versos.

Hoy, no muchos de los queretanos que recorren a diario la calle que lleva su nombre saben quién fue, y lo que significó en el Querétaro del siglo diecinueve, don Próspero C. Vega, aquel del que se decía “era modelo de virtudes cívicas y morales”.

La población del Querétaro de antaño la conocía como “la calle nueva”. Parte desde el costado de la parroquia de Santiago y desemboca en el río de la ciudad, y está acompañada de algunas bellas casonas, sobre todo hasta la esquina de 15 de Mayo, donde se ubica la más espectacular de todas y a quien la conseja popular bautizó como “de la Inquisición”, a pesar de que aquí no funcionó esa tan temida institución eclesiástica.

La calle nueva en realidad se llama Próspero C. Vega, aunque no tantos queretanos saben de la historia de ese personaje que mereció la tan significativa distinción de darle su nombre a una de las céntricas vialidades de la capital estatal.

Próspero Cristóbal Vega fue un notabilísimo abogado queretano del siglo diecinueve, que, se dice, apoyó siempre a los más necesitados, pero que se distinguió, entre otras cosas, por ser un muy respetado director del Colegio Civil, antecedente de nuestra Universidad Autónoma de Querétaro, que asentaba sus instalaciones precisamente de donde parte, desde el sur, la calle que hoy lleva su nombre.

El notable jurisconsulto fue también legislador, magistrado de justicia, periodista y Secretario de Gobierno del Estado, y uno de los momentos más significativos de su quehacer profesional fue, sin duda, su actuación como abogado defensor, ante el Consejo de Guerra correspondiente, del general Tomás Mejía, cuando el Segundo Imperio vio su fin en estas queretanas tierras. Durante se juventud, además, se destacó como brillante estudiante, y luego fue miembro distinguido del llamado Partido Progresista Queretano.

Pero un sesgo de su personalidad que, en lo particular, me llama mucho la atención, es el especial gusto que tenía don Próspero Vega por celebrar su cumpleaños; o quizá mejor dicho, la virtud que poseía para que la gente a su alrededor, principalmente estudiantes y maestros del Colegio Civil, decidieran, cada año, celebrar un aniversario más de su nacimiento de manera espectacular.

Y es que no se trataba de celebraciones tradicionales, de pastel, abrazos y alguna copa de licor, sino de auténticos festivales musicales y poéticos, que solían concluir con baile, en espacios de las dimensiones del Teatro Iturbide, hoy de la República, o en las mismas instalaciones del Colegio Civil, del que, como digo, era director.

A aquellas festividades acudía la “crema y nata” de la sociedad queretana vistiendo sus mejores galas, y lo mismo se escuchaban declamaciones poéticas que interpretaciones musicales, e incluso alguna zarzuela. Don José María Carrillo solía recitar algunos versos, muchachas de sociedad llegaban a atender diversos puestos dedicados a naciones del mundo, interpretaban melodías bandas y orquestas de reconocido prestigio local, y hasta se quitaban las butacas del Teatro Iturbide para, como fin de fiesta, dar espacio a bailes que duraban hasta la madrugada.

Tantas muestras de cariño anual para tan distinguido personaje a veces se veían empañadas por muestras de descontento de algunos cuantos manifestantes, a los que los miembros de aquella sociedad pulcra y de abolengo, consideraban de muy mal gusto.

La noche del 25 de marzo de 1893, don Próspero Cristóbal Vega murió y la conmoción en la ciudad fue mayúscula; los estudiantes del Colegio Civil guardaron nueve días de luto, con un brazalete negro en el brazo izquierdo, y se organizó un funeral inolvidable para quienes lo presenciaron. Para la inhumación de sus restos en el cementerio de La Cruz, el féretro, luego de recibir guardias de honor en las instalaciones del Colegio Civil, fue trasladado a hombros de los alumnos de esa institución en una marcha que fue presidida por el entonces Gobernador del Estado, mientras la Banda de Rurales de Querétaro entonaba marchas fúnebres.

Al año siguiente, también estudiantes del Colegio Civil realizaron una sobria ceremonia en el panteón de La Cruz para colocar sobre la tumba de su maestro una lápida de mármol con leyendas en latín, mientras don José María Carrillo, ¿cómo no?, entonaba, con voz afectada por la emoción, algunos versos.

Hoy, no muchos de los queretanos que recorren a diario la calle que lleva su nombre saben quién fue, y lo que significó en el Querétaro del siglo diecinueve, don Próspero C. Vega, aquel del que se decía “era modelo de virtudes cívicas y morales”.