/ domingo 17 de julio de 2022

Aquí Querétaro | El Diablo

Le llamaban “El Diablo” y murió inesperadamente, hace pocos años, un día de julio como su nombre, porque en realidad se llamaba Julio César Cervantes.

Julio, o “El Diablo”, fue un serigrafista y vitralista excepcional, pero también fue escritor y músico (con especial predilección, dicen, por el blues), virtuoso de la armónica. Sus alumnos de la Casa de la Cultura se cuentan seguramente por cientos, y para ninguno de ellos, como para nadie que lo conoció en vida, pasó desapercibido.

Personaje popular, inimitable e irrepetible, fue socio de aventuras de artistas ya idos, como Julio Castillo o Gerardo Esquivel, organizador de “tocadas” (de todo tipo) y poseedor de una “pinta” única, donde destacaba su larga barba echa trenza desde la barbilla.

Con “El Diablo” viví algunas anécdotas, como anécdotas, muchas veces chuscas, vivieron todos los que tuvieron el privilegio de conocerlo. He aquí algunas de ellas:

En aquellas épocas en las que a Julio lo responsabilizaban de organizar “tocadas” fuera del Centro Histórico, para evitar que “la banda” hiciera de las suyas en las ceremonias del Grito de Independencia, que debían de permanecer inmaculadas para la sociedad queretana, me decía algo así como “allá se arma bien, mi lic (solía decirme “mi lic”), podrá haber alguna madriza, pero no llega a haber muertitos”, y también me comentaba, siempre con la risa presta, cómo intentaron responsabilizar a “la banda” (“su banda”) de unos desmanes y batalla campal a botellazos en el céntrico Jardín Zenea: “No, mi lic, yo vi las botellas y tenían todavía así de alcohol (mostrándome dos dedos con una separación de unos dos centímetros); “la banda” no tira eso”.

En otra oportunidad que me topé con él en la calle, me pidió un favor especial, aprovechando que entonces yo estaba a cargo de las oficinas del INAH en Querétaro, de las que dependen las zonas arqueológicas. Quería pasar toda una noche, solo, al interior de la zona de El Cerrito, con intenciones desconocidas, pero predecibles (debo aclarar que eso nunca se dio, por si se lo preguntan).

Cuando “El Diablo” se casó con Ale Lobato el acontecimiento fue extraordinario, rodeado de un ambiente de algarabía y distinción, en su acepción más amplia. Primero fue la ceremonia civil en las instalaciones de la Delegación Centro Histórico, y después la fiesta en el Museo de la Ciudad; una fiesta lúdica, artística y tan inigualable como el “Diablo” mismo.

Yo relaté en alguna red social el acontecimiento y escribí, a manera de broma, que lo único malo es que no me habían invitado. No tardó Julio en aparecer una mañana por mi oficina para ofrecerme, a su estilo, una disculpa por la omisión y a pedirme que los acompañara a cenar a su casa, alguna noche próxima. Y así fue: Julio y Ale nos recibieron, a mi esposa y a mí, en su casa, y ahí “El Diablo” me mostró una faceta para mí totalmente desconocida: la de cocinero, pues preparó una cena italiana digna de cualquier buen restaurante de la especialidad.

Así como desconocía su modalidad como cocinero, desconocía otras cosas de Julio César que me desveló Blas César Terán, durante su intervención en la ceremonia de aniversario luctuoso que le organizaron Maja Godoy y su hijo Emiliano en la Galería Libertad: su paso por el “Velasco”, la mítica escuela militarizada, y por las instalaciones del hoy llamado Palacio de la Corregidora, donde tomó unas vacaciones en tiempos en que el inmueble era también dedicado a otros menesteres.

Julio César Cervantes, “El Diablo”, personaje inolvidable, ser humano entrañable, artista poco conocido, maestro ejemplar.

Le llamaban “El Diablo” y murió inesperadamente, hace pocos años, un día de julio como su nombre, porque en realidad se llamaba Julio César Cervantes.

Julio, o “El Diablo”, fue un serigrafista y vitralista excepcional, pero también fue escritor y músico (con especial predilección, dicen, por el blues), virtuoso de la armónica. Sus alumnos de la Casa de la Cultura se cuentan seguramente por cientos, y para ninguno de ellos, como para nadie que lo conoció en vida, pasó desapercibido.

Personaje popular, inimitable e irrepetible, fue socio de aventuras de artistas ya idos, como Julio Castillo o Gerardo Esquivel, organizador de “tocadas” (de todo tipo) y poseedor de una “pinta” única, donde destacaba su larga barba echa trenza desde la barbilla.

Con “El Diablo” viví algunas anécdotas, como anécdotas, muchas veces chuscas, vivieron todos los que tuvieron el privilegio de conocerlo. He aquí algunas de ellas:

En aquellas épocas en las que a Julio lo responsabilizaban de organizar “tocadas” fuera del Centro Histórico, para evitar que “la banda” hiciera de las suyas en las ceremonias del Grito de Independencia, que debían de permanecer inmaculadas para la sociedad queretana, me decía algo así como “allá se arma bien, mi lic (solía decirme “mi lic”), podrá haber alguna madriza, pero no llega a haber muertitos”, y también me comentaba, siempre con la risa presta, cómo intentaron responsabilizar a “la banda” (“su banda”) de unos desmanes y batalla campal a botellazos en el céntrico Jardín Zenea: “No, mi lic, yo vi las botellas y tenían todavía así de alcohol (mostrándome dos dedos con una separación de unos dos centímetros); “la banda” no tira eso”.

En otra oportunidad que me topé con él en la calle, me pidió un favor especial, aprovechando que entonces yo estaba a cargo de las oficinas del INAH en Querétaro, de las que dependen las zonas arqueológicas. Quería pasar toda una noche, solo, al interior de la zona de El Cerrito, con intenciones desconocidas, pero predecibles (debo aclarar que eso nunca se dio, por si se lo preguntan).

Cuando “El Diablo” se casó con Ale Lobato el acontecimiento fue extraordinario, rodeado de un ambiente de algarabía y distinción, en su acepción más amplia. Primero fue la ceremonia civil en las instalaciones de la Delegación Centro Histórico, y después la fiesta en el Museo de la Ciudad; una fiesta lúdica, artística y tan inigualable como el “Diablo” mismo.

Yo relaté en alguna red social el acontecimiento y escribí, a manera de broma, que lo único malo es que no me habían invitado. No tardó Julio en aparecer una mañana por mi oficina para ofrecerme, a su estilo, una disculpa por la omisión y a pedirme que los acompañara a cenar a su casa, alguna noche próxima. Y así fue: Julio y Ale nos recibieron, a mi esposa y a mí, en su casa, y ahí “El Diablo” me mostró una faceta para mí totalmente desconocida: la de cocinero, pues preparó una cena italiana digna de cualquier buen restaurante de la especialidad.

Así como desconocía su modalidad como cocinero, desconocía otras cosas de Julio César que me desveló Blas César Terán, durante su intervención en la ceremonia de aniversario luctuoso que le organizaron Maja Godoy y su hijo Emiliano en la Galería Libertad: su paso por el “Velasco”, la mítica escuela militarizada, y por las instalaciones del hoy llamado Palacio de la Corregidora, donde tomó unas vacaciones en tiempos en que el inmueble era también dedicado a otros menesteres.

Julio César Cervantes, “El Diablo”, personaje inolvidable, ser humano entrañable, artista poco conocido, maestro ejemplar.