/ domingo 17 de septiembre de 2023

Aquí Querétaro | El olvidado Epigmenio González


Cuando nació, el 22 de marzo de 1781, en una humilde vivienda del poniente de Querétaro, aquel niño estaba predestinado, no sólo para convertirse en un héroe, sino también y sobre todo, en el protagonista de una vida marcada por la tragedia y el olvido. José María Ignacio Juan Nepomuceno Aparicio Epigmenio sería conocido, simplemente, como Epigmenio González.

A los cuatro años, con su hermano Emeterio de sólo un año, vió morir a su padre, y pocos meses después, a su madre, asumiendo, simple y tristemente, el rol de huérfano. Apenas doce años después, a los dieciséis, perdió a su abuelo Manuel, un albañil que se había hecho cargo de los dos hermanos cuando sus padres murieron. Y curiosamente fue ese doblez de la vida el que pareció, sólo pareció, cambiarle la existencia, cuando lo arropó (los arropó) una mujer de posibilidades económicas y dueña de una tienda de “indios”: Doña Carmen Covarrubias.

A la muerte de la noble mujer, Epigmenio heredó “La Concepción”, que tal era el nombre de aquella tienda en la que se encontraba de todo, ubicada justo frente a la Plaza de Abajo y a unos pasos de los varios templos que acompañaban a la construcción del Convento Grande de San Francisco.

Pese a su ya buena posición económica, casó con una india: doña Anastasia Juárez, y el nuevo hogar abrigó, otra vez, un espacio para la tragedia: Murió el único hijo de la pareja apenas nacer, y la cólera acabó después con la vida de ella, apenas un año antes de que la conspiración fuere descubierta.

Ahí en la tienda, que era también su casa, Epigmenio, y su hermano Emeterio, guardaban con discreción armamento que se utilizaría en la revuelta, pero cuando los planes fueron descubiertos, los apresaron el catorce de septiembre de aquel 1810. A la cárcel llevaron también a quienes ahí se alojaban por la característica bonhomía de los hermanos, incluyendo a un par de niños huérfanos que habían adoptado.

Emeterio murió en prisión apenas dos años después, y a Epigmenio le fue conmutada la pena de muerte por la prisión y el exilio en la lejana Filipinas, en donde permaneció entre rejas por veintisiete años.

Cuando finalmente fue liberado y pudo regresar a México, no quiso volver a Querétaro; se instaló en Guadalajara, donde le ofrecieron un trabajo de velador para solventar los gastos de su vida cotidiana.

José María Ignacio Juan Nepomuceno Aparicio Epigmenio murió a los setenta y siete años, de cólera como su finada esposa, sin homenajes ni pensión alguna, en medio del olvido de una nación libre y soberana. Aunque alguna calle y una delegación de su ciudad natal llevan hoy su nombre, el de Epigmenio González es un ejemplo del menosprecio con el que puede sobrevivir el recuerdo de nuestros héroes.



Cuando nació, el 22 de marzo de 1781, en una humilde vivienda del poniente de Querétaro, aquel niño estaba predestinado, no sólo para convertirse en un héroe, sino también y sobre todo, en el protagonista de una vida marcada por la tragedia y el olvido. José María Ignacio Juan Nepomuceno Aparicio Epigmenio sería conocido, simplemente, como Epigmenio González.

A los cuatro años, con su hermano Emeterio de sólo un año, vió morir a su padre, y pocos meses después, a su madre, asumiendo, simple y tristemente, el rol de huérfano. Apenas doce años después, a los dieciséis, perdió a su abuelo Manuel, un albañil que se había hecho cargo de los dos hermanos cuando sus padres murieron. Y curiosamente fue ese doblez de la vida el que pareció, sólo pareció, cambiarle la existencia, cuando lo arropó (los arropó) una mujer de posibilidades económicas y dueña de una tienda de “indios”: Doña Carmen Covarrubias.

A la muerte de la noble mujer, Epigmenio heredó “La Concepción”, que tal era el nombre de aquella tienda en la que se encontraba de todo, ubicada justo frente a la Plaza de Abajo y a unos pasos de los varios templos que acompañaban a la construcción del Convento Grande de San Francisco.

Pese a su ya buena posición económica, casó con una india: doña Anastasia Juárez, y el nuevo hogar abrigó, otra vez, un espacio para la tragedia: Murió el único hijo de la pareja apenas nacer, y la cólera acabó después con la vida de ella, apenas un año antes de que la conspiración fuere descubierta.

Ahí en la tienda, que era también su casa, Epigmenio, y su hermano Emeterio, guardaban con discreción armamento que se utilizaría en la revuelta, pero cuando los planes fueron descubiertos, los apresaron el catorce de septiembre de aquel 1810. A la cárcel llevaron también a quienes ahí se alojaban por la característica bonhomía de los hermanos, incluyendo a un par de niños huérfanos que habían adoptado.

Emeterio murió en prisión apenas dos años después, y a Epigmenio le fue conmutada la pena de muerte por la prisión y el exilio en la lejana Filipinas, en donde permaneció entre rejas por veintisiete años.

Cuando finalmente fue liberado y pudo regresar a México, no quiso volver a Querétaro; se instaló en Guadalajara, donde le ofrecieron un trabajo de velador para solventar los gastos de su vida cotidiana.

José María Ignacio Juan Nepomuceno Aparicio Epigmenio murió a los setenta y siete años, de cólera como su finada esposa, sin homenajes ni pensión alguna, en medio del olvido de una nación libre y soberana. Aunque alguna calle y una delegación de su ciudad natal llevan hoy su nombre, el de Epigmenio González es un ejemplo del menosprecio con el que puede sobrevivir el recuerdo de nuestros héroes.