/ domingo 22 de octubre de 2023

Aquí Querétaro | Escuchar


Meryl Streep, la extraordinaria actriz nortemericana, ganadora de tres Oscars y nominada para ese galardón otras 18, recibió el premio Princesa de Asturias a las artes el pasado viernes en el teatro Campoamor de Oviedo, la capital asturiana, ciudad que, por cierto, se desbordó en muestras de aprecio para la actriz a lo largo de los pasados días. En su participación en esa ceremonia tan emotiva, la actriz manejó como centro de su discurso la importancia de escuchar, de oír a los demás, en tiempos de individualismo e intransigencia. “La empatía, el don del actor, es una forma radical de diplomacia en un mundo cada vez más hostil”, sentenció la artista de 74 años.

El escuchar es, a la vez que una de las virtudes más importantes del ser humano, una de las más escasas. Si todos aprendiéramos a escuchar, la vida, ni duda cabe, sería mucho más vivible y reconfortante.

Un político (de los inteligentes, que no abundan), me dijo alguna vez que toda acción gubernamental debía haber sido solicitada por la ciudadanía con antelación; incluso aquella que había nacido de la propia visión de las cosas, debía de pasar por el convencimiento previo de los ciudadanos, y de su solicitud. En otras palabras, el político tendría que tener la capacidad de escuchar.

Cito a los políticos porque, como en pocos, se da en ellos una sordera alimentada por los dulces mareos del poder, que sirve como una especie de cedazo que permite sólo el paso del elogio, aún esté revestido de mentira, para alimentar las siempre peligrosas aristas de la soberbia.

Pero la sordera se da en todas las profesiones y en todos los estratos sociales; es un mal característico del ser humano en estos tiempos que corren, tan vanos, tan efímeros, y lamentablemente, tan estúpidos. Si realmente escucháramos a los demás, acaso advertiríamos lo evidente y el mundo, ése que nos empeñamos en demoler a diario, sería un poco, o un mucho, mejor.

Las voces de la naturaleza, de los oprimidos, de los distintos, de los ciudadanos de a pie, de los emigrantes sin patria, de las minorías, de los que sufren, de los sabios, de los viejos, de los niños, están ahí y solo falta detener nuestra frenética y mediática carrera para escucharlas.

Si así fuese, si remotamente así se diera, el mundo, nuestro mundo, como dice Meryl Streep, sería cada vez menos hostil.



Meryl Streep, la extraordinaria actriz nortemericana, ganadora de tres Oscars y nominada para ese galardón otras 18, recibió el premio Princesa de Asturias a las artes el pasado viernes en el teatro Campoamor de Oviedo, la capital asturiana, ciudad que, por cierto, se desbordó en muestras de aprecio para la actriz a lo largo de los pasados días. En su participación en esa ceremonia tan emotiva, la actriz manejó como centro de su discurso la importancia de escuchar, de oír a los demás, en tiempos de individualismo e intransigencia. “La empatía, el don del actor, es una forma radical de diplomacia en un mundo cada vez más hostil”, sentenció la artista de 74 años.

El escuchar es, a la vez que una de las virtudes más importantes del ser humano, una de las más escasas. Si todos aprendiéramos a escuchar, la vida, ni duda cabe, sería mucho más vivible y reconfortante.

Un político (de los inteligentes, que no abundan), me dijo alguna vez que toda acción gubernamental debía haber sido solicitada por la ciudadanía con antelación; incluso aquella que había nacido de la propia visión de las cosas, debía de pasar por el convencimiento previo de los ciudadanos, y de su solicitud. En otras palabras, el político tendría que tener la capacidad de escuchar.

Cito a los políticos porque, como en pocos, se da en ellos una sordera alimentada por los dulces mareos del poder, que sirve como una especie de cedazo que permite sólo el paso del elogio, aún esté revestido de mentira, para alimentar las siempre peligrosas aristas de la soberbia.

Pero la sordera se da en todas las profesiones y en todos los estratos sociales; es un mal característico del ser humano en estos tiempos que corren, tan vanos, tan efímeros, y lamentablemente, tan estúpidos. Si realmente escucháramos a los demás, acaso advertiríamos lo evidente y el mundo, ése que nos empeñamos en demoler a diario, sería un poco, o un mucho, mejor.

Las voces de la naturaleza, de los oprimidos, de los distintos, de los ciudadanos de a pie, de los emigrantes sin patria, de las minorías, de los que sufren, de los sabios, de los viejos, de los niños, están ahí y solo falta detener nuestra frenética y mediática carrera para escucharlas.

Si así fuese, si remotamente así se diera, el mundo, nuestro mundo, como dice Meryl Streep, sería cada vez menos hostil.