/ domingo 13 de octubre de 2019

Aquí Querétaro - Estadio municipal

A veces hay cosas que valen por lo que representan, por lo que evocan, por los recuerdos que provocan, y no por su valor material. En ocasiones, muy pocas dadas los tiempos materialistas que corren, las cosas valen mucho más por lo que significan que por lo que son.

Es el caso del viejo y entrañable Estadio Municipal.

Construido en la década de los treinta del siglo pasado, y por tanto jurídicamente sin valor histórico, el inmueble cuenta, en su primera etapa, con las características de sobriedad propias de las construcciones que prevalecieron en su época de construcción. Nada relevante, seguramente, pero con ese hálito que nos remite a aquellos tiempos en los que la segunda guerra mundial atemorizó al mundo.

Pero el viejo estadio es mucho más que concreto, acero y tabiques; es un receptáculo de experiencias vividas por varias generaciones de queretanos en una ciudad que distaba mucho de ser la de hoy, y entre sus muros alberga esos fantasmas que nos obligan a mirar atrás para recordar lo que fuimos.

He leído con atención, en los últimos días, los nostálgicos mensajes en Twitter que ha enviado Silvano Téllez, esa leyenda futbolística queretana, sobre ese espacio, y las muchas experiencias en él vividas; los muchos goles que clavó, en las dos porterías, vistiendo el uniforme blanco de los Gallos Blancos, y entre los que destaca aquel agónico y heroico, con la cabeza abierta y una venda conteniendo la sangre.

Los míos son otros y se remontan a aquellas competencias entre los rojos y azules del Instituto Queretano, con las tribunas repletas de familiares; aquellas de las carreras de toda índole y de las risas infantiles. Y también, mucho más cerca, a la organización a su interior del tianguis de Todos Santos.

Hace poco más de tres lustros, cuando la construcción del Centro Educativo y Cultura Manuel Gómez Morín, el Estado Municipal sufrió su más grave riesgo de desaparición. Se proyectaba entonces la construcción de un amplísimo estacionamiento de varios pisos y se decía que tener una cancha en el corazón de la ciudad representaba hasta un riesgo para la salud de los deportistas. De aquella tentativa, sin embargo, sólo quedaron los vestigios de una invasión de concreto que alcanza los viejos muros del viejo inmueble, como obligándolo a hacerse a un lado sin remedio.

Hoy parece que su desaparición será definitiva. La picota, ahora sí, ha empezado a demoler las tribunas posteriores del lado poniente, y según el plan de obra no tardará en caer por tierra lo más emblemático del recinto. Ahí se levantará, se dice, un nuevo y moderno complejo deportivo, acorde con los tiempos que vivimos, y, por cierto, sin detrimento de la salud de los deportistas.

Pero los fantasmas del Estadio Municipal seguirán ahí, sin que nadie pueda impedirlo, recordando viejos y añorados tiempos. Porque las cosas, a veces, no apelan a su valor material, sino a lo que evocan, a los recuerdos que provocan, a los sueños intangibles de la vida. Y eso, aún sobre la picota de la practicidad, es eterno.

A veces hay cosas que valen por lo que representan, por lo que evocan, por los recuerdos que provocan, y no por su valor material. En ocasiones, muy pocas dadas los tiempos materialistas que corren, las cosas valen mucho más por lo que significan que por lo que son.

Es el caso del viejo y entrañable Estadio Municipal.

Construido en la década de los treinta del siglo pasado, y por tanto jurídicamente sin valor histórico, el inmueble cuenta, en su primera etapa, con las características de sobriedad propias de las construcciones que prevalecieron en su época de construcción. Nada relevante, seguramente, pero con ese hálito que nos remite a aquellos tiempos en los que la segunda guerra mundial atemorizó al mundo.

Pero el viejo estadio es mucho más que concreto, acero y tabiques; es un receptáculo de experiencias vividas por varias generaciones de queretanos en una ciudad que distaba mucho de ser la de hoy, y entre sus muros alberga esos fantasmas que nos obligan a mirar atrás para recordar lo que fuimos.

He leído con atención, en los últimos días, los nostálgicos mensajes en Twitter que ha enviado Silvano Téllez, esa leyenda futbolística queretana, sobre ese espacio, y las muchas experiencias en él vividas; los muchos goles que clavó, en las dos porterías, vistiendo el uniforme blanco de los Gallos Blancos, y entre los que destaca aquel agónico y heroico, con la cabeza abierta y una venda conteniendo la sangre.

Los míos son otros y se remontan a aquellas competencias entre los rojos y azules del Instituto Queretano, con las tribunas repletas de familiares; aquellas de las carreras de toda índole y de las risas infantiles. Y también, mucho más cerca, a la organización a su interior del tianguis de Todos Santos.

Hace poco más de tres lustros, cuando la construcción del Centro Educativo y Cultura Manuel Gómez Morín, el Estado Municipal sufrió su más grave riesgo de desaparición. Se proyectaba entonces la construcción de un amplísimo estacionamiento de varios pisos y se decía que tener una cancha en el corazón de la ciudad representaba hasta un riesgo para la salud de los deportistas. De aquella tentativa, sin embargo, sólo quedaron los vestigios de una invasión de concreto que alcanza los viejos muros del viejo inmueble, como obligándolo a hacerse a un lado sin remedio.

Hoy parece que su desaparición será definitiva. La picota, ahora sí, ha empezado a demoler las tribunas posteriores del lado poniente, y según el plan de obra no tardará en caer por tierra lo más emblemático del recinto. Ahí se levantará, se dice, un nuevo y moderno complejo deportivo, acorde con los tiempos que vivimos, y, por cierto, sin detrimento de la salud de los deportistas.

Pero los fantasmas del Estadio Municipal seguirán ahí, sin que nadie pueda impedirlo, recordando viejos y añorados tiempos. Porque las cosas, a veces, no apelan a su valor material, sino a lo que evocan, a los recuerdos que provocan, a los sueños intangibles de la vida. Y eso, aún sobre la picota de la practicidad, es eterno.