La figura de don Rafa, siempre dispuesto a la broma y al recuerdo de anécdotas chuscas, parece haber aparecido estos días por el céntrico Jardín Guerrero. Su sonrisa ha vuelto a aparecer seguramente cuando, desde donde se encuentre, volvió a ver a los niños queretanos correr sobre los adoquines en sus coches de pedales.
La de Rafael Lozada Maldonado fue una niñez difícil, de estrecheces económicas y aderezada por la persecución que a su padre obsequió el entonces gobernador Saturnino Osornio. En su casa de infancia no hubo nunca lugar para los lujos, y, por ende, tampoco para una ilusión que el pequeño Rafael atesoraba vivamente en su interior: tener uno de esos cochecitos de pedales que eran el disfrute de otros niños.
Y como la niñez siempre, inexorablemente, nos marca, quien se convertiría en actor aficionado, al lado de las Perusquía, de Antonio Gutiérrez, de Manola Carriles y del maestro Jorge Papadimitriu, y quien encontraría en el periodismo su vocación, resolvió un día hacer realidad aquellos sueños en otros niños, creando lo que llamó “El Gran Premio de Navidad”.
Con el patrocinio de Diario de Querétaro, su casa profesional, durante trece años se echó a cuestas la siempre difícil empresa de organizar un concurso, una competencia, donde los niños queretanos corrieran, en coches de pedales, por algunas calles del centro histórico, entre la Plaza de Armas y el Jardín Zenea.
Don Rafa, conocido entre la queretanidad como “El Chicharrín”, redondeó aquella idea con un propósito altruista adicional: el de destinar los recursos que aquel concurso generara en beneficio de la casa hogar “El Oasis del Niño”, la famosa, y por entonces única, casa de cuna queretana.
Los niños, pues, en un orfanato o sobre un coche de pedales; esos niños que, como él, tenían el corazón pletórico de esperanza, de emoción y de ilusión. Niños como nunca dejó de serlo él, a pesar de los años y de los siempre complejos caminos de la vida.
La pasión, la entrega, en todo lo que hacía, fue la característica principal de don Rafa; lo mismo como teatrista que en la elucubración de sus bromas, en la crónica futbolera o taurina, en la venta de espacios publicitarios del periódico o en el apoyo irrestricto a sus amigos, y, desde luego, en la empeñosa y absorbente organización de un Gran Premio de Navidad en el que se hizo acompañar de sus más allegados, incluyendo sus hijos, Gabriela, a la que desgraciadamente vio morir, y Benito, que apenas le sobrevivió unos cuantos años.
En lo que me parece una brillante idea, Diario de Querétaro ha rescatado aquella tradición labrada por Rafael Lozada y reinició, aprovechando su aniversario sesenta, la organización de una competencia de esta misma naturaleza, aunque ahora se escenificó apenas los días anteriores bajo el membrete de Premio Diario de Querétaro, con la entusiasta participación de niños de entre cinco y diez años, y destinando los recursos obtenidos por las inscripciones correspondientes para apoyar al centro de asistencia social “Casa María Goretti”.
Los ganadores se llevaron la copa “Rafael Lozada Maldonado”, en memoria de aquel personaje único e irrepetible que supo transformar sus carencias de niño en un espacio que marcó, por trece años, la vida de un buen número de queretanos.
Por eso digo que el famoso Chicharrín Lozada volvió a sonreír, ilusionado, a cada pedalazo, a cada porra, a cada llegada a la meta en el Jardín Guerrero. También volvió a recordarnos lo importante que siempre será no perder la ilusión y dejar el alma, apasionadamente, en lo que se hace.