/ domingo 8 de octubre de 2023

Aquí Querétaro | Plazuela Ignacio Mariano de las Casas


¿Bailas o no bailas? parecen preguntarse los transeúntes que cruzan la céntrica y adoquinada plazuela, convertida hace algunos meses en reducto nocturno de malvivientes y hoy custodiada por patrullas policiacas con la torreta encendida. ¿Bailas o no bailas? parece inquirir con la mirada el niño que corrió tras una de las muchas palomas que adornan, y ensucian, el lugar. Pregunta que repite en silencio la señora que viene de la compra, el oficinista que se come una torta, el señor de sombrero que espera, paciente, un horario por llegar…

Pero la fuente no baila, o al menos no lo ha hecho últimamente, pese a que está ahí, se supone, precisamente para bailar y darle a los queretanos un momento de paz, y a los vecinos un constante motivo de estrés. La fuente danzarina es un ejemplo claro y conciso, un monumento recordatorio de las ocurrencias gubernamentales; de esas que sacian una pronta idea y se olvidan de lo que vendrá después.

La plazuela Ignacio Mariano de las Casas, bautizada así en honor del arquitecto que, entre otras obras, hizo posible el prodigio de Santa Rosa de Viterbo, fue creada en 1964, cuando la modernización de la ciudad consistía en ampliar calles y derruir monumentos históricos, justo en el tiempo de las obras que permitirían una mayor anchura de la antigua Calzada de Belén, a la que convirtieron en Ezequiel Montes. La idea era darle mayor vista al templo y al ex beaterio de Santa Rosa de Viterbo, con sus maravillosos contrafuertes, su imponente torre y su reloj de repetición, aunque para ello se tuviese que demoler media manzana de construcciones de los siglos XVIII y XIX.

Frente al edificio barroco que albergó muchos años al hospital civil de la ciudad y al Instituto México Italiano de Artes Gráficas, y que ahora es sede de la Secretaría de Cultura, se diseñó ese espacio inaugurado por el presidente Adolfo López Mateos en noviembre de aquel 1964, con sus portales techados y su fuente imitación novohispana, a la que, con el paso del tiempo, le colocaron una reja de hierro para que nadie osara treparse en ella.

Hasta ahí decidieron llevar las estatuas de Ezequiel Montes y José María Arteaga, mirándose de lejos, con el único sostén de que así se llaman las calles que la rodean; ahí mismo decidieron, cuando el presente siglo apenas comenzaba, retirar aquella fuente para poner una inmensa y rectangular, con 53 bombas y una tubería que permitía que las aguas bailaran al compás de la música y los colores.

Y ahí también, apenas en la pasada administración estatal, se empeñaron en colocar un armatoste que sirviera de sostén a proyectores que habrían de presentar, frente a la maravilla de la portada de Santa Rosa, cual si se tratara de una pantalla gigante, imágenes acordes con los tiempos que corren y fuese así un atractivo visual para propios y extraños.

Hoy las estatuas de Arteaga y Montes se mantienen decoradas con los excrementos de las palomas, los proyectores del “videomapping” se encienden muy esporádicamente, y la fuente ha dejado de danzar mientras los oídos de los vecinos descansan del incesante Huapango de Moncayo, aunque, eso sí, colocan a ratos las enormes y originales letras que rezan: “Querétaro”.

Los caprichos del poder colocados en un muestrario, mientras todos nos preguntamos al paso: “¿Bailas o no bailas?”


¿Bailas o no bailas? parecen preguntarse los transeúntes que cruzan la céntrica y adoquinada plazuela, convertida hace algunos meses en reducto nocturno de malvivientes y hoy custodiada por patrullas policiacas con la torreta encendida. ¿Bailas o no bailas? parece inquirir con la mirada el niño que corrió tras una de las muchas palomas que adornan, y ensucian, el lugar. Pregunta que repite en silencio la señora que viene de la compra, el oficinista que se come una torta, el señor de sombrero que espera, paciente, un horario por llegar…

Pero la fuente no baila, o al menos no lo ha hecho últimamente, pese a que está ahí, se supone, precisamente para bailar y darle a los queretanos un momento de paz, y a los vecinos un constante motivo de estrés. La fuente danzarina es un ejemplo claro y conciso, un monumento recordatorio de las ocurrencias gubernamentales; de esas que sacian una pronta idea y se olvidan de lo que vendrá después.

La plazuela Ignacio Mariano de las Casas, bautizada así en honor del arquitecto que, entre otras obras, hizo posible el prodigio de Santa Rosa de Viterbo, fue creada en 1964, cuando la modernización de la ciudad consistía en ampliar calles y derruir monumentos históricos, justo en el tiempo de las obras que permitirían una mayor anchura de la antigua Calzada de Belén, a la que convirtieron en Ezequiel Montes. La idea era darle mayor vista al templo y al ex beaterio de Santa Rosa de Viterbo, con sus maravillosos contrafuertes, su imponente torre y su reloj de repetición, aunque para ello se tuviese que demoler media manzana de construcciones de los siglos XVIII y XIX.

Frente al edificio barroco que albergó muchos años al hospital civil de la ciudad y al Instituto México Italiano de Artes Gráficas, y que ahora es sede de la Secretaría de Cultura, se diseñó ese espacio inaugurado por el presidente Adolfo López Mateos en noviembre de aquel 1964, con sus portales techados y su fuente imitación novohispana, a la que, con el paso del tiempo, le colocaron una reja de hierro para que nadie osara treparse en ella.

Hasta ahí decidieron llevar las estatuas de Ezequiel Montes y José María Arteaga, mirándose de lejos, con el único sostén de que así se llaman las calles que la rodean; ahí mismo decidieron, cuando el presente siglo apenas comenzaba, retirar aquella fuente para poner una inmensa y rectangular, con 53 bombas y una tubería que permitía que las aguas bailaran al compás de la música y los colores.

Y ahí también, apenas en la pasada administración estatal, se empeñaron en colocar un armatoste que sirviera de sostén a proyectores que habrían de presentar, frente a la maravilla de la portada de Santa Rosa, cual si se tratara de una pantalla gigante, imágenes acordes con los tiempos que corren y fuese así un atractivo visual para propios y extraños.

Hoy las estatuas de Arteaga y Montes se mantienen decoradas con los excrementos de las palomas, los proyectores del “videomapping” se encienden muy esporádicamente, y la fuente ha dejado de danzar mientras los oídos de los vecinos descansan del incesante Huapango de Moncayo, aunque, eso sí, colocan a ratos las enormes y originales letras que rezan: “Querétaro”.

Los caprichos del poder colocados en un muestrario, mientras todos nos preguntamos al paso: “¿Bailas o no bailas?”