/ domingo 23 de enero de 2022

Aquí Querétaro | Se llamaban, o les decían, “Julias”


Los integrantes de mi generación recordamos muy bien a esas patrullas cerradas, generalmente azules, que la policía ocupaba, principalmente, para recoger borrachos de la vía pública y llevarlos hasta la celda donde pasarían la noche y recibirían la cruda mañanera. Aunque también, desde luego, transportaban delincuentes atrapados “in fraganti”.

Las “Julias” eran parte del paisaje urbano de las ciudades de antaño y representaban la continuación de aquellos iniciales vehículos tirados por animales, e incluso por algún fuerte cargador, para limpiar las empedradas calles citadinas. Por solo dar un ejemplo, podemos citar las Efemérides Queretanas de don José Rodríguez Familiar, donde se da cuenta de la compra, en 1891, de un carro de muelles para trasladar a los ebrios a un lugar donde no brindaran un triste espectáculo público.

No corrió demasiado tiempo para que, ante las quejas de los vecinos, se ideara la colocación de un toldo al nuevo carruaje, porque a su paso seguía escandalizando a los transeúntes, que se topaban con individuos en condiciones muy lamentables, aunque ya a lomo del transporte.

Dicen los que del tema han investigado, que este tipo de carruajes tiene sus antecedentes en España desde el lejano siglo XVI, donde ya se ocupaba una llamada “gura”, o “jura”, para el traslado de los amantes del alcohol en la vía pública. Incluso se dice que ese antiguo nombre del añoso vehículo fue degenerando hasta convertirse en el “julia” de nuestros tiempos también ya idos.

No es la única versión que intenta explicar el nombre de “Julia” para las policiales patrullas, pues hay quien dice que viene de la palabra cárcel un inglés, y también quien asegura que todo responde a aquella mujer de la vida galante, en el siglo XIX, que aceptaba la contratación de cualquier persona, como la patrulla lo hacía con cualquier borracho; la dama en cuestión claro está, se llamaba Julia.

Pero sea cual fuere el origen de tan singular y curioso nombre, el hecho es que las “Julias” existieron y formaron parte de nuestra cotidianidad citadina, acaso para incredulidad de los jóvenes de hoy, y que incluso ya mucho antes brindaban sus servicios de obligado traslado, como se puede constatar en varias de las imágenes fotográficas que la fototeca del Instituto Nacional de Antropología e Historia posee en su acervo.

Yo debo confesar que en alguna ocasión viaje en las oscuras intimidades de una “Julia”, aunque en perfecto estado de sobriedad; fue allá por los ochenta del siglo XX, cuando Leonardo Kosta y yo realizamos una gira teatral por tierras del Estado de México y las autoridades mexiquenses no tuvieron otra idea que trasladar a los actores queretanos invitados en el vehículo que tenían más a la mano. Así que una “Julia” nos recogía en nuestro elegante hotel toluqueño para llevarnos, cada mañana, hasta Tenancingo, o cualquier otra población de aquel territorio, a realizar nuestro trabajo artístico.

Debo decir que no se viaja, o se viajaba, tan mal en una “Julia”. Los asientos eran duros y fríos, pero el oscuro entorno siempre nos motivaba a la reflexión y el análisis interior.


Los integrantes de mi generación recordamos muy bien a esas patrullas cerradas, generalmente azules, que la policía ocupaba, principalmente, para recoger borrachos de la vía pública y llevarlos hasta la celda donde pasarían la noche y recibirían la cruda mañanera. Aunque también, desde luego, transportaban delincuentes atrapados “in fraganti”.

Las “Julias” eran parte del paisaje urbano de las ciudades de antaño y representaban la continuación de aquellos iniciales vehículos tirados por animales, e incluso por algún fuerte cargador, para limpiar las empedradas calles citadinas. Por solo dar un ejemplo, podemos citar las Efemérides Queretanas de don José Rodríguez Familiar, donde se da cuenta de la compra, en 1891, de un carro de muelles para trasladar a los ebrios a un lugar donde no brindaran un triste espectáculo público.

No corrió demasiado tiempo para que, ante las quejas de los vecinos, se ideara la colocación de un toldo al nuevo carruaje, porque a su paso seguía escandalizando a los transeúntes, que se topaban con individuos en condiciones muy lamentables, aunque ya a lomo del transporte.

Dicen los que del tema han investigado, que este tipo de carruajes tiene sus antecedentes en España desde el lejano siglo XVI, donde ya se ocupaba una llamada “gura”, o “jura”, para el traslado de los amantes del alcohol en la vía pública. Incluso se dice que ese antiguo nombre del añoso vehículo fue degenerando hasta convertirse en el “julia” de nuestros tiempos también ya idos.

No es la única versión que intenta explicar el nombre de “Julia” para las policiales patrullas, pues hay quien dice que viene de la palabra cárcel un inglés, y también quien asegura que todo responde a aquella mujer de la vida galante, en el siglo XIX, que aceptaba la contratación de cualquier persona, como la patrulla lo hacía con cualquier borracho; la dama en cuestión claro está, se llamaba Julia.

Pero sea cual fuere el origen de tan singular y curioso nombre, el hecho es que las “Julias” existieron y formaron parte de nuestra cotidianidad citadina, acaso para incredulidad de los jóvenes de hoy, y que incluso ya mucho antes brindaban sus servicios de obligado traslado, como se puede constatar en varias de las imágenes fotográficas que la fototeca del Instituto Nacional de Antropología e Historia posee en su acervo.

Yo debo confesar que en alguna ocasión viaje en las oscuras intimidades de una “Julia”, aunque en perfecto estado de sobriedad; fue allá por los ochenta del siglo XX, cuando Leonardo Kosta y yo realizamos una gira teatral por tierras del Estado de México y las autoridades mexiquenses no tuvieron otra idea que trasladar a los actores queretanos invitados en el vehículo que tenían más a la mano. Así que una “Julia” nos recogía en nuestro elegante hotel toluqueño para llevarnos, cada mañana, hasta Tenancingo, o cualquier otra población de aquel territorio, a realizar nuestro trabajo artístico.

Debo decir que no se viaja, o se viajaba, tan mal en una “Julia”. Los asientos eran duros y fríos, pero el oscuro entorno siempre nos motivaba a la reflexión y el análisis interior.