A mis sesenta y siete ya no tengo ganas de decir cuántos años llevo en el periodismo, pero son muchos, y muchos también los privilegios derivados de la hermosa tarea de escribir, bien o mal, o muy mal. Años después me abrieron las puertas de la oficina de Prensa y Relaciones Públicas del Poder Ejecutivo y entonces empecé a escribir boletines y a preparar síntesis informativas que leían los funcionarios de primer nivel. Luego me formé en el esfuerzo diario que obliga trabajar en un periódico cotidiano. Me fui metiendo de lleno a la crónica urbana.
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