/ viernes 24 de diciembre de 2021

Contraluz | Carros Bíblicos

Pese al consumismo rampante, a la desbordada terciarización de la economía, al impune bombardeo mercantilista, Querétaro ha podido hasta ahora, mantener buena cuota de identidad y tradiciones nobles que zanjan en alguna medida el tsunami del individualismo, generador de hastío, injusticia, radicalismo y depresión. El bagaje de tradiciones nobles es por fortuna grande.

Una muestra de ello, pese a creciente indiferencia, la viviremos hoy con el paso de los Carros Bíblicos, iniciados hace 195 años -en 1826- a invitación de José María Sotelo.

Se trataba entonces de una festiva y alegre reflexión en torno a la Natividad de Jesús, empezando por antecedentes bíblicos clave para culminar con el misterio de la plenitud de los tiempos en el humilde portal del Belén.

Como hoy, se erigían en más de una decena de plataformas escenografías que colmadas de actores, generalmente jóvenes y coros de niños, representaban pasajes que iban desde el Paraíso Terrenal, hasta el portal de Belén pasando por personajes clave de la historia sacra como Noé, Moisés, Jacob, Salomón, Esther, Judith, Jefté, Baltazar y escenas simbólicas como la Ciudad de Sión, hasta culminar con el anuncio del ángel a los pastores –los más humildes de la comarca-, del nacimiento del Mesías.

Se trata de una fiesta y una reflexión profunda sobre los avatares de la condición humana y su relación, ante Dios en la que quedan plasmadas las manifestaciones del bien y del mal: la codicia y la generosidad; la traición y la lealtad; la vileza y la justicia; la soberbia y la humildad; la tristeza y la redención; el miedo y la alegría. Para el pueblo se el paso de los Carros Bíblicos era una fiesta de júbilo y color.

A mediados del siglo anterior, desde semanas antes, los carros se armaban desde la colocación de las plataformas, en la calle de Guillermo Prieto que era cerrada al escasísimo tráfico vehicular. Eran semanas de golpes de martillo, de gritos, de acarreos, de carga de madera y pintura, de palos amontonados, de creciente expectación vecinal que no protestaba por el rompimiento de la tranquilidad casi conventual.

Había un señor Corona, de la Junta de Navidad que a sus encargos cotidianos en Oficialía Mayor, añadía el de vigilar y dirigir los trabajos ayudado por dos o tres subalternos que sabía ejercer el mando como Melitón, Othón y Agustín.

Paralelamente y en las tres semanas previas, donde ahora es la casa de los Cómicos de la Legua, se reunían los jóvenes y niños que participarían en las escenificaciones y los coros. En otra parte, los quintetos de metales que acompañarían a cada carro ensayaban por las tardes.

El día 24 los carros se acomodaban en la calle de Pasteur entre 16 de Septiembre y 5 de Mayo de donde saldría el desfile. Todos los carros contaban ya entonces con baterías para ser iluminados. Durante todo el día se veía el arribar de caballos enjaezados y mulas que formarían parte del festivo cortejo –después los carros sería tirados por tractores-. Por la tarde arribaban actores, coros, músicos, heraldos, pregoneros, coheteros, zanqueros, mojigangas, mientras la multitud se iba acomodando en las aceras de las calles y en las plazas y jardines los vendedores de ponches, dulces y algodones de azúcar. Algo había de magia y misterio en todo el esfuerzo realizado. Los niños nos peleábamos por estar en primera fila. Nos gustaban los cantos y la música –algo tenía de influencia verdiana-; el ruido de herraduras al chocar con el empedrado o el adoquín; el largo rumor de voces; el chirriar de las carretas; las voces de coros y solistas; el silencio al inicio de las actuaciones; la algarabía de los coristas al cachar o buscar los dulces que el público les aventaba.

El recorrido terminaba bastante después de la media noche. Muchos asistentes acortaban su estancia para ir a la Misa de Gallo: muchos más se quedaban hasta el final.

Quizá la costumbre de los regalos inició en los años 60. Antes no se acostumbraban. Y la cena de Navidad no era precisamente común. A algunas casas, no muchas, “llegaba el Niño Dios” con juguetes y dulces para los niños, pero la alegría estaba en todos. Además, cosas de los tiempos, las fiestas eran muy largas pues duraban lo que la memoria y el gusto permitía. En las casas los niños jugaban durante días “a los carros”, a ser Moisés, o Noé, o Esther o la Virgen o el Negrito de La Posada. Eran tiempos en los que las alegrías eran tan largas que podían apagar tristezas.

Músicos, escritores e historiadores han participado y reseñado los desfiles de nuestros carros bíblicos al igual que todas nuestras nobles tradiciones que por fortuna Querétaro ha sabido guardar pues le dan sentido e identidad. Algunas han sido sometidas a diversas metamorfosis, pero la esencia se ha mantenido. En estos tiempos ha sido claro: ha ocurrido con los carros de La Cabalgata; con la Posada del Recuerdo; con el Heraldo de Navidad; con festejos en comunidades y barrios, y en general con otras muestras más de cultura popular que son aire y oxígeno en tiempos al parecer más signados por discordias, estridencias, radicalismos, caprichos, violencia, que por disposición al diálogo, al debate clarificador, a la generosidad social, al trabajo honesto, a la paz viva.

De cualquier manera, hay que cuidarse. Vivimos en medio de una pandemia que no ha cedido pese a muchos esfuerzos.

No está de más estrechar cuidados para nosotros y para los otros.

A todos: ¡Feliz Navidad!

Pese al consumismo rampante, a la desbordada terciarización de la economía, al impune bombardeo mercantilista, Querétaro ha podido hasta ahora, mantener buena cuota de identidad y tradiciones nobles que zanjan en alguna medida el tsunami del individualismo, generador de hastío, injusticia, radicalismo y depresión. El bagaje de tradiciones nobles es por fortuna grande.

Una muestra de ello, pese a creciente indiferencia, la viviremos hoy con el paso de los Carros Bíblicos, iniciados hace 195 años -en 1826- a invitación de José María Sotelo.

Se trataba entonces de una festiva y alegre reflexión en torno a la Natividad de Jesús, empezando por antecedentes bíblicos clave para culminar con el misterio de la plenitud de los tiempos en el humilde portal del Belén.

Como hoy, se erigían en más de una decena de plataformas escenografías que colmadas de actores, generalmente jóvenes y coros de niños, representaban pasajes que iban desde el Paraíso Terrenal, hasta el portal de Belén pasando por personajes clave de la historia sacra como Noé, Moisés, Jacob, Salomón, Esther, Judith, Jefté, Baltazar y escenas simbólicas como la Ciudad de Sión, hasta culminar con el anuncio del ángel a los pastores –los más humildes de la comarca-, del nacimiento del Mesías.

Se trata de una fiesta y una reflexión profunda sobre los avatares de la condición humana y su relación, ante Dios en la que quedan plasmadas las manifestaciones del bien y del mal: la codicia y la generosidad; la traición y la lealtad; la vileza y la justicia; la soberbia y la humildad; la tristeza y la redención; el miedo y la alegría. Para el pueblo se el paso de los Carros Bíblicos era una fiesta de júbilo y color.

A mediados del siglo anterior, desde semanas antes, los carros se armaban desde la colocación de las plataformas, en la calle de Guillermo Prieto que era cerrada al escasísimo tráfico vehicular. Eran semanas de golpes de martillo, de gritos, de acarreos, de carga de madera y pintura, de palos amontonados, de creciente expectación vecinal que no protestaba por el rompimiento de la tranquilidad casi conventual.

Había un señor Corona, de la Junta de Navidad que a sus encargos cotidianos en Oficialía Mayor, añadía el de vigilar y dirigir los trabajos ayudado por dos o tres subalternos que sabía ejercer el mando como Melitón, Othón y Agustín.

Paralelamente y en las tres semanas previas, donde ahora es la casa de los Cómicos de la Legua, se reunían los jóvenes y niños que participarían en las escenificaciones y los coros. En otra parte, los quintetos de metales que acompañarían a cada carro ensayaban por las tardes.

El día 24 los carros se acomodaban en la calle de Pasteur entre 16 de Septiembre y 5 de Mayo de donde saldría el desfile. Todos los carros contaban ya entonces con baterías para ser iluminados. Durante todo el día se veía el arribar de caballos enjaezados y mulas que formarían parte del festivo cortejo –después los carros sería tirados por tractores-. Por la tarde arribaban actores, coros, músicos, heraldos, pregoneros, coheteros, zanqueros, mojigangas, mientras la multitud se iba acomodando en las aceras de las calles y en las plazas y jardines los vendedores de ponches, dulces y algodones de azúcar. Algo había de magia y misterio en todo el esfuerzo realizado. Los niños nos peleábamos por estar en primera fila. Nos gustaban los cantos y la música –algo tenía de influencia verdiana-; el ruido de herraduras al chocar con el empedrado o el adoquín; el largo rumor de voces; el chirriar de las carretas; las voces de coros y solistas; el silencio al inicio de las actuaciones; la algarabía de los coristas al cachar o buscar los dulces que el público les aventaba.

El recorrido terminaba bastante después de la media noche. Muchos asistentes acortaban su estancia para ir a la Misa de Gallo: muchos más se quedaban hasta el final.

Quizá la costumbre de los regalos inició en los años 60. Antes no se acostumbraban. Y la cena de Navidad no era precisamente común. A algunas casas, no muchas, “llegaba el Niño Dios” con juguetes y dulces para los niños, pero la alegría estaba en todos. Además, cosas de los tiempos, las fiestas eran muy largas pues duraban lo que la memoria y el gusto permitía. En las casas los niños jugaban durante días “a los carros”, a ser Moisés, o Noé, o Esther o la Virgen o el Negrito de La Posada. Eran tiempos en los que las alegrías eran tan largas que podían apagar tristezas.

Músicos, escritores e historiadores han participado y reseñado los desfiles de nuestros carros bíblicos al igual que todas nuestras nobles tradiciones que por fortuna Querétaro ha sabido guardar pues le dan sentido e identidad. Algunas han sido sometidas a diversas metamorfosis, pero la esencia se ha mantenido. En estos tiempos ha sido claro: ha ocurrido con los carros de La Cabalgata; con la Posada del Recuerdo; con el Heraldo de Navidad; con festejos en comunidades y barrios, y en general con otras muestras más de cultura popular que son aire y oxígeno en tiempos al parecer más signados por discordias, estridencias, radicalismos, caprichos, violencia, que por disposición al diálogo, al debate clarificador, a la generosidad social, al trabajo honesto, a la paz viva.

De cualquier manera, hay que cuidarse. Vivimos en medio de una pandemia que no ha cedido pese a muchos esfuerzos.

No está de más estrechar cuidados para nosotros y para los otros.

A todos: ¡Feliz Navidad!