/ viernes 29 de abril de 2022

Contraluz | Jean Jaurès

Quizá fue el canto desgarrado que el autor belga Jacques Brel tituló en los años 70 del siglo pasado “¿Por qué mataron a Jaurés?; quizá fue un artículo sobre el pacifismo que firmó en los años cincuenta Carlos Septién García; quizá fue el devoto elogio de León Trotsky en 1914, lo que me llevó a apreciar en mucho al periodista y pensador francés Jean Jaurès… Lo cierto es que hoy la figura de Jaurès se me ha vuelto a presentar.

Unificador del socialismo francés a principios del siglo pasado, Jean Jaurès, frente a la tentación sectaria, mostró la vía de una izquierda ilustrada, eficiente y responsable.

La tarde del 31 de julio de 1914 en que lo mataron en París, Jean Jaurès pensaba que la guerra aún podía evitarse.

Lo discutía y proponía a sus colegas periodistas mientras cenaba en el Café Croissant cuando el cañón de un revólver penetró entre los visillos de la ventana que daba a sus espaldas, y lanzó tres balas una de las cuales dio en su cabeza.

Había transcurrido un mes desde el crimen del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo y Europa entera rodaba hacia el precipicio. Y es que las clases gobernantes se absolvían ya anticipadamente al pensar que la guerra era inevitable, necesaria… y que, como siempre, sería culpa de otros.

Jaurès era de otra estirpe y conciencia: tenía a favor de su posición pacifista su amplio prestigio y la unidad, debida a él, del movimiento obrero europeo.

El sereno pacifista francés, era además orador insuperable y periodista insobornable que había unificador del socialismo francés, además de denunciar durante años el colonialismo francés y de otras potencias europeas en África, Asia y Australia.

Sin éxito, se había opuesto a la ampliación del servicio militar a tres años, adoptada por el Gobierno francés para emular al alemán. En contra, no había logrado de los demás líderes del movimiento socialista el compromiso explícito de convocar la huelga general de los obreros europeos en caso de guerra.

Contaba con poder acordar una estrategia conjunta el 9 de agosto, fecha prevista para una gran reunión de la II Internacional en París. Podía ser tarde. El Zar había firmado el decreto de movilización general. Se precisaba un golpe de efecto y Jaurès tenía a su disposición la tribuna de L’Humanité, el diario que él mismo había fundado en 1904 para divulgar el socialismo democrático.

Aquella noche iba a escribir un largo artículo que sacudiera la opinión pública europea. No pudo. La portada de L´Humanité del día siguiente trajo la infausta noticia de su muerte a manos de un tal Raoul Villain, quien presumió: “Si he cometido este acto es porque el señor Jaurès ha traicionado a su país con su campaña contra la ley de los tres años [de servicio militar]. Juzgo que hay que castigar a los traidores y que es posible entregar la propia vida por esa causa”.

Jean Jaurès había nacido el 3 de septiembre de 1859, en Castres, Francia. Profesor de filosofía de la Universidad de Toulouse, también fue reconocido como historiador, gran orador y, periodista.

Sus inicios políticos fueron en el centro-izquierda, pero después se integró a la Internacional Obrera. Entre 1902 y 1905 fue presidente del Partido Socialista y diputado en tres ocasiones.

Como periodista colaboró en La Petite République de1893 a 1903 donde llegó a ser codirector de la publicación.

Jaurès sostuvo un socialismo humanista ecléctico pero congruente, en el cual se mezclaban internacionalismo y patriotismo, individualismo y colectivismo, reforma y revolución.

Defendió con especial vigor el valor de la democracia parlamentaria para mejorar la condición obrera, dirigiendo el socialismo francés por vías legales y reformistas. Asimismo, contribuyó a que los socialistas participaran en los gobiernos reformistas de la Tercera República francesa.

En su bagaje cuenta con haber logrado el apoyo de los socialistas a las reclamaciones de revisión del proceso Dreyfus en 1898, siendo defensor del capitán Alfred Dreyfus, de origen judío, a quien se había acusado injustamente de espiar para una potencia extranjera, degradándolo y deportándolo. Asimismo defendió la escuela pública y la laicidad, y participó activamente en la Internacional Socialista dando ahí su batalla a favor de la paz.

A 108 años de su muerte, no es preciso ser socialista para reconocer el valor y el legado de Jaurès.

Y es que entre muchas naciones la paz pareciera ser objetivo secundario: primero están el rearme, el obsequio de misiles, tanques, bombas y pertrechos. Las sanciones a los bandos y la guerra mediática llevada al extremo tanto en medios llamados tradicionales como en las redes sociales.

Humanismo y democracia; diálogo y parlamento, fueron los signos que distinguieron a Jean Jaurés quien hubo de luchar contra incomprensiones, ataques y deslealtades llevando siempre adelante una gran fe en la república, la vida parlamentaria, la importancia y papel activo del mundo laboral y la necesidad de una educación amplia, laica e integral.

Destacable es también que Jaurès podía detestar el chovinismo, pero sabía que las cosas no eran tan sencillas. Por ello sintetizó: “Un poco de internacionalismo te aleja de la patria, pero un poco más te acerca”. Juan Claudio de Ramón comenta el asentimiento socialista a la guerra, que en Francia adoptó el pomposo nombre de “Union sacrée” y sugiere posibilidades: “¿Se habría avenido Jaurès a la guerra de no haberla podido evitar? Sus biógrafos no lo descartan. Pero lo más probable es que hubiera buscado un armisticio rápido y rechazado los términos de la paz cartaginesa de 1919. Tampoco sabemos cómo habría encarado Jaurès el nacimiento de la Unión Soviética y sus tempranos desarrollos totalitarios. Es la paradoja de ciertos magnicidios: lanzan al héroe a la inmortalidad, dejándolo inmóvil en el momento decisivo: aquel en que uno ha de salvarse o destruirse”. París salió a la calle al conocerse la noticia de la muerte de quien había sido tantos años su mejor abogado. ¿Por qué han matado a Jaurès?, se repetía con enorme aflicción.

Eran, recuerda Juan Claudio de Ramón, los rostros cubiertos de ceniza que cantó Jacques Brel en una estremecedora balada que recuerda la muerte del tribuno; los cuerpos macilentos de quienes se habían deslomado desde los 15 años 15 horas en la fábrica y que estaban a punto de mezclar su sangre con el fango en la guerra más estúpida y monstruosa:

Gastados estaban a los quince años

Y ya acabados al empezar

Los doce meses se decían diciembre

Qué vida tuvieron nuestros abuelos

Entre la absenta y la Misa mayor

Eran ya viejos antes de ser

Quince horas al día el cuerpo amarrado

Dejan en la cara un tinte de cenizas

Sí nuestro Señor, sí nuestro buen Amo

¿Por qué mataron a Jaurès?

¿Por qué mataron a Jaurès?

Y León Trotsky:

“Jaurès, atleta de la idea, cayó en la arena combatiendo el más terrible azote de la humanidad: la guerra. Y pasará a la historia como el precursor, el prototipo del hombre superior que nacerá de los sufrimientos y las caídas, de las esperanzas y la lucha.”


Quizá fue el canto desgarrado que el autor belga Jacques Brel tituló en los años 70 del siglo pasado “¿Por qué mataron a Jaurés?; quizá fue un artículo sobre el pacifismo que firmó en los años cincuenta Carlos Septién García; quizá fue el devoto elogio de León Trotsky en 1914, lo que me llevó a apreciar en mucho al periodista y pensador francés Jean Jaurès… Lo cierto es que hoy la figura de Jaurès se me ha vuelto a presentar.

Unificador del socialismo francés a principios del siglo pasado, Jean Jaurès, frente a la tentación sectaria, mostró la vía de una izquierda ilustrada, eficiente y responsable.

La tarde del 31 de julio de 1914 en que lo mataron en París, Jean Jaurès pensaba que la guerra aún podía evitarse.

Lo discutía y proponía a sus colegas periodistas mientras cenaba en el Café Croissant cuando el cañón de un revólver penetró entre los visillos de la ventana que daba a sus espaldas, y lanzó tres balas una de las cuales dio en su cabeza.

Había transcurrido un mes desde el crimen del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo y Europa entera rodaba hacia el precipicio. Y es que las clases gobernantes se absolvían ya anticipadamente al pensar que la guerra era inevitable, necesaria… y que, como siempre, sería culpa de otros.

Jaurès era de otra estirpe y conciencia: tenía a favor de su posición pacifista su amplio prestigio y la unidad, debida a él, del movimiento obrero europeo.

El sereno pacifista francés, era además orador insuperable y periodista insobornable que había unificador del socialismo francés, además de denunciar durante años el colonialismo francés y de otras potencias europeas en África, Asia y Australia.

Sin éxito, se había opuesto a la ampliación del servicio militar a tres años, adoptada por el Gobierno francés para emular al alemán. En contra, no había logrado de los demás líderes del movimiento socialista el compromiso explícito de convocar la huelga general de los obreros europeos en caso de guerra.

Contaba con poder acordar una estrategia conjunta el 9 de agosto, fecha prevista para una gran reunión de la II Internacional en París. Podía ser tarde. El Zar había firmado el decreto de movilización general. Se precisaba un golpe de efecto y Jaurès tenía a su disposición la tribuna de L’Humanité, el diario que él mismo había fundado en 1904 para divulgar el socialismo democrático.

Aquella noche iba a escribir un largo artículo que sacudiera la opinión pública europea. No pudo. La portada de L´Humanité del día siguiente trajo la infausta noticia de su muerte a manos de un tal Raoul Villain, quien presumió: “Si he cometido este acto es porque el señor Jaurès ha traicionado a su país con su campaña contra la ley de los tres años [de servicio militar]. Juzgo que hay que castigar a los traidores y que es posible entregar la propia vida por esa causa”.

Jean Jaurès había nacido el 3 de septiembre de 1859, en Castres, Francia. Profesor de filosofía de la Universidad de Toulouse, también fue reconocido como historiador, gran orador y, periodista.

Sus inicios políticos fueron en el centro-izquierda, pero después se integró a la Internacional Obrera. Entre 1902 y 1905 fue presidente del Partido Socialista y diputado en tres ocasiones.

Como periodista colaboró en La Petite République de1893 a 1903 donde llegó a ser codirector de la publicación.

Jaurès sostuvo un socialismo humanista ecléctico pero congruente, en el cual se mezclaban internacionalismo y patriotismo, individualismo y colectivismo, reforma y revolución.

Defendió con especial vigor el valor de la democracia parlamentaria para mejorar la condición obrera, dirigiendo el socialismo francés por vías legales y reformistas. Asimismo, contribuyó a que los socialistas participaran en los gobiernos reformistas de la Tercera República francesa.

En su bagaje cuenta con haber logrado el apoyo de los socialistas a las reclamaciones de revisión del proceso Dreyfus en 1898, siendo defensor del capitán Alfred Dreyfus, de origen judío, a quien se había acusado injustamente de espiar para una potencia extranjera, degradándolo y deportándolo. Asimismo defendió la escuela pública y la laicidad, y participó activamente en la Internacional Socialista dando ahí su batalla a favor de la paz.

A 108 años de su muerte, no es preciso ser socialista para reconocer el valor y el legado de Jaurès.

Y es que entre muchas naciones la paz pareciera ser objetivo secundario: primero están el rearme, el obsequio de misiles, tanques, bombas y pertrechos. Las sanciones a los bandos y la guerra mediática llevada al extremo tanto en medios llamados tradicionales como en las redes sociales.

Humanismo y democracia; diálogo y parlamento, fueron los signos que distinguieron a Jean Jaurés quien hubo de luchar contra incomprensiones, ataques y deslealtades llevando siempre adelante una gran fe en la república, la vida parlamentaria, la importancia y papel activo del mundo laboral y la necesidad de una educación amplia, laica e integral.

Destacable es también que Jaurès podía detestar el chovinismo, pero sabía que las cosas no eran tan sencillas. Por ello sintetizó: “Un poco de internacionalismo te aleja de la patria, pero un poco más te acerca”. Juan Claudio de Ramón comenta el asentimiento socialista a la guerra, que en Francia adoptó el pomposo nombre de “Union sacrée” y sugiere posibilidades: “¿Se habría avenido Jaurès a la guerra de no haberla podido evitar? Sus biógrafos no lo descartan. Pero lo más probable es que hubiera buscado un armisticio rápido y rechazado los términos de la paz cartaginesa de 1919. Tampoco sabemos cómo habría encarado Jaurès el nacimiento de la Unión Soviética y sus tempranos desarrollos totalitarios. Es la paradoja de ciertos magnicidios: lanzan al héroe a la inmortalidad, dejándolo inmóvil en el momento decisivo: aquel en que uno ha de salvarse o destruirse”. París salió a la calle al conocerse la noticia de la muerte de quien había sido tantos años su mejor abogado. ¿Por qué han matado a Jaurès?, se repetía con enorme aflicción.

Eran, recuerda Juan Claudio de Ramón, los rostros cubiertos de ceniza que cantó Jacques Brel en una estremecedora balada que recuerda la muerte del tribuno; los cuerpos macilentos de quienes se habían deslomado desde los 15 años 15 horas en la fábrica y que estaban a punto de mezclar su sangre con el fango en la guerra más estúpida y monstruosa:

Gastados estaban a los quince años

Y ya acabados al empezar

Los doce meses se decían diciembre

Qué vida tuvieron nuestros abuelos

Entre la absenta y la Misa mayor

Eran ya viejos antes de ser

Quince horas al día el cuerpo amarrado

Dejan en la cara un tinte de cenizas

Sí nuestro Señor, sí nuestro buen Amo

¿Por qué mataron a Jaurès?

¿Por qué mataron a Jaurès?

Y León Trotsky:

“Jaurès, atleta de la idea, cayó en la arena combatiendo el más terrible azote de la humanidad: la guerra. Y pasará a la historia como el precursor, el prototipo del hombre superior que nacerá de los sufrimientos y las caídas, de las esperanzas y la lucha.”