/ viernes 5 de agosto de 2022

Contraluz | Las Redes Sociales

Las redes sociales se han colocado hoy como parte indefectible de nuestra vida. Su capacidad de conectarnos, publicitarnos, abrirnos a nuevas realidades con tremenda inmediatez ha sido la gran novedad de las últimas décadas a tal grado que hoy es muy difícil encontrar a alguien que no tenga un perfil en al menos una de las plataformas más conocidas.

Los tiempos del gran goce o del sufrimiento largo parecen haber llegado a su fin. Hubo tiempos en que un suceso -festivo o doloroso-, una película, una serie televisiva, un concierto, un circo, un evento deportivo, un gran descubrimiento científico, poblaban el comentario comunitario durante semanas o meses. Hoy difícilmente eso ocurre, quizá sólo en zonas rurales donde es complicado el acceso…

Hoy, plataformas como Facebook, Linkedin, Instagram o Twitter son parte fundamental en el quehacer individual de muchas personas gracias a que las redes tienen el don de conectarnos con personas de todo el mundo; con grupos con ideologías o intereses similares; con chismes faranduleros que aunque fútiles, entretienen; con noticias de todo tipo y a toda hora, desde las más celebradas hasta las más dramáticas.

Además, todo en las redes se da, orlado en un aura real de inmediatez que –información es poder- hace a muchos sentirse importantes.

Ha de destacarse además que su rápida expansión tiene qué ver con asuntos religiosos, políticos, de negocios, de comercio, de turismo, de entretenimiento, e incluso del amor.

Sin embarga hay aspectos negativos que preocupan cada vez más a estudiosos, sociólogos, psicólogos, médicos y educadores que investigan los efectos secundarios que pueden tener las redes y su impacto en el tejido social, la política y la familia.

Lo cierto es que millones de personas, especialmente generaciones más jóvenes no pueden ya entender el mundo sin el uso de las redes sociales.

Sin duda alguna ha sido alentador y estimulante la posibilidad de conectar con personas sin importar la distancia en que se encuentre; de reencontrar amigos; de intercambiar ideas; y hasta, con la pandemia, de laborar en casa.

En contrapartida, uno de los mayores y más preocupantes problemas es que las redes sociales pueden ser, como se ha visto, peligrosamente adictivas. No es inusual, lamentablemente, que haya cada vez más personas para las que las redes sociales son pieza central de su vida. De ahí trastornos psicológicos como la ansiedad, la angustia y la creciente incapacidad emocional para asumir en alguna medida los problemas comunitarios –inseguridad, inflación, violencia, etc.- con que se bombardea constantemente en las redes sociales.

Con las redes sociales la televisión, el cine y los medios impresos han dejado de tener exclusividad en materia de noticias, comentarios e imágenes. Hoy cualquier persona puede trasmitir ideas, comentarios, canciones, entrevistas y demás, generando la posibilidad de que cualquier persona pueda convertirse en alguien influyente a través de internet y las redes sociales, mediante blogs o podcast para compartir en Facebook o abrir una cuenta de Twiter para expresar ideas o pensamientos que mucha gente puede ver. Existe así un verdadero libre mercado de ideas.

Sin embargo asomarse a la enorme cantidad de información que ocurre en todo el mundo, muchas veces deprimente, puede en un momento dado generar apatía y pérdida de motivación. No hay tiempo ya para reflexionar y jerarquizar lo cercano y lo importante; para aportar soluciones o para generar solidaridades eficaces.

Otra desventaja que ha crecido desmesuradamente en los últimos años son problemas como la suplantación de identidad, copia de tarjetas de crédito y otros fraudes similares, dadas las fisuras de seguridad que abren aún espacios a la trata de personas, la pornografía infantil y otros delitos graves incluidos el ciberbwying y el sexting.

Por último habrá qué destacar que aunado a lo anterior hay muchas cuentas en redes sociales que resultan perjudiciales.

Son aquellas en las que se miente a sabiendas, con fines obscuros e inconfesables; son aquellas en que se incita al odio para provocar divisiones; son las que vulneran estados emocionales para beneficiar intereses de partido o de grupo; son aquellas en que se tergiversan historia y realidad para llevar agua a molinos de intransigencia y maldad. También están los trolls, personas dedicadas a criticar e insultar a diestra y siniestra, y que no reflejan más que una profunda amargura y tener hiel en las venas.

Finalmente es importante, como se ha destacado en los últimos tiempos, reflexionar sobre la censura y el enorme poder que tienen quienes son dueños y manejan las plataformas: para mucha gente, si algo no aparece en Google, o no se puede encontrar en YouTube o Facebook, simplemente no existe, lo cual da a las empresas un poder increíble sobre qué tipo de pensamientos y creencias desarrolla la población. Jugar con la libertad de expresión no es un juego; anuncia graves peligros cuyos alcances aún desconocemos.

Ahora, lo más recomendable, aunque difícil, es hacer un uso racional de las redes sociales; minimizar riesgos y aprovechar ventajas; no desdeñar la vida familiar y comunitaria; darse en lo posible, tiempo para el saludable silencio y la reflexión, para la lectura trascendente, para el contacto con la naturaleza y la alegría de la vida sencilla.


Las redes sociales se han colocado hoy como parte indefectible de nuestra vida. Su capacidad de conectarnos, publicitarnos, abrirnos a nuevas realidades con tremenda inmediatez ha sido la gran novedad de las últimas décadas a tal grado que hoy es muy difícil encontrar a alguien que no tenga un perfil en al menos una de las plataformas más conocidas.

Los tiempos del gran goce o del sufrimiento largo parecen haber llegado a su fin. Hubo tiempos en que un suceso -festivo o doloroso-, una película, una serie televisiva, un concierto, un circo, un evento deportivo, un gran descubrimiento científico, poblaban el comentario comunitario durante semanas o meses. Hoy difícilmente eso ocurre, quizá sólo en zonas rurales donde es complicado el acceso…

Hoy, plataformas como Facebook, Linkedin, Instagram o Twitter son parte fundamental en el quehacer individual de muchas personas gracias a que las redes tienen el don de conectarnos con personas de todo el mundo; con grupos con ideologías o intereses similares; con chismes faranduleros que aunque fútiles, entretienen; con noticias de todo tipo y a toda hora, desde las más celebradas hasta las más dramáticas.

Además, todo en las redes se da, orlado en un aura real de inmediatez que –información es poder- hace a muchos sentirse importantes.

Ha de destacarse además que su rápida expansión tiene qué ver con asuntos religiosos, políticos, de negocios, de comercio, de turismo, de entretenimiento, e incluso del amor.

Sin embarga hay aspectos negativos que preocupan cada vez más a estudiosos, sociólogos, psicólogos, médicos y educadores que investigan los efectos secundarios que pueden tener las redes y su impacto en el tejido social, la política y la familia.

Lo cierto es que millones de personas, especialmente generaciones más jóvenes no pueden ya entender el mundo sin el uso de las redes sociales.

Sin duda alguna ha sido alentador y estimulante la posibilidad de conectar con personas sin importar la distancia en que se encuentre; de reencontrar amigos; de intercambiar ideas; y hasta, con la pandemia, de laborar en casa.

En contrapartida, uno de los mayores y más preocupantes problemas es que las redes sociales pueden ser, como se ha visto, peligrosamente adictivas. No es inusual, lamentablemente, que haya cada vez más personas para las que las redes sociales son pieza central de su vida. De ahí trastornos psicológicos como la ansiedad, la angustia y la creciente incapacidad emocional para asumir en alguna medida los problemas comunitarios –inseguridad, inflación, violencia, etc.- con que se bombardea constantemente en las redes sociales.

Con las redes sociales la televisión, el cine y los medios impresos han dejado de tener exclusividad en materia de noticias, comentarios e imágenes. Hoy cualquier persona puede trasmitir ideas, comentarios, canciones, entrevistas y demás, generando la posibilidad de que cualquier persona pueda convertirse en alguien influyente a través de internet y las redes sociales, mediante blogs o podcast para compartir en Facebook o abrir una cuenta de Twiter para expresar ideas o pensamientos que mucha gente puede ver. Existe así un verdadero libre mercado de ideas.

Sin embargo asomarse a la enorme cantidad de información que ocurre en todo el mundo, muchas veces deprimente, puede en un momento dado generar apatía y pérdida de motivación. No hay tiempo ya para reflexionar y jerarquizar lo cercano y lo importante; para aportar soluciones o para generar solidaridades eficaces.

Otra desventaja que ha crecido desmesuradamente en los últimos años son problemas como la suplantación de identidad, copia de tarjetas de crédito y otros fraudes similares, dadas las fisuras de seguridad que abren aún espacios a la trata de personas, la pornografía infantil y otros delitos graves incluidos el ciberbwying y el sexting.

Por último habrá qué destacar que aunado a lo anterior hay muchas cuentas en redes sociales que resultan perjudiciales.

Son aquellas en las que se miente a sabiendas, con fines obscuros e inconfesables; son aquellas en que se incita al odio para provocar divisiones; son las que vulneran estados emocionales para beneficiar intereses de partido o de grupo; son aquellas en que se tergiversan historia y realidad para llevar agua a molinos de intransigencia y maldad. También están los trolls, personas dedicadas a criticar e insultar a diestra y siniestra, y que no reflejan más que una profunda amargura y tener hiel en las venas.

Finalmente es importante, como se ha destacado en los últimos tiempos, reflexionar sobre la censura y el enorme poder que tienen quienes son dueños y manejan las plataformas: para mucha gente, si algo no aparece en Google, o no se puede encontrar en YouTube o Facebook, simplemente no existe, lo cual da a las empresas un poder increíble sobre qué tipo de pensamientos y creencias desarrolla la población. Jugar con la libertad de expresión no es un juego; anuncia graves peligros cuyos alcances aún desconocemos.

Ahora, lo más recomendable, aunque difícil, es hacer un uso racional de las redes sociales; minimizar riesgos y aprovechar ventajas; no desdeñar la vida familiar y comunitaria; darse en lo posible, tiempo para el saludable silencio y la reflexión, para la lectura trascendente, para el contacto con la naturaleza y la alegría de la vida sencilla.