/ lunes 11 de octubre de 2021

Desde la Izquierda | La reforma energética ¿va o no va?


La iniciativa que López Obrador envía a la Cámara de Diputados con la que pretende reformar la Constitución en materia energética debe verse desde diferentes ángulos para aprobarla o defenestrarla, no caben los análisis banales ni tampoco las descalificaciones a priori, es un asunto de primer orden y de mucha profundidad que tiene implicaciones ambientales en la que va nuestra relación con EUA y el Tratado de Libre Comercio, los impactos económicos que tendrá si se aprueba o no, que además tendrá que pasar por el escrutinio de una sociedad que hoy toma partido y por una relación política desgastada con todas las fuerzas representadas en el Congreso de la Unión.

Es totalmente cierto que en la iniciativa del gobierno priorizaría el uso de diésel, combustóleo y carbón para la generación de energía eliminando con ello el uso y la inversión en las energías limpias o ecológicas; que indemnizar a las empresas que hoy suministran energía saldría más caro que lo que se pagó por el aeropuerto de Texcoco; que se dejarían venir los arbitrajes internacionales en cascada; que el abastecimiento lo monopoliza la CFE convirtiéndose en juez y parte; que la energía subsidiada terminará siendo pagada por todos nosotros; que se empodera a un personaje siniestro del régimen, de ayer y hoy, como lo es Bartlett, pero también existen argumentos que obligan a la reflexión.

Partiendo de ello es igualmente cierto que los precios del consumo por energía no bajaron con la reforma planteada en el anterior sexenio, los mexicanos seguimos pagando las mismas tarifas de siempre y el organismo como tal está en condiciones similares a las de Pemex; como buenas paraestatales están sin liquidez, quebradas y con fugas permanentes que no permiten su regeneración y por tanto le son inservibles a la nación; que las experiencias internacionales como España no funcionaron aún con beneficios económicos que recibieron las grandes compañías eléctricas, perjudicando la eficiencia energética y a los consumidores al hacerles pagar más gastos fijos con la subida del término de potencia, sin embargo esa reforma tuvo sus aristas muy similares a la iniciativa de la 4T que también la hicieron infuncional.

López Obrador comete un error al plantear una reforma a partir de un discurso nacionalista ochentero, desfasado de la realidad mundial que camina en sentido opuesto, la confrontación y la división es el combustible de la visión estatista, calificar como traidores a la nación a quienes defienden la inversión privada, generadoras de empleos y de tecnología, habla de una cosmovisión regresiva y trasnochada que tiene argumentos solo de corte histórico nacionalista, de odio a todo lo que venga de afuera y defenestrar a una clase empresarial y capitalista dispuesta a invertir en nuestro país, a cambio de ello la propuesta es quedarnos con una paraestatal que no le alcanza a dar el servicio que necesitamos.

Así las cosas me parece que la reforma es un claro retroceso en la política energética del Estado, es insostenible para la economía, el medioambiente y la sociedad, es una iniciativa elaborada al margen de la ciudadanía. El sentido de la reforma debiera ser una que elimine las barreras que obstaculizan el ahorro, la eficiencia y el empleo de energías renovables menos contaminantes y más baratas; ya veremos si el PRI aprende de las lecciones que le ha dado la ciudadanía y de qué está hecha su nueva generación. En esencia sí a una reforma, pero no así.


Mis redes : ulisesgrmx@yahoo. com.mx

Facebook @Ulises Gómez R

Twitter @ Ulisesgrmx



La iniciativa que López Obrador envía a la Cámara de Diputados con la que pretende reformar la Constitución en materia energética debe verse desde diferentes ángulos para aprobarla o defenestrarla, no caben los análisis banales ni tampoco las descalificaciones a priori, es un asunto de primer orden y de mucha profundidad que tiene implicaciones ambientales en la que va nuestra relación con EUA y el Tratado de Libre Comercio, los impactos económicos que tendrá si se aprueba o no, que además tendrá que pasar por el escrutinio de una sociedad que hoy toma partido y por una relación política desgastada con todas las fuerzas representadas en el Congreso de la Unión.

Es totalmente cierto que en la iniciativa del gobierno priorizaría el uso de diésel, combustóleo y carbón para la generación de energía eliminando con ello el uso y la inversión en las energías limpias o ecológicas; que indemnizar a las empresas que hoy suministran energía saldría más caro que lo que se pagó por el aeropuerto de Texcoco; que se dejarían venir los arbitrajes internacionales en cascada; que el abastecimiento lo monopoliza la CFE convirtiéndose en juez y parte; que la energía subsidiada terminará siendo pagada por todos nosotros; que se empodera a un personaje siniestro del régimen, de ayer y hoy, como lo es Bartlett, pero también existen argumentos que obligan a la reflexión.

Partiendo de ello es igualmente cierto que los precios del consumo por energía no bajaron con la reforma planteada en el anterior sexenio, los mexicanos seguimos pagando las mismas tarifas de siempre y el organismo como tal está en condiciones similares a las de Pemex; como buenas paraestatales están sin liquidez, quebradas y con fugas permanentes que no permiten su regeneración y por tanto le son inservibles a la nación; que las experiencias internacionales como España no funcionaron aún con beneficios económicos que recibieron las grandes compañías eléctricas, perjudicando la eficiencia energética y a los consumidores al hacerles pagar más gastos fijos con la subida del término de potencia, sin embargo esa reforma tuvo sus aristas muy similares a la iniciativa de la 4T que también la hicieron infuncional.

López Obrador comete un error al plantear una reforma a partir de un discurso nacionalista ochentero, desfasado de la realidad mundial que camina en sentido opuesto, la confrontación y la división es el combustible de la visión estatista, calificar como traidores a la nación a quienes defienden la inversión privada, generadoras de empleos y de tecnología, habla de una cosmovisión regresiva y trasnochada que tiene argumentos solo de corte histórico nacionalista, de odio a todo lo que venga de afuera y defenestrar a una clase empresarial y capitalista dispuesta a invertir en nuestro país, a cambio de ello la propuesta es quedarnos con una paraestatal que no le alcanza a dar el servicio que necesitamos.

Así las cosas me parece que la reforma es un claro retroceso en la política energética del Estado, es insostenible para la economía, el medioambiente y la sociedad, es una iniciativa elaborada al margen de la ciudadanía. El sentido de la reforma debiera ser una que elimine las barreras que obstaculizan el ahorro, la eficiencia y el empleo de energías renovables menos contaminantes y más baratas; ya veremos si el PRI aprende de las lecciones que le ha dado la ciudadanía y de qué está hecha su nueva generación. En esencia sí a una reforma, pero no así.


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