/ martes 22 de enero de 2019

Diálogo Universitario

100 días


En México, existe una tradición de aplicar una medición del desempeño de los gobiernos que recién asumen el cargo. Con ello se pretende determinar cómo será su actuar en el resto de su administración. Esa medición tiene como cantidad fatal los primeros cien días.

Los tiempos modernos, tal parece, ya no pueden aplicarse como se hacían antes, debido a los cambios que se han dado en la esfera política nacional, y desde luego a las condiciones socioeconómicas que rigen a nivel mundial. Si se nos permite la comparación, la medición de los 100 días resulta tan obsoleta como la propia medición que antes se hacían de los primeros días del año y que se les denominan las “cabañuelas”. Una especie de pronóstico sobre la temporada e intensidad de lluvias que caerían en el transcurso del año en las regiones donde vivimos. El calentamiento global y las transformaciones medioambientales han cambiado tanto que no es posible encontrar aquellos patrones climatológicos.

Lo mismo ocurre en política. Los 100 días ya no representarán absolutamente nada de aquellos patrones de medición de los gobiernos. Mucho menos representan nada en el gobierno federal que comanda López Obrador. ¿Cuáles son las razones? Pues al menos la primera, que se ha roto el rito de conocer las instituciones para administrarla de acuerdo a sus condiciones.

Llevamos casi la mitad de esa cantidad de días para medir al gobierno, y no hay manera de saber cuándo se hará un espacio para evaluar las acciones. Tal parece que la decisión del Jefe del poder ejecutivo es actuar a rajatabla en cuestiones del combate a la corrupción, porque las condiciones del país son delicadas en ese sentido y los escenarios no son nada fáciles de abordar.

El derrotero del Gobierno Federal es el combate a la corrupción, y tal parece que en México esto es enfrentarse a una bestia de mil cabezas, pero también da muestras de desvaríos y rutas erráticas. La delicada condición de las instituciones trastocadas por la corrupción hace delicada la operación para resarcir los daños y trastoca la lógica. Además, la corrupción no es un fenómeno aislado. Está vinculado a cuestiones la cuestión toral de la cultura política en México, es decir a las cuestiones electorales, y que ha desembocado a formas maliciosas de clientelismo, de impunidad, de rapiña y de ausencia de valores civiles y morales que arrasa con todo lo que este a su paso.

El tema del robo a Pemex será un asunto delicado para tratar, pero será sin duda, la forma de exponer la sistemática forma de corrupción que existe en nuestro país, y de cómo se deriva a otras áreas de acciones maliciosas. En 100 días no se podrá revertir lo que se había venido cultivando durante muchos sexenios priistas, y que los sexenios panistas continuaron solapando.

Por si no fuera suficiente la fuerza de esa inercia de corrupción, el freno de la crítica de grupos liberales y neoliberales, critica justificada o no, impedirá la fluidez de la aplicación de mecanismos de actuación para el nuevo gobierno. Sin tomar en cuenta, las demandas y exigencias de grupos sociales que durante décadas han sido víctimas de los programas sociales corruptos en su mayoría.

Lo interesante e importante de la postura de la ciudadanía será no solo la exigencia de buenos indicadores inmediatos que deba entregar el nuevo gobierno federal, sino las contribuciones individuales y grupales que antepongamos para lograr que la honestidad, la integridad y el combate a la corrupción sean acciones que determinen nuestro futuro inmediato.

@manuelbasaldua

100 días


En México, existe una tradición de aplicar una medición del desempeño de los gobiernos que recién asumen el cargo. Con ello se pretende determinar cómo será su actuar en el resto de su administración. Esa medición tiene como cantidad fatal los primeros cien días.

Los tiempos modernos, tal parece, ya no pueden aplicarse como se hacían antes, debido a los cambios que se han dado en la esfera política nacional, y desde luego a las condiciones socioeconómicas que rigen a nivel mundial. Si se nos permite la comparación, la medición de los 100 días resulta tan obsoleta como la propia medición que antes se hacían de los primeros días del año y que se les denominan las “cabañuelas”. Una especie de pronóstico sobre la temporada e intensidad de lluvias que caerían en el transcurso del año en las regiones donde vivimos. El calentamiento global y las transformaciones medioambientales han cambiado tanto que no es posible encontrar aquellos patrones climatológicos.

Lo mismo ocurre en política. Los 100 días ya no representarán absolutamente nada de aquellos patrones de medición de los gobiernos. Mucho menos representan nada en el gobierno federal que comanda López Obrador. ¿Cuáles son las razones? Pues al menos la primera, que se ha roto el rito de conocer las instituciones para administrarla de acuerdo a sus condiciones.

Llevamos casi la mitad de esa cantidad de días para medir al gobierno, y no hay manera de saber cuándo se hará un espacio para evaluar las acciones. Tal parece que la decisión del Jefe del poder ejecutivo es actuar a rajatabla en cuestiones del combate a la corrupción, porque las condiciones del país son delicadas en ese sentido y los escenarios no son nada fáciles de abordar.

El derrotero del Gobierno Federal es el combate a la corrupción, y tal parece que en México esto es enfrentarse a una bestia de mil cabezas, pero también da muestras de desvaríos y rutas erráticas. La delicada condición de las instituciones trastocadas por la corrupción hace delicada la operación para resarcir los daños y trastoca la lógica. Además, la corrupción no es un fenómeno aislado. Está vinculado a cuestiones la cuestión toral de la cultura política en México, es decir a las cuestiones electorales, y que ha desembocado a formas maliciosas de clientelismo, de impunidad, de rapiña y de ausencia de valores civiles y morales que arrasa con todo lo que este a su paso.

El tema del robo a Pemex será un asunto delicado para tratar, pero será sin duda, la forma de exponer la sistemática forma de corrupción que existe en nuestro país, y de cómo se deriva a otras áreas de acciones maliciosas. En 100 días no se podrá revertir lo que se había venido cultivando durante muchos sexenios priistas, y que los sexenios panistas continuaron solapando.

Por si no fuera suficiente la fuerza de esa inercia de corrupción, el freno de la crítica de grupos liberales y neoliberales, critica justificada o no, impedirá la fluidez de la aplicación de mecanismos de actuación para el nuevo gobierno. Sin tomar en cuenta, las demandas y exigencias de grupos sociales que durante décadas han sido víctimas de los programas sociales corruptos en su mayoría.

Lo interesante e importante de la postura de la ciudadanía será no solo la exigencia de buenos indicadores inmediatos que deba entregar el nuevo gobierno federal, sino las contribuciones individuales y grupales que antepongamos para lograr que la honestidad, la integridad y el combate a la corrupción sean acciones que determinen nuestro futuro inmediato.

@manuelbasaldua

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