/ miércoles 20 de marzo de 2019

Ecos del Senado

Un estilo personal de gobernar


López Obrador ganó la Presidencia con una amplia mayoría del 53 por ciento, su legitimidad es incuestionable y su popularidad ha venido creciendo en los primeros 100 días, hasta alcanzar niveles entre 67 y 85 por ciento, según las encuestas.

Quizá los factores que explican su alta aprobación son el hartazgo de la población con los gobiernos anteriores, el compromiso de acabar con la corrupción, su estilo austero, cercano a la gente, empleando un lenguaje sencillo y directo, combinado con la esperanza de cambio y una eficaz estrategia de comunicación.

AMLO tiene el indiscutible mérito de haber recuperado la confianza ciudadana en la Presidencia de la República y la esperanza de un mejor gobierno.

Pero también ha quedado de manifiesto su talante autoritario, voluntarista y controlador; centraliza el poder en su persona para la toma de decisiones y define la agenda mediática nacional a través de las conferencias mañaneras de manera directa, sin intermediarios.

Desde el púlpito presidencial, él como protagonista único, propone, responde, ataca sin pruebas, descalifica, concede indulgencias, denosta a sus adversarios, emplea un discurso maniqueo de buenos contra malos, liberales contra conservadores, honestos contra corruptos, y asume una especie de paternalismo moral con la sociedad.

En su visión concentradora y centralista del poder, AMLO critica al Poder Judicial, por los altos sueldos de los ministros de la Suprema Corte y pone en entredicho la probidad de los jueces en las resoluciones que le parecen inconvenientes.

También considera a los órganos autónomos, especialmente a los de energía, transparencia y educación, como un obstáculo que le impide avanzar en la toma de rápidas decisiones, le resultan demasiado costosos y a su parecer los argumentos técnicos que invocan para cuestionar sus propuestas están alejados de lo que a su juicio el pueblo quiere.

En consecuencia, hace sentir su peso en contra a través de reducciones presupuestales y salariales, además de hacer descalificaciones públicas sobre su desempeño.

Los analistas consideran que la popularidad del Presidente podría mantenerse elevada gracias a los programas sociales que promete implementar, a través de los cuales repartirá 180 mil millones de pesos a estudiantes, adultos mayores, personas con discapacidad, productores del campo, habitantes de regiones con altos índices de robo de combustibles, etc.

Todo este dinero se entregaría de manera directa a los beneficiarios, construyendo con recursos públicos una política social clientelar, populista y de alta rentabilidad electoral.

No cabe duda que todos los gobiernos inician con buenos augurios y expectativas de progreso y bienestar, sin embargo, el estilo personal de gobernar de AMLO manda también señales de alerta, pues si bien es innegable su legitimidad y popularidad, es un gobierno centrado en su persona, con una enorme concentración de poder que erosiona la independencia de los otros poderes y órganos autónomos, lo que constituye un grave riesgo para el sano sistema de pesos y contrapesos, esencial en un régimen auténticamente democrático.

Facebook: Lupita Murguía

Twitter: @LupitaMurguiaG

Instagram: @lupitamurguiag

Un estilo personal de gobernar


López Obrador ganó la Presidencia con una amplia mayoría del 53 por ciento, su legitimidad es incuestionable y su popularidad ha venido creciendo en los primeros 100 días, hasta alcanzar niveles entre 67 y 85 por ciento, según las encuestas.

Quizá los factores que explican su alta aprobación son el hartazgo de la población con los gobiernos anteriores, el compromiso de acabar con la corrupción, su estilo austero, cercano a la gente, empleando un lenguaje sencillo y directo, combinado con la esperanza de cambio y una eficaz estrategia de comunicación.

AMLO tiene el indiscutible mérito de haber recuperado la confianza ciudadana en la Presidencia de la República y la esperanza de un mejor gobierno.

Pero también ha quedado de manifiesto su talante autoritario, voluntarista y controlador; centraliza el poder en su persona para la toma de decisiones y define la agenda mediática nacional a través de las conferencias mañaneras de manera directa, sin intermediarios.

Desde el púlpito presidencial, él como protagonista único, propone, responde, ataca sin pruebas, descalifica, concede indulgencias, denosta a sus adversarios, emplea un discurso maniqueo de buenos contra malos, liberales contra conservadores, honestos contra corruptos, y asume una especie de paternalismo moral con la sociedad.

En su visión concentradora y centralista del poder, AMLO critica al Poder Judicial, por los altos sueldos de los ministros de la Suprema Corte y pone en entredicho la probidad de los jueces en las resoluciones que le parecen inconvenientes.

También considera a los órganos autónomos, especialmente a los de energía, transparencia y educación, como un obstáculo que le impide avanzar en la toma de rápidas decisiones, le resultan demasiado costosos y a su parecer los argumentos técnicos que invocan para cuestionar sus propuestas están alejados de lo que a su juicio el pueblo quiere.

En consecuencia, hace sentir su peso en contra a través de reducciones presupuestales y salariales, además de hacer descalificaciones públicas sobre su desempeño.

Los analistas consideran que la popularidad del Presidente podría mantenerse elevada gracias a los programas sociales que promete implementar, a través de los cuales repartirá 180 mil millones de pesos a estudiantes, adultos mayores, personas con discapacidad, productores del campo, habitantes de regiones con altos índices de robo de combustibles, etc.

Todo este dinero se entregaría de manera directa a los beneficiarios, construyendo con recursos públicos una política social clientelar, populista y de alta rentabilidad electoral.

No cabe duda que todos los gobiernos inician con buenos augurios y expectativas de progreso y bienestar, sin embargo, el estilo personal de gobernar de AMLO manda también señales de alerta, pues si bien es innegable su legitimidad y popularidad, es un gobierno centrado en su persona, con una enorme concentración de poder que erosiona la independencia de los otros poderes y órganos autónomos, lo que constituye un grave riesgo para el sano sistema de pesos y contrapesos, esencial en un régimen auténticamente democrático.

Facebook: Lupita Murguía

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