/ miércoles 5 de diciembre de 2018

El Bolígrafo

¿Campaña perpetua?



Cerca de 100 mil, 160 mil o hasta 300 mil personas, según la fuente informativa que consultemos, llenaron el Zócalo capitalino para participar en el ritual del primer discurso de Andrés Manuel López Obrador como presidente de la república. Quienes asistieron lo cubrieron de afecto y expresaron de múltiples maneras la simpatía hacia él y el proyecto que enarbola.


Ya la gran mayoría de los expertos en esta materia han expresado sus puntos de vista sobre el contenido del mensaje, la atmósfera que permeó el primer día en el que oficialmente dio inicio la cuarta transformación de la república y las expresiones de toda la clase política, de los sectores económicos y sociales respecto al mensaje de AMLO.


Mi comentario lo centraré en dos aspectos que me parecen dignos de profundizar. El primero de ellos es la amplia legitimidad y la plena autoridad con la que llega a la silla presidencial. El segundo aspecto es la proyección de una imagen del político que sigue siendo un candidato en campaña.


Treinta millones de votos lo respaldan, inobjetable es el bono democrático que garantiza la instrumentación de su agenda de 100 puntos. Así lo han entendido y asumido todas las fuerzas políticas; el comportamiento de respeto a ese triunfo se expresó en un cambio de poderes sin tensiones, permitiendo que el nuevo grupo en el poder estableciera las reglas de la ceremonia en el congreso, incluidas una banda presidencial diseñada al gusto de AMLO y un acto político por la tarde en el Zócalo en el que repitió, casi de memoria, lo dicho por la mañana. El acto de cambio de poderes, fue un buen ejemplo de civilidad política por parte de la oposición, y abrió de par en par las puertas de la esperanza a una sociedad que exige, al menos, la disminución de la pobreza, la desigualdad, la violencia y la corrupción. Sin embargo, los 100 puntos sobre los que giró el discurso presidencial, hablan de los porqués, pero no nos permiten identificar los cómos, y a estas alturas ya no son suficientes las frases mediáticas de “ténganme paciencia y confianza”, o el “no tengo derecho a fallarles”.


La segunda idea que quiero comentar, es la imagen de un López Obrador todavía en campaña. Con su tono vehemente, decidido y convincente, sigue hablando en abstracto de combatir las políticas neoliberales sin definir las líneas sustanciales de las políticas públicas que deben orientar un nuevo modelo de desarrollo económico y social. Decir que se acaba la reforma educativa y energética no pasa de ser una fórmula para atraer votos, parece más una estrategia publicitaria para convencer a los potenciales consumidores que un programa real de gobierno. El manejo de frases que se han reproducido en todas partes, muestran solamente la carga emocional, afectiva que le dio al discurso, “somos familia” “los que ya no están con nosotros seguramente están alegres”, “no tengo derecho a fallarles”, no cumplen una función de explicar, sino de reforzar la imagen de un líder con autoridad moral capaz de acabar con todos los males del mundo con una sola frase o gesto.


En mi opinión, vivimos un nuevo periodo en la vida política y social del país. Un nuevo estilo de liderazgo permea las decisiones políticas de un grupo que cimienta agresivamente su poder sobre las demás fuerzas políticas. El desafío de este modelo de democracia, basado en la confianza que la ciudadanía deposita en el presidente, radica en establecer los mecanismos necesarios para que la ciudadanía asuma su papel de vigilante y censora de las decisiones de la clase política.

¿Campaña perpetua?



Cerca de 100 mil, 160 mil o hasta 300 mil personas, según la fuente informativa que consultemos, llenaron el Zócalo capitalino para participar en el ritual del primer discurso de Andrés Manuel López Obrador como presidente de la república. Quienes asistieron lo cubrieron de afecto y expresaron de múltiples maneras la simpatía hacia él y el proyecto que enarbola.


Ya la gran mayoría de los expertos en esta materia han expresado sus puntos de vista sobre el contenido del mensaje, la atmósfera que permeó el primer día en el que oficialmente dio inicio la cuarta transformación de la república y las expresiones de toda la clase política, de los sectores económicos y sociales respecto al mensaje de AMLO.


Mi comentario lo centraré en dos aspectos que me parecen dignos de profundizar. El primero de ellos es la amplia legitimidad y la plena autoridad con la que llega a la silla presidencial. El segundo aspecto es la proyección de una imagen del político que sigue siendo un candidato en campaña.


Treinta millones de votos lo respaldan, inobjetable es el bono democrático que garantiza la instrumentación de su agenda de 100 puntos. Así lo han entendido y asumido todas las fuerzas políticas; el comportamiento de respeto a ese triunfo se expresó en un cambio de poderes sin tensiones, permitiendo que el nuevo grupo en el poder estableciera las reglas de la ceremonia en el congreso, incluidas una banda presidencial diseñada al gusto de AMLO y un acto político por la tarde en el Zócalo en el que repitió, casi de memoria, lo dicho por la mañana. El acto de cambio de poderes, fue un buen ejemplo de civilidad política por parte de la oposición, y abrió de par en par las puertas de la esperanza a una sociedad que exige, al menos, la disminución de la pobreza, la desigualdad, la violencia y la corrupción. Sin embargo, los 100 puntos sobre los que giró el discurso presidencial, hablan de los porqués, pero no nos permiten identificar los cómos, y a estas alturas ya no son suficientes las frases mediáticas de “ténganme paciencia y confianza”, o el “no tengo derecho a fallarles”.


La segunda idea que quiero comentar, es la imagen de un López Obrador todavía en campaña. Con su tono vehemente, decidido y convincente, sigue hablando en abstracto de combatir las políticas neoliberales sin definir las líneas sustanciales de las políticas públicas que deben orientar un nuevo modelo de desarrollo económico y social. Decir que se acaba la reforma educativa y energética no pasa de ser una fórmula para atraer votos, parece más una estrategia publicitaria para convencer a los potenciales consumidores que un programa real de gobierno. El manejo de frases que se han reproducido en todas partes, muestran solamente la carga emocional, afectiva que le dio al discurso, “somos familia” “los que ya no están con nosotros seguramente están alegres”, “no tengo derecho a fallarles”, no cumplen una función de explicar, sino de reforzar la imagen de un líder con autoridad moral capaz de acabar con todos los males del mundo con una sola frase o gesto.


En mi opinión, vivimos un nuevo periodo en la vida política y social del país. Un nuevo estilo de liderazgo permea las decisiones políticas de un grupo que cimienta agresivamente su poder sobre las demás fuerzas políticas. El desafío de este modelo de democracia, basado en la confianza que la ciudadanía deposita en el presidente, radica en establecer los mecanismos necesarios para que la ciudadanía asuma su papel de vigilante y censora de las decisiones de la clase política.

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