/ miércoles 2 de mayo de 2018

El Bolígrafo - Las mentiras de los cuartos de guerra

En los últimos procesos electorales, se ha popularizado el nombre de “cuarto de guerra” para identificar el espacio en el que el equipo de campaña del candidato establece las estrategias a seguir, se definen las líneas básicas del discurso, marca los lineamientos esenciales de las actividades a realizar durante el periodo de campaña y establece la evaluación cotidiana para saber en qué situación se encuentra la campaña. Desde luego, los integrantes del cuarto de guerra son expertos en política electoral, están especializados en las más diversas áreas políticas y gozan de la confianza del candidato.

En los llamados cuartos de guerra se realizan los más sesudos análisis, derivando de ellos los posibles escenarios para planteárselos a sus candidatos, reforzando actividades cuando éstas producen los resultados esperados y proponiendo modificaciones cuando es necesario para mejorar la posición en las preferencias electorales. Lo anterior es lo que imaginamos quienes observamos a cierta distancia el comportamiento políticos de las elecciones en México.

Pero, ¿cómo explicarnos que una campaña contando con todos los recursos posibles a su alcance, en términos económicos y de capacidad intelectual, comience a la deriva y así se mantenga sin que se noten modificaciones visibles en la estrategia? De esta forma, cuando una campaña política no está siendo exitosa, invariablemente, el foco de atención se dirige tanto al candidato como al grupo que coordina su campaña.

Bajo estas circunstancias, sólo puede haber dos razones para ello: que el candidato sea sordo y necio o que sus asesores no le digan la verdad, que únicamente le endulcen el oído y con sus consejos imitar el canto de las sirenas. Lo anterior lo comento porque es notorio que José Antonio Meade no fue adecuadamente asesorado para el primer debate o no quiso escuchar y perdió lo que muchos consideran fue su última oportunidad para levantar su campaña presidencial.

Fue evidente la inadecuada preparación para el debate, tal parece que en el cuarto de guerra siguen sin entender que su candidato está en un lejano tercer lugar en las preferencias de los votantes. Las intervenciones de Meade sobre los temas de inseguridad y corrupción no pasaron de lugares comunes, mientras que sus respuestas a las críticas se circunscribieron a un guion rígido en el que no aceptaba la crítica y muchos menos respondía convincentemente o cambiaba su postura original, tal y como sucedió con los ¿tres?, ¿o dos? departamentos de López Obrador.

Incluso hubo ocasiones en las que pudo haber mejorado su posición pero eludió el debate. Por ejemplo, no es posible que haya dejado de contestar la pregunta formulada por Ricardo Anaya respecto a si consideraba honesto a su ex - jefe Enrique Peña Nieto, dejó la duda en el aire. Tampoco le ayudó el haber repetido varias veces “soy José Antonio Meade, un mexicano honesto”, cuestión que ha sido motivo de burla popular pues se asegura que parecía el clásico “Mamá… soy Toñito”.

En mi opinión, es poco entendible que un candidato apoyado por el partido que actualmente está en la presidencia de la República, que teniendo tantos asesores bien calificados, que siendo un candidato rezagado en la carrera presidencial, se le oculten las cosas o esté siendo complacido por sus asesores. Es como decirle que salga al debate y diga: “mamá soy toñito, no haré travesuras”, mientras un Peje implacable despliega una sonrisa y dice para sus adentros “ternurita”.


En los últimos procesos electorales, se ha popularizado el nombre de “cuarto de guerra” para identificar el espacio en el que el equipo de campaña del candidato establece las estrategias a seguir, se definen las líneas básicas del discurso, marca los lineamientos esenciales de las actividades a realizar durante el periodo de campaña y establece la evaluación cotidiana para saber en qué situación se encuentra la campaña. Desde luego, los integrantes del cuarto de guerra son expertos en política electoral, están especializados en las más diversas áreas políticas y gozan de la confianza del candidato.

En los llamados cuartos de guerra se realizan los más sesudos análisis, derivando de ellos los posibles escenarios para planteárselos a sus candidatos, reforzando actividades cuando éstas producen los resultados esperados y proponiendo modificaciones cuando es necesario para mejorar la posición en las preferencias electorales. Lo anterior es lo que imaginamos quienes observamos a cierta distancia el comportamiento políticos de las elecciones en México.

Pero, ¿cómo explicarnos que una campaña contando con todos los recursos posibles a su alcance, en términos económicos y de capacidad intelectual, comience a la deriva y así se mantenga sin que se noten modificaciones visibles en la estrategia? De esta forma, cuando una campaña política no está siendo exitosa, invariablemente, el foco de atención se dirige tanto al candidato como al grupo que coordina su campaña.

Bajo estas circunstancias, sólo puede haber dos razones para ello: que el candidato sea sordo y necio o que sus asesores no le digan la verdad, que únicamente le endulcen el oído y con sus consejos imitar el canto de las sirenas. Lo anterior lo comento porque es notorio que José Antonio Meade no fue adecuadamente asesorado para el primer debate o no quiso escuchar y perdió lo que muchos consideran fue su última oportunidad para levantar su campaña presidencial.

Fue evidente la inadecuada preparación para el debate, tal parece que en el cuarto de guerra siguen sin entender que su candidato está en un lejano tercer lugar en las preferencias de los votantes. Las intervenciones de Meade sobre los temas de inseguridad y corrupción no pasaron de lugares comunes, mientras que sus respuestas a las críticas se circunscribieron a un guion rígido en el que no aceptaba la crítica y muchos menos respondía convincentemente o cambiaba su postura original, tal y como sucedió con los ¿tres?, ¿o dos? departamentos de López Obrador.

Incluso hubo ocasiones en las que pudo haber mejorado su posición pero eludió el debate. Por ejemplo, no es posible que haya dejado de contestar la pregunta formulada por Ricardo Anaya respecto a si consideraba honesto a su ex - jefe Enrique Peña Nieto, dejó la duda en el aire. Tampoco le ayudó el haber repetido varias veces “soy José Antonio Meade, un mexicano honesto”, cuestión que ha sido motivo de burla popular pues se asegura que parecía el clásico “Mamá… soy Toñito”.

En mi opinión, es poco entendible que un candidato apoyado por el partido que actualmente está en la presidencia de la República, que teniendo tantos asesores bien calificados, que siendo un candidato rezagado en la carrera presidencial, se le oculten las cosas o esté siendo complacido por sus asesores. Es como decirle que salga al debate y diga: “mamá soy toñito, no haré travesuras”, mientras un Peje implacable despliega una sonrisa y dice para sus adentros “ternurita”.


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