por Mariana Figueroa Márquez
Desde que un pastor de cabras en Etiopía descubrió hace siglos el comportamiento eufórico de su rebaño al mascar cerezas rojas de café, este grano ha recorrido un largo camino hasta convertirse, en la era moderna, en una bebida sin la que no podemos vivir.
Para algunos como yo, el café es punto de partida cada mañana, el estímulo necesario para arrancar, para trabajar mejor; pero no solo eso, cuando llega el momento de hacer una pausa y relajarse, el café también está presente. Algunas de las mejores pláticas que he tenido en mi vida han sido acompañadas de esta bebida.
Crecí tomando café con azúcar y leche, un clásico de nuestra mesa mexicana diaria. Cuando viajé por Europa durante un año sabático, descubrí nuevas formas de tomarlo. También me encontré por primera vez frente a su sabor. En París probé por primera vez el espresso, en las cafeterías de Neukölln, un barrio de inmigrantes en Berlín, el café turco; en Barcelona, el “cortadito”.
Tenemos el privilegio de vivir en un país con un café de calidad de exportación. El año pasado México ocupó el lugar 11 en el ranking de países productores de café con 1.6% de la producción global y el lugar 12 a nivel internacional como exportador.
Tomar buen café no es difícil, lo curioso es que cada vez más restaurantes están dejando de servir café de verdad al suplirlo por esas cápsulas de café que funcionan a través de maquinitas.
No estoy en contra de la modernización y la practicidad, pero en lo que se refiere al café considero que tomar un mal café es una oportunidad de placer perdida, porque el café de más alta calidad está a nuestro alcance.
Entonces, ¿por qué tomar café instantáneo si no estamos en medio de una situación bélica que requiera medidas extremas, como ocurrió en la Segunda Guerra Mundial cuando esta presentación –por demás práctica- tuvo su máximo esplendor antes de ser parte de la despensa de cualquier casa de la era moderna en todo el mundo? ¿Por qué acudir a una cafetería de moda, donde un café cuesta casi lo mismo que un salario mínimo en México y los ingredientes con los que se acompaña lo hacen parecer más un helado o un pastel que un café? ¿Por qué elegir sobre un café de verdad, un café encapsulado con químicos, en un envase de aluminio que es tan contaminante que ha sido prohibido en los edificios gubernamentales de Hamburgo, Alemania?
¿Por qué consumir cartuchos de café que contienen altos niveles de furano, un compuesto cancerígeno, de acuerdo con un estudio realizado el año pasado por la Universidad de Barcelona?
El café tiene muchos beneficios, es rico en antioxidantes, digestivo e incluso estudios lo han ligado a un menor riesgo de diabetes tipo 2, pero para poder gozar de estos beneficios es necesario tomar un buen café, café de verdad, libre de químicos y azucares refinadas.
Mi recomendación es que la próxima vez que visites el Centro Histórico de Querétaro te detengas en una de las muchas cafeterías que hay en Plaza Fundadores, la calle 5 de Mayo y los alrededores del Jardín Guerrero y pidas un buen café de Chiapas o Veracruz para acto seguido paladearlo con calma. Que el café sea un placer. Que nos importe qué café tomamos, con quién, dónde, qué hacemos mientras lo bebemos; que sea más que un despertador en un vaso de cartón para llevar en la mano camino a la oficina.