/ domingo 15 de septiembre de 2019

El Cronista Sanjuanense

El trajinar de los restos de los héroes de la Independencia

Después de lograda la Independencia en 1821 por Agustín de Iturbide, el sentido patriótico se fortaleció con el ímpetu de fincar una nueva identidad entre los mexicanos. Los artífices de la Guerra de Independencia que duró 11 años (1810-1821), todos tienen su historia personal y cada uno, de una u otra manera tienen su relación con otro. La muerte de uno quizás incentivó al otro a luchar por la Independencia, otros tuvieron relaciones personales, otros fueron enemigos acérrimos al principio para luego convertirse en aliados por convicción y así sucesivamente.

En 1823, tiempos en que el general Vicente Guerrero era el presidente del Supremo Gobierno de la República, el Soberano Congreso Constituyente de México expidió el decreto 344, con fecha 19 de julio, que es la declaración en honor de los primeros héroes libertadores de la nación. El Congreso declaró beneméritos de la patria en grado heroico a Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama, Mariano Abasolo, José María Morelos, Mariano Matamoros, Leonardo y Miguel Bravo, Hermenegildo Galena, José Mariano Jiménez, Francisco Xavier Mina, Pedro Moreno y Víctor Rosales, conforme a los extraordinarios servicios que prestaron.

Ese decreto expresa que el honor mismo de la patria reclama el desagravio de las cenizas de los héroes consagrados a su defensa, y que sean exhumadas las de los beneméritos en grado heroico: “y serán depositadas en una caja que se conducirá a esta capital (México), cuya llave se custodiará en el archivo del Congreso”. Asimismo, que la caja que encierre los memorables restos de los héroes expresados “se trasladará a la Catedral de México el 17 de septiembre con toda la publicidad y pompa, dignas de un acto tan solemne, en la que se celebrará un acto de difuntos con oración fúnebre”.

Dando cumplimiento a este decreto, la tarde del 6 de septiembre de 1823 llegaron a San Juan del Río las urnas que contenían los cráneos de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y Mariano Jiménez, así como los restos de Francisco Xavier Mina y Pedro Moreno, los cuales fueron velados esa noche en el templo de Santo Domingo. El 7 de septiembre partieron rumbo a la capital del país.

Los despojos transitaron por Zacatecas, Aguascalientes, Lagos de Moreno, León, Guanajuato, San Miguel Allende, Santiago de Querétaro, San Juan del Río y finalmente llegaron a la Ciudad de México, el lunes 15 de septiembre de 1823. Se reunieron en la colegiata de la Villa de Guadalupe los restos de los antes mencionado con los de Juan Aldama, José María Morelos, Mariano Matamoros y Víctor Rosales. Por la tarde del día siguiente, fueron conducidos en procesión hasta la Garita de México, en donde fueron recibidos por el mismísimo presidente Vicente Guerrero, además del Congreso, la Audiencia, el Ayuntamiento, todas las corporaciones civiles y eclesiásticas, y el ejército que guarnecía la plaza, entre otros. Los restos fueron llevados al templo de Santo Domingo a donde entraron a las seis de la tarde del 16 de septiembre, conducidos en cinco urnas, y allí pernoctaron.

A las seis de la mañana del 17 de septiembre, se ofreció una misa de vigilia en Santo Domingo y a las ocho y media se presentaron el presidente Vicente Guerrero, todas las autoridades, dignatarios, corporaciones y cofradías religiosas y, colocadas las urnas en un magnífico carro, se formó otra procesión hacia la Catedral.

Los restos de los héroes fueron depositados en la bóveda bajo el Altar de los Reyes de la Catedral de la Ciudad de México, allí permanecieron 72 años, hasta 1875 en que fueron trasladados a la capilla del Señor San José de la misma catedral. Ahí estuvieron por casi 40 años. Fue el 16 de septiembre de 1925, cuando fueron trasladados los restos de los héroes a la Columna de la Independencia, entonces era presidente de la República, Plutarco Elías Calles.

Por otro lado, el hombre que logró la Independencia de México tuvo un triste final. Agustín de Iturbide, luego de fracasar como emperador, fue desterrado de la nación. El Congreso, que tanto lo odiaba, lo declaró traidor y fuera de la ley, y lo condenó a muerte si osaba volver a su patria. Iturbide regresó a su país sin saber que ese solo acto lo condenaba a la pena capital. Un pelotón de cuatro hombres lo fusiló el 19 de julio de 1824. El cuerpo de Iturbide fue vestido con un hábito franciscano y velado en un cuarto que servía como capilla. Luego se le enterró en la iglesia vieja del pueblo de Padilla, sin techo y abandonada. Catorce años después, en 1838, el entonces presidente Anastasio Bustamante, ante el clamor popular, trasladó sus restos al altar de San Felipe de Jesús en la Catedral Metropolitana de México, donde se encuentran actualmente.

En México el dolor histórico todavía cala profundamente. Es necesario reconciliar nuestra historia para justicia de todos.

El trajinar de los restos de los héroes de la Independencia

Después de lograda la Independencia en 1821 por Agustín de Iturbide, el sentido patriótico se fortaleció con el ímpetu de fincar una nueva identidad entre los mexicanos. Los artífices de la Guerra de Independencia que duró 11 años (1810-1821), todos tienen su historia personal y cada uno, de una u otra manera tienen su relación con otro. La muerte de uno quizás incentivó al otro a luchar por la Independencia, otros tuvieron relaciones personales, otros fueron enemigos acérrimos al principio para luego convertirse en aliados por convicción y así sucesivamente.

En 1823, tiempos en que el general Vicente Guerrero era el presidente del Supremo Gobierno de la República, el Soberano Congreso Constituyente de México expidió el decreto 344, con fecha 19 de julio, que es la declaración en honor de los primeros héroes libertadores de la nación. El Congreso declaró beneméritos de la patria en grado heroico a Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama, Mariano Abasolo, José María Morelos, Mariano Matamoros, Leonardo y Miguel Bravo, Hermenegildo Galena, José Mariano Jiménez, Francisco Xavier Mina, Pedro Moreno y Víctor Rosales, conforme a los extraordinarios servicios que prestaron.

Ese decreto expresa que el honor mismo de la patria reclama el desagravio de las cenizas de los héroes consagrados a su defensa, y que sean exhumadas las de los beneméritos en grado heroico: “y serán depositadas en una caja que se conducirá a esta capital (México), cuya llave se custodiará en el archivo del Congreso”. Asimismo, que la caja que encierre los memorables restos de los héroes expresados “se trasladará a la Catedral de México el 17 de septiembre con toda la publicidad y pompa, dignas de un acto tan solemne, en la que se celebrará un acto de difuntos con oración fúnebre”.

Dando cumplimiento a este decreto, la tarde del 6 de septiembre de 1823 llegaron a San Juan del Río las urnas que contenían los cráneos de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y Mariano Jiménez, así como los restos de Francisco Xavier Mina y Pedro Moreno, los cuales fueron velados esa noche en el templo de Santo Domingo. El 7 de septiembre partieron rumbo a la capital del país.

Los despojos transitaron por Zacatecas, Aguascalientes, Lagos de Moreno, León, Guanajuato, San Miguel Allende, Santiago de Querétaro, San Juan del Río y finalmente llegaron a la Ciudad de México, el lunes 15 de septiembre de 1823. Se reunieron en la colegiata de la Villa de Guadalupe los restos de los antes mencionado con los de Juan Aldama, José María Morelos, Mariano Matamoros y Víctor Rosales. Por la tarde del día siguiente, fueron conducidos en procesión hasta la Garita de México, en donde fueron recibidos por el mismísimo presidente Vicente Guerrero, además del Congreso, la Audiencia, el Ayuntamiento, todas las corporaciones civiles y eclesiásticas, y el ejército que guarnecía la plaza, entre otros. Los restos fueron llevados al templo de Santo Domingo a donde entraron a las seis de la tarde del 16 de septiembre, conducidos en cinco urnas, y allí pernoctaron.

A las seis de la mañana del 17 de septiembre, se ofreció una misa de vigilia en Santo Domingo y a las ocho y media se presentaron el presidente Vicente Guerrero, todas las autoridades, dignatarios, corporaciones y cofradías religiosas y, colocadas las urnas en un magnífico carro, se formó otra procesión hacia la Catedral.

Los restos de los héroes fueron depositados en la bóveda bajo el Altar de los Reyes de la Catedral de la Ciudad de México, allí permanecieron 72 años, hasta 1875 en que fueron trasladados a la capilla del Señor San José de la misma catedral. Ahí estuvieron por casi 40 años. Fue el 16 de septiembre de 1925, cuando fueron trasladados los restos de los héroes a la Columna de la Independencia, entonces era presidente de la República, Plutarco Elías Calles.

Por otro lado, el hombre que logró la Independencia de México tuvo un triste final. Agustín de Iturbide, luego de fracasar como emperador, fue desterrado de la nación. El Congreso, que tanto lo odiaba, lo declaró traidor y fuera de la ley, y lo condenó a muerte si osaba volver a su patria. Iturbide regresó a su país sin saber que ese solo acto lo condenaba a la pena capital. Un pelotón de cuatro hombres lo fusiló el 19 de julio de 1824. El cuerpo de Iturbide fue vestido con un hábito franciscano y velado en un cuarto que servía como capilla. Luego se le enterró en la iglesia vieja del pueblo de Padilla, sin techo y abandonada. Catorce años después, en 1838, el entonces presidente Anastasio Bustamante, ante el clamor popular, trasladó sus restos al altar de San Felipe de Jesús en la Catedral Metropolitana de México, donde se encuentran actualmente.

En México el dolor histórico todavía cala profundamente. Es necesario reconciliar nuestra historia para justicia de todos.