/ domingo 16 de febrero de 2020

El Cronista Sanjuanense

Esperanza Cabrera. Pianista concertista


Artista, amiga, compañera, esposa y maestra, fue un gran ejemplo de admiración para todas las personas que tienen la dicha de haberla conocido y para las que no, puede decirse abiertamente que su legado nos ha hecho conocerla y darnos cuenta de la gran mujer que fue. Es recordada por su enorme vocación hacia la música, su capacidad de vivir, su entrega y por supuesto, su gran calidad humana.

Esperanza Cabrera nació el 16 de febrero de 1924 en la capital del Querétaro. Fue en San Juan del Río en donde vivió con alegría su niñez, su infancia y su juventud, al lado de sus hermanos Felipe, Teresita, Gilberto y Octaviano, y sus padres, don Francisco Cabrera Feregrino y doña Esther Muñoz Dorantes, apasionada y entregada en todo lo que realizaba.

La madre de Esperanza, sin saber que había heredado de ella misma las aptitudes por la música clásica, a los cuatro años la ingresó al estudio del piano donde Lolita Camacho fue su mentora y la encargada de brindarle los primeros conocimientos del solfeo, inyectándole un profundo cariño por la música. Tan solo un año después de haber ingresado a sus clases, ya tocaba de memoria y sin partitura importantes piezas de Mozart, Beethoven, Chopin y Grieg. A los 6 años ofreció su primer recital en la casa de otro de sus maestros, don Fernando Loyola, ejecutando ocho piezas de memoria y un Minuet de Paderewsky. Siempre mencionó que su compositor predilecto era Chopin, interpretaba brillantemente Impromptus Skerzos y casi todos sus valses. A los 8 años la invitaron a participar en los micrófonos de XEW Radio, a través del programa La Hora Nacional, interpretando de memoria un Nocturno de Federico Chopin. Al finalizar se disponía a retirarse cuando el locutor anunció al aire que la señora Aída S. de Rodríguez, esposa del entonces presidente de la República, general Abelardo Rodríguez, mandaba felicitar a la niña Esperanza Cabrera por su magnífica interpretación al piano y le pidió volviera a tocar el mismo Nocturno.

En 1940 conoció a su más distinguido maestro, Arnulfo Miramontes, discípulo de un famoso pianista alemán que recibió clases directamente de Franz Liszt. Venía puntualmente cada 15 días a Querétaro para impartirle el perfeccionamiento musical hasta llegar a donde siempre había estado: en la máxima excelencia. Este hombre fue quien afectuosamente la apodó como “La bisnieta de Liszt”, debido a sus interpretaciones musicales, donde en cada pieza dejaba una parte de ella. Tres años después, el Museo Regional de Querétaro se vistió de gala al ser testigo del inolvidable concierto, en el cual participaron Manuel M. Ponce, Julián Carrillo, la mezosoprano Fany Anitua, diva del Metropolitan Opera House, y por supuesto, Esperanza Cabrera Muñoz. Sólo ella pudo haber tenido la suerte de ser discípula del muy ilustre Señor Canónigo don Cirilo Cornejo Roldán, don Fernando Loyola, don Luis Balvanera y don Arnulfo Miramontes.

Destaca el concierto ofrecido en septiembre de 1952 como solista, acompa­ñada por la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional Autónoma de México, en el Alcázar del Castillo de Chapultepec. Interpretó el Concierto No. 1 para piano y Orquesta, de su maestro Arnulfo Miramontes, dirigido bajo la batuta del propio maestro.

Esperanza, contrajo matrimonio en 1953 con Víctor Manuel Hinojosa Rodríguez; juntos procrearon a seis hijos: Lupita, Víctor, Gilberto, Esperanza, Isaura y Carlos.

Padeció una deficiencia cardiaca durante muchos años, esta afección le produjo dos embolias, de las que se repuso. El 24 de diciembre de 1979, le vino un derrame cerebral que le provocó la muerte.

Puntual a la cita para un adiós, que aunque no deseado por muchos, sí por ella, fue inevitablemente emotivo. A esa misma hora, empezaba el coro del Conservatorio Libre de Música J. Guadalupe Velázquez a interpretar el Aleluya de Handel. Coincidencia, quizás. Pero a un ser tan grande que luchó, vivió y transmitió tanto a los demás, solo Dios la podría haber llamado a su lado envuelta en angelicales cantos, escribiendo con ello la última página de su apasionada vida, en cuyo recorrer tanto sembró y sigue cosechando.

Esperanza Cabrera. Pianista concertista


Artista, amiga, compañera, esposa y maestra, fue un gran ejemplo de admiración para todas las personas que tienen la dicha de haberla conocido y para las que no, puede decirse abiertamente que su legado nos ha hecho conocerla y darnos cuenta de la gran mujer que fue. Es recordada por su enorme vocación hacia la música, su capacidad de vivir, su entrega y por supuesto, su gran calidad humana.

Esperanza Cabrera nació el 16 de febrero de 1924 en la capital del Querétaro. Fue en San Juan del Río en donde vivió con alegría su niñez, su infancia y su juventud, al lado de sus hermanos Felipe, Teresita, Gilberto y Octaviano, y sus padres, don Francisco Cabrera Feregrino y doña Esther Muñoz Dorantes, apasionada y entregada en todo lo que realizaba.

La madre de Esperanza, sin saber que había heredado de ella misma las aptitudes por la música clásica, a los cuatro años la ingresó al estudio del piano donde Lolita Camacho fue su mentora y la encargada de brindarle los primeros conocimientos del solfeo, inyectándole un profundo cariño por la música. Tan solo un año después de haber ingresado a sus clases, ya tocaba de memoria y sin partitura importantes piezas de Mozart, Beethoven, Chopin y Grieg. A los 6 años ofreció su primer recital en la casa de otro de sus maestros, don Fernando Loyola, ejecutando ocho piezas de memoria y un Minuet de Paderewsky. Siempre mencionó que su compositor predilecto era Chopin, interpretaba brillantemente Impromptus Skerzos y casi todos sus valses. A los 8 años la invitaron a participar en los micrófonos de XEW Radio, a través del programa La Hora Nacional, interpretando de memoria un Nocturno de Federico Chopin. Al finalizar se disponía a retirarse cuando el locutor anunció al aire que la señora Aída S. de Rodríguez, esposa del entonces presidente de la República, general Abelardo Rodríguez, mandaba felicitar a la niña Esperanza Cabrera por su magnífica interpretación al piano y le pidió volviera a tocar el mismo Nocturno.

En 1940 conoció a su más distinguido maestro, Arnulfo Miramontes, discípulo de un famoso pianista alemán que recibió clases directamente de Franz Liszt. Venía puntualmente cada 15 días a Querétaro para impartirle el perfeccionamiento musical hasta llegar a donde siempre había estado: en la máxima excelencia. Este hombre fue quien afectuosamente la apodó como “La bisnieta de Liszt”, debido a sus interpretaciones musicales, donde en cada pieza dejaba una parte de ella. Tres años después, el Museo Regional de Querétaro se vistió de gala al ser testigo del inolvidable concierto, en el cual participaron Manuel M. Ponce, Julián Carrillo, la mezosoprano Fany Anitua, diva del Metropolitan Opera House, y por supuesto, Esperanza Cabrera Muñoz. Sólo ella pudo haber tenido la suerte de ser discípula del muy ilustre Señor Canónigo don Cirilo Cornejo Roldán, don Fernando Loyola, don Luis Balvanera y don Arnulfo Miramontes.

Destaca el concierto ofrecido en septiembre de 1952 como solista, acompa­ñada por la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional Autónoma de México, en el Alcázar del Castillo de Chapultepec. Interpretó el Concierto No. 1 para piano y Orquesta, de su maestro Arnulfo Miramontes, dirigido bajo la batuta del propio maestro.

Esperanza, contrajo matrimonio en 1953 con Víctor Manuel Hinojosa Rodríguez; juntos procrearon a seis hijos: Lupita, Víctor, Gilberto, Esperanza, Isaura y Carlos.

Padeció una deficiencia cardiaca durante muchos años, esta afección le produjo dos embolias, de las que se repuso. El 24 de diciembre de 1979, le vino un derrame cerebral que le provocó la muerte.

Puntual a la cita para un adiós, que aunque no deseado por muchos, sí por ella, fue inevitablemente emotivo. A esa misma hora, empezaba el coro del Conservatorio Libre de Música J. Guadalupe Velázquez a interpretar el Aleluya de Handel. Coincidencia, quizás. Pero a un ser tan grande que luchó, vivió y transmitió tanto a los demás, solo Dios la podría haber llamado a su lado envuelta en angelicales cantos, escribiendo con ello la última página de su apasionada vida, en cuyo recorrer tanto sembró y sigue cosechando.