/ domingo 24 de julio de 2022

El cronista sanjuanense | Guillermo Prieto en San Juan del Río (segunda parte)

Cuando, de 1853 a 1855, el general Antonio López de Santa Anna, retomó el poder e instauró la última y más brutal de sus once tiranías, estableció un clima político de espionaje y persecución. Entre sus primeras víctimas estuvo Guillermo Prieto, Ministro de Hacienda del anterior presidente Mariano Arista.

A él se le desterró a Cadereyta en Querétaro de primer momento. Tocó en suerte algunas regiones del estado: la ciudad Santiago de Querétaro, Tequisquiapan, Cadereyta y San Juan del Río. Estos fueron tema de sus Viajes de Orden Suprema, escritos donde fue registrando y analizando la realidad queretana.

Cuando hizo su llegada a San Juan del Río, proveniente de Arroyo Zarco, vio de la ciudad una amplia y dilatada calle en descenso rapidísimo; calle que se extendía a una plazoleta con algunos árboles en dispersión, formando un recodo que sale por un terreno plano al camino de Querétaro. Se refirió a la Calle Real, la Avenida Juárez; la plazoleta es la del Sacro Monte, actual Jardín de la Familia.

“La diligencia se precipitó con celeridad increíble, al punto de que, entre el ruido, los gritos del cochero, el ladrar de los perros, los truenos repetidos del látigo, se ven pasar como celajes barridos por el viento, chozas, templos, árboles, tiendas, portales, transeúntes, todo tan en confuso, tan veloz, que casi no puede fijarse el pensamiento ni darse cuenta de los objetos que percibe la vista.”

Al cabo de ese ajetreo, llegó a una posta (casa de diligencias) la cual estaba destinada para que almuercen los viajeros. Con elocuencia, Prieto describe “El saloncito que sirve de comedor para los viajeros en San Juan del Río es en el interior de la casa de posta, cuyo patio enladrillado y sombreado por tres o cuatro arbustos frondosos tiene cierto aspecto de alegría. Si no hay lujo, el comedor que describo respira aseo y propiedad en todas sus partes; además, sin equivocación, puede asegurarse que en la línea toda, no hay un cocinero más aseado, diestro y complaciente con los más exigentes gastrónomos, que Joaquín, el de San Juan del Río.”

Al terminar su almuerzo, se preparó y siguió su camino a la ciudad de Querétaro, ya en terreno plano pudo admirar el valle de San Juan del Río “…es de lo más fértil, de lo más pintoresco y risueño que pueda imaginarse. El cultivo ha hecho con ella adelantos notables…es donde se han introducido más considerables mejoras en labranza.” Y continua “En feraces sementeras de maíz, levantándose con simétrica parejura, se mecen las trémulas puntas de las verdes cañas como plumeros de oro; dilatadísimas tablas de trigo ondean en todas direcciones, ofreciendo mil caprichosas modificaciones de luz en sus movibles espigas; en medio de los sembrados, el mezquite pintoresco ofrece en sus arbustos agradable descanso a la vista, guarida deliciosa de las aves y sombra a los ganados. En los declives de las colinas, en lo hondo de las cañas, en lo tendido de los valles, las ricas siembras ofrecen variados y caprichosísimos matices que se interrumpen para hacer lugar a los dormidos lagos que forman las presas de las haciendas y que reflejan un cielo puro y luminoso en sus diáfanas aguas.”

El personaje, describe de forma poética el encanto que le causa el valle de San Juan y sus alrededores. Como si de una pintura de paisaje se tratase, observa la sierra queretana que bordea “Encierran y hermosean aun este cuadro pintoresco cadenas gigantescas de montañas, horizontes en que parece terminar la tierra y dar vuelta al cielo, y sombras misteriosas de arboledas lejanas que parecen limitar con su muro o formar pórtico magnífico a aquel vergel de encantos indecibles.”

Luego de estas hermosuras, llega a la posta de El Colorado, irrumpiendo abruptamente en un cambio en el camino a áspero y pedregoso. La diligencia se movía de tal forma que los ocupantes se empujaban unos con otros sin poder admirar y por lo mismo describir gran cosa, sino el mal estado del camino y lo incomodo del viaje en ese tramo que puso su vista a la ciudad de Querétaro.

Cuando, de 1853 a 1855, el general Antonio López de Santa Anna, retomó el poder e instauró la última y más brutal de sus once tiranías, estableció un clima político de espionaje y persecución. Entre sus primeras víctimas estuvo Guillermo Prieto, Ministro de Hacienda del anterior presidente Mariano Arista.

A él se le desterró a Cadereyta en Querétaro de primer momento. Tocó en suerte algunas regiones del estado: la ciudad Santiago de Querétaro, Tequisquiapan, Cadereyta y San Juan del Río. Estos fueron tema de sus Viajes de Orden Suprema, escritos donde fue registrando y analizando la realidad queretana.

Cuando hizo su llegada a San Juan del Río, proveniente de Arroyo Zarco, vio de la ciudad una amplia y dilatada calle en descenso rapidísimo; calle que se extendía a una plazoleta con algunos árboles en dispersión, formando un recodo que sale por un terreno plano al camino de Querétaro. Se refirió a la Calle Real, la Avenida Juárez; la plazoleta es la del Sacro Monte, actual Jardín de la Familia.

“La diligencia se precipitó con celeridad increíble, al punto de que, entre el ruido, los gritos del cochero, el ladrar de los perros, los truenos repetidos del látigo, se ven pasar como celajes barridos por el viento, chozas, templos, árboles, tiendas, portales, transeúntes, todo tan en confuso, tan veloz, que casi no puede fijarse el pensamiento ni darse cuenta de los objetos que percibe la vista.”

Al cabo de ese ajetreo, llegó a una posta (casa de diligencias) la cual estaba destinada para que almuercen los viajeros. Con elocuencia, Prieto describe “El saloncito que sirve de comedor para los viajeros en San Juan del Río es en el interior de la casa de posta, cuyo patio enladrillado y sombreado por tres o cuatro arbustos frondosos tiene cierto aspecto de alegría. Si no hay lujo, el comedor que describo respira aseo y propiedad en todas sus partes; además, sin equivocación, puede asegurarse que en la línea toda, no hay un cocinero más aseado, diestro y complaciente con los más exigentes gastrónomos, que Joaquín, el de San Juan del Río.”

Al terminar su almuerzo, se preparó y siguió su camino a la ciudad de Querétaro, ya en terreno plano pudo admirar el valle de San Juan del Río “…es de lo más fértil, de lo más pintoresco y risueño que pueda imaginarse. El cultivo ha hecho con ella adelantos notables…es donde se han introducido más considerables mejoras en labranza.” Y continua “En feraces sementeras de maíz, levantándose con simétrica parejura, se mecen las trémulas puntas de las verdes cañas como plumeros de oro; dilatadísimas tablas de trigo ondean en todas direcciones, ofreciendo mil caprichosas modificaciones de luz en sus movibles espigas; en medio de los sembrados, el mezquite pintoresco ofrece en sus arbustos agradable descanso a la vista, guarida deliciosa de las aves y sombra a los ganados. En los declives de las colinas, en lo hondo de las cañas, en lo tendido de los valles, las ricas siembras ofrecen variados y caprichosísimos matices que se interrumpen para hacer lugar a los dormidos lagos que forman las presas de las haciendas y que reflejan un cielo puro y luminoso en sus diáfanas aguas.”

El personaje, describe de forma poética el encanto que le causa el valle de San Juan y sus alrededores. Como si de una pintura de paisaje se tratase, observa la sierra queretana que bordea “Encierran y hermosean aun este cuadro pintoresco cadenas gigantescas de montañas, horizontes en que parece terminar la tierra y dar vuelta al cielo, y sombras misteriosas de arboledas lejanas que parecen limitar con su muro o formar pórtico magnífico a aquel vergel de encantos indecibles.”

Luego de estas hermosuras, llega a la posta de El Colorado, irrumpiendo abruptamente en un cambio en el camino a áspero y pedregoso. La diligencia se movía de tal forma que los ocupantes se empujaban unos con otros sin poder admirar y por lo mismo describir gran cosa, sino el mal estado del camino y lo incomodo del viaje en ese tramo que puso su vista a la ciudad de Querétaro.