/ domingo 6 de septiembre de 2020

El Cronista Sanjuanense|Un viajero inglés

Gracias a los testimoniales que dejaron escritos algunos viajeros que visitaron San Juan del Río en diferentes épocas nos podemos dar una idea de la vida cotidiana, el paisaje, el comercio y demás de esta próspera tierra queretana.

El británico William T. Penny, redactó una serie de cartas y un diario de viaje que se publicaron en un libro anónimo aparecido en Londres en el año 1828, que lleva por título A sketch of the customs customs and society of Mexico, escrito en idioma inglés.

No se conocen mayores datos biográficos de este personaje, solo se sabe que fue un comerciante próspero que cuando vino a México de 1824 a 1826, tendría alrededor de cuarenta años de edad. Escribió:

San Juan del Río es una de las más lindas ciudades rurales que hasta ahora haya visitado; tiene un aire de comodidad, confort y limpieza que rara vez se encuentra en México. Muchas de sus casas son espaciosas, están blanqueadas y pintadas con primor y se conservan limpísimas. Tiene cuatro grandes iglesias y un teatro, según creo, porque una compañía de actores estaba con nosotros en el mesón con el propósito de trabajar en la noche: cierto es que el corral se transforma frecuentemente en teatro cuando llegan compañías ambulantes. Los tres mesones son bastante pasaderos; el Nuevo es el más limpio y cómodo de la comarca; pero no al presente sí uno quisiera alojarse en él durante más tiempo, porque está ocupado de lleno por la tropa.

Es costumbre de la gente del país cuando viaja el no lavarse ni rasurarse porque tiene la idea de que tales cosas le acarrearían fiebres peligrosas, calenturas intermitentes y demás. Una animosa y buena anciana que estaba en el mesón se alarmó en extremo por el baño que me di en el río; ella estaba segura de que ya no podría continuar el viaje y supuso que tendrían que sepultarme allí: calmé su ansiedad, no obstante, cuando me vio montar a caballo a la mañana siguiente en perfecta salud.

Al dejar San Juan del Río, en lugar de ir rodeando por el puente cortamos por la derecha vadeando el río por un lugar poco profundo; encontramos difícil el trepar a la banda opuesta; pero después el camino fue llano y viajamos con pasó rápido. La campiña es generalmente plana y está pasaderamente bien sembrada a un tiempo con maíz y frijoles; entre estos últimos algunas especies no diferían de la alubia francesa corriente que se consume con vaina; pero que aquí se las deja hasta que llegan a endurecer como habas caballunas. Crecen ya solas o entre los surcos de maíz. Se cosechan diversas clases que difieren en forma, tamaño y color; las hay desde las que tienen el tamaño de un chícharo a las que son como una habichuela corriente y se dan negras, blancas o de color café. Los indios se sustentan con ellas, amén de tortillas y chile, y la gente de clase más elevada nunca termina su desayuno, comida o cena, sin los consabidos frijoles. Aunque para un extranjero el aspecto de estos no es muy delicado, hallará que son un alimento excelente, substancial y completo para viajar y con el que se tropezará donde quiera. Se guisan con un poco de agua y sal, manteca en abundancia y chile, aunque este último puede ser suprimido: los huevos resultan un acompañamiento excelente.

William continuó su viaje hacia la ciudad de Querétaro. Antes de llegar a la hacienda de El Colorado, debió acordarse de aquella anciana que le vaticinó enfermaría pues, a medio día, le saltó una súbita y violenta calentura que se manifestó con un tremendo temblor por todo su cuerpo; sus dientes castañeaban y se sintió completamente desamparado al mismo tiempo que no sentía que se hallase enfermo. Se bebió un jerez en El Colorado y eso disipó su calentura en unos minutos; pero a la cual le siguió una fiebre ardiente bajo cuya tortura llegó a la orilla de la ciudad; bajo la sombra de un árbol, procuró un ligero sueño y después de ello se sintió muy bien y prosiguió su entrada de lleno a Querétaro. “admiré la magnífica perspectiva del valle tal como se ofrecía a la vista, encajado entre dos altas montañas…un elevado acueducto…es un objeto sorprendente y pintoresco…”

Gracias a los testimoniales que dejaron escritos algunos viajeros que visitaron San Juan del Río en diferentes épocas nos podemos dar una idea de la vida cotidiana, el paisaje, el comercio y demás de esta próspera tierra queretana.

El británico William T. Penny, redactó una serie de cartas y un diario de viaje que se publicaron en un libro anónimo aparecido en Londres en el año 1828, que lleva por título A sketch of the customs customs and society of Mexico, escrito en idioma inglés.

No se conocen mayores datos biográficos de este personaje, solo se sabe que fue un comerciante próspero que cuando vino a México de 1824 a 1826, tendría alrededor de cuarenta años de edad. Escribió:

San Juan del Río es una de las más lindas ciudades rurales que hasta ahora haya visitado; tiene un aire de comodidad, confort y limpieza que rara vez se encuentra en México. Muchas de sus casas son espaciosas, están blanqueadas y pintadas con primor y se conservan limpísimas. Tiene cuatro grandes iglesias y un teatro, según creo, porque una compañía de actores estaba con nosotros en el mesón con el propósito de trabajar en la noche: cierto es que el corral se transforma frecuentemente en teatro cuando llegan compañías ambulantes. Los tres mesones son bastante pasaderos; el Nuevo es el más limpio y cómodo de la comarca; pero no al presente sí uno quisiera alojarse en él durante más tiempo, porque está ocupado de lleno por la tropa.

Es costumbre de la gente del país cuando viaja el no lavarse ni rasurarse porque tiene la idea de que tales cosas le acarrearían fiebres peligrosas, calenturas intermitentes y demás. Una animosa y buena anciana que estaba en el mesón se alarmó en extremo por el baño que me di en el río; ella estaba segura de que ya no podría continuar el viaje y supuso que tendrían que sepultarme allí: calmé su ansiedad, no obstante, cuando me vio montar a caballo a la mañana siguiente en perfecta salud.

Al dejar San Juan del Río, en lugar de ir rodeando por el puente cortamos por la derecha vadeando el río por un lugar poco profundo; encontramos difícil el trepar a la banda opuesta; pero después el camino fue llano y viajamos con pasó rápido. La campiña es generalmente plana y está pasaderamente bien sembrada a un tiempo con maíz y frijoles; entre estos últimos algunas especies no diferían de la alubia francesa corriente que se consume con vaina; pero que aquí se las deja hasta que llegan a endurecer como habas caballunas. Crecen ya solas o entre los surcos de maíz. Se cosechan diversas clases que difieren en forma, tamaño y color; las hay desde las que tienen el tamaño de un chícharo a las que son como una habichuela corriente y se dan negras, blancas o de color café. Los indios se sustentan con ellas, amén de tortillas y chile, y la gente de clase más elevada nunca termina su desayuno, comida o cena, sin los consabidos frijoles. Aunque para un extranjero el aspecto de estos no es muy delicado, hallará que son un alimento excelente, substancial y completo para viajar y con el que se tropezará donde quiera. Se guisan con un poco de agua y sal, manteca en abundancia y chile, aunque este último puede ser suprimido: los huevos resultan un acompañamiento excelente.

William continuó su viaje hacia la ciudad de Querétaro. Antes de llegar a la hacienda de El Colorado, debió acordarse de aquella anciana que le vaticinó enfermaría pues, a medio día, le saltó una súbita y violenta calentura que se manifestó con un tremendo temblor por todo su cuerpo; sus dientes castañeaban y se sintió completamente desamparado al mismo tiempo que no sentía que se hallase enfermo. Se bebió un jerez en El Colorado y eso disipó su calentura en unos minutos; pero a la cual le siguió una fiebre ardiente bajo cuya tortura llegó a la orilla de la ciudad; bajo la sombra de un árbol, procuró un ligero sueño y después de ello se sintió muy bien y prosiguió su entrada de lleno a Querétaro. “admiré la magnífica perspectiva del valle tal como se ofrecía a la vista, encajado entre dos altas montañas…un elevado acueducto…es un objeto sorprendente y pintoresco…”