/ miércoles 29 de abril de 2020

El fin del liberalismo (como lo conocemos hasta ahora)

Concluía mi artículo anterior diciendo que nada sería igual después del coronavirus; hablaba de una tentativa de gobiernos nacionales y subnacionales a aislarse en pro de la seguridad nacional y local, a acaparar medicamentos ahora que han comprendido las dimensiones de una catástrofe biológica como la actual, y a intentar refugiarse en la retórica nacionalista y regionalista.

Más pronto que tarde, empujados por falta de calidad humana y mucho temor, he visto que todo esto ya ha comenzado a suceder aún cuando la pandemia ni siquiera ha menguado, ni asoma luz al final del túnel. Se ven ya gobiernos que plantean reglas de vigilancia y supervisión personal más rígidas en aeropuertos y carreteras de acceso a su país o región, naciones enfrascadas en el acaparamiento de material médico (como Estados Unidos vs, Canadá, Francia y Alemania), y el resurgimiento de los regionalismos que desconfían de los gobiernos nacionales y apelan a una conciencia territorial como solución más viable ante posibles amenazas biológicas futuras.

Es entendible, nadie quiere volver a sentirse vulnerable, nadie quiere tener que explicarle a sus electores las cifras de muertos, la compra de respiradores a tropezones, la lucha mundial por el material médico escaso, el encierro por semanas, la caída de la productividad y todas sus derivaciones.

Si bien es relevante prever de ahora en adelante cuando será la nueva pandemia mundial y reconocer la importancia del asociacionismo como mecanismo viable de solución de problemas regionales, nacionales o globales, no voy a favor de las rutas de solución que proponen la ideología del temor, enfrascadas en una propuesta de aislacionismo fundado en la desconfianza, o la sospecha sobre el vecino.

No voy tampoco con quienes pugnan por mayores controles hacia la personas, por quienes creen que la prevención hacia futuras catástrofes biológicas es el monitoreo individualizado que permita “disectar” con mayor precisión los ciudadanos que son potencial riesgo en el futuro, porque para ello habría que aceptar entregar aún más el ejercicio de las libertades individuales que tantos años de derechos civiles nos han costado.

De la mano del fin de la pandemia mundial viene un nuevo modelo de liberalismo o quizás su ocaso. Es un liberalismo que si bien por años ha creado el marco para ejercer nuestros derechos basados en la persona humana y su ejercicio ciudadano, también ha estado sufriendo constantemente limitaciones en las últimas décadas.

A fin de salvaguardar esas libertades mayoritarias aceptamos sin vacilar el pisoteo de los derechos de algunos que fueron perseguidos por ser “comunistas” en los 70’s, y cedimos diligentemente a los estados nacionales la posibilidad de coartarnos a todos nuestras libertades de privacidad y libre tránsito en aras de perseguir a los “terroristas árabes” que buscaban atacar nuestras naciones, nuestros vuelos por avión y nuestras garantías individuales en el 2000.

Hoy tenemos una nueva estocada a ese ejercicio de libertades. Pues aún cuando considero poco operativos los esquemas de vigilancia del estado hacia los ciudadanos, sé que hay hoy suficiente temor como para que los mismos ciudadanos cedan esas garantías a cambio de sentirse más protegidos y seguros.

Con estos elementos, pareciera que tarde o temprano caeremos en una disyuntiva singular: la de usar nuestros derechos para exigir que se nos coarten las libertades en el ánimo de que el estado pueda garantizar mejor la bioseguridad de países y regiones; poco comprendemos hasta el momento de a dónde nos puede llevar este escenario hoy viable.

Por un lado veo con curiosidad como las naciones orientales han sido significativamente más eficientes en el control del Covid19 y reconozco que éstas se han basado en un modelo social de control-obediencia más efectivo que las sociedades liberales-occidentales. ¿Será entonces que nuestro modelo social, de libertades y de pensamiento es el verdadero caldo de cultivo de esta pandemia? ¿Será que como buenos libertarios nos hemos opuesto a los controles sociales desde el principio y ello ha generado en naciones como la nuestra, las europeas o de Estados Unidos mayores estragos y defunciones que los ocurridos en China, Japón, Hong Kong y Corea?

Por otro lado me pregunto ¿cómo -a partir de esta reflexión- podemos prepararnos mejor para la próxima pandemia si nuestro sistema de pensamiento por un lado forzará a mayores controles sociales desde el gobierno pero por otro los cuestionará por infligir el marco de libertades a los que nos hemos acostumbrado?

La resolución de esta disyuntiva es una tarea de todos. De nada sirve que el gobierno decida una ruta si la comunidad no reacciona positivamente. Es momento de integrar opiniones de todos, de preguntarnos como construimos la sociedad de mañana sobre la base de que ya no podrá seguir siendo igual.

Concluía mi artículo anterior diciendo que nada sería igual después del coronavirus; hablaba de una tentativa de gobiernos nacionales y subnacionales a aislarse en pro de la seguridad nacional y local, a acaparar medicamentos ahora que han comprendido las dimensiones de una catástrofe biológica como la actual, y a intentar refugiarse en la retórica nacionalista y regionalista.

Más pronto que tarde, empujados por falta de calidad humana y mucho temor, he visto que todo esto ya ha comenzado a suceder aún cuando la pandemia ni siquiera ha menguado, ni asoma luz al final del túnel. Se ven ya gobiernos que plantean reglas de vigilancia y supervisión personal más rígidas en aeropuertos y carreteras de acceso a su país o región, naciones enfrascadas en el acaparamiento de material médico (como Estados Unidos vs, Canadá, Francia y Alemania), y el resurgimiento de los regionalismos que desconfían de los gobiernos nacionales y apelan a una conciencia territorial como solución más viable ante posibles amenazas biológicas futuras.

Es entendible, nadie quiere volver a sentirse vulnerable, nadie quiere tener que explicarle a sus electores las cifras de muertos, la compra de respiradores a tropezones, la lucha mundial por el material médico escaso, el encierro por semanas, la caída de la productividad y todas sus derivaciones.

Si bien es relevante prever de ahora en adelante cuando será la nueva pandemia mundial y reconocer la importancia del asociacionismo como mecanismo viable de solución de problemas regionales, nacionales o globales, no voy a favor de las rutas de solución que proponen la ideología del temor, enfrascadas en una propuesta de aislacionismo fundado en la desconfianza, o la sospecha sobre el vecino.

No voy tampoco con quienes pugnan por mayores controles hacia la personas, por quienes creen que la prevención hacia futuras catástrofes biológicas es el monitoreo individualizado que permita “disectar” con mayor precisión los ciudadanos que son potencial riesgo en el futuro, porque para ello habría que aceptar entregar aún más el ejercicio de las libertades individuales que tantos años de derechos civiles nos han costado.

De la mano del fin de la pandemia mundial viene un nuevo modelo de liberalismo o quizás su ocaso. Es un liberalismo que si bien por años ha creado el marco para ejercer nuestros derechos basados en la persona humana y su ejercicio ciudadano, también ha estado sufriendo constantemente limitaciones en las últimas décadas.

A fin de salvaguardar esas libertades mayoritarias aceptamos sin vacilar el pisoteo de los derechos de algunos que fueron perseguidos por ser “comunistas” en los 70’s, y cedimos diligentemente a los estados nacionales la posibilidad de coartarnos a todos nuestras libertades de privacidad y libre tránsito en aras de perseguir a los “terroristas árabes” que buscaban atacar nuestras naciones, nuestros vuelos por avión y nuestras garantías individuales en el 2000.

Hoy tenemos una nueva estocada a ese ejercicio de libertades. Pues aún cuando considero poco operativos los esquemas de vigilancia del estado hacia los ciudadanos, sé que hay hoy suficiente temor como para que los mismos ciudadanos cedan esas garantías a cambio de sentirse más protegidos y seguros.

Con estos elementos, pareciera que tarde o temprano caeremos en una disyuntiva singular: la de usar nuestros derechos para exigir que se nos coarten las libertades en el ánimo de que el estado pueda garantizar mejor la bioseguridad de países y regiones; poco comprendemos hasta el momento de a dónde nos puede llevar este escenario hoy viable.

Por un lado veo con curiosidad como las naciones orientales han sido significativamente más eficientes en el control del Covid19 y reconozco que éstas se han basado en un modelo social de control-obediencia más efectivo que las sociedades liberales-occidentales. ¿Será entonces que nuestro modelo social, de libertades y de pensamiento es el verdadero caldo de cultivo de esta pandemia? ¿Será que como buenos libertarios nos hemos opuesto a los controles sociales desde el principio y ello ha generado en naciones como la nuestra, las europeas o de Estados Unidos mayores estragos y defunciones que los ocurridos en China, Japón, Hong Kong y Corea?

Por otro lado me pregunto ¿cómo -a partir de esta reflexión- podemos prepararnos mejor para la próxima pandemia si nuestro sistema de pensamiento por un lado forzará a mayores controles sociales desde el gobierno pero por otro los cuestionará por infligir el marco de libertades a los que nos hemos acostumbrado?

La resolución de esta disyuntiva es una tarea de todos. De nada sirve que el gobierno decida una ruta si la comunidad no reacciona positivamente. Es momento de integrar opiniones de todos, de preguntarnos como construimos la sociedad de mañana sobre la base de que ya no podrá seguir siendo igual.